Imagino que millones de personas recibimos a través de las distintas redes sociales infinidad de escritos, documentos, invitaciones y afectos varios sin saber por qué. Personalmente me ha llamado la atención uno que, fechado el 18 de mayo, y firmado por Alberto Garzón, dice lo siguiente: “Nos acusan de ser comunistas, y… ¡aciertan! Algunos lo somos y, lo más importante, sabemos muy bien por qué”.
Como el joven político español, que de aquí a unos días puede formar parte del Gobierno de mi país, me escribe sin más ni más, quisiera contestarle dedicándole unas líneas a explicarle el comunismo que yo conocí de primera mano, por haberlo vivido de cerca.
En primer lugar, he de advertirle que he conocido a muchos comunistas de similar ideología a través de los años, tanto autóctonos como foráneos. Por otra parte, nunca se me ocurriría acusar a nadie de ser comunista, lo mismo que no lo haría de ser socialista, liberal, de derechas o de izquierdas, o incluso patriarca de Constantinopla, ya que pienso que en democracia, desde el respeto, todos los idearios tienen cabida. No voy a hablarle ni de la extinta URSS, ni de China, Cuba o Corea del Norte, sino de sitios más próximos, unos que visité, como Rumanía, Bulgaria o Yugoeslavia, y otro, la comunista República Democrática Alemana, que los españoles teníamos prohibido visitar por imposición del Régimen franquista, pero a la que tuve muy cerca durante mis largos años de vivencia en la República Federal de Alemania.
Y tras mi experiencia personal, he de decirle al señor Alberto Garzón que el comunismo que yo conocí era cualquier cosa menos sinónimo de democracia. Es decir, que se trataba de dictaduras puras y duras del Partido Comunista de cada país que visité, regímenes omnipresentes en todo tiempo y lugar. Corrían los años setenta del pasado siglo, un tiempo en que, muerto el dictador, los españoles empezábamos a traspasar los Pirineos, unos a ver películas pornográficas a Perpignan o San Juan de Luz, bocato di cardinale para los aficionados al género, y otros a visitar a algunos países de cuyo sistema comunista nos habían hablado maravillas. La progresía de luenga barba, pana o poncho elegimos la segunda parte, y así tuve oportunidad de visitar, a través de una agencia de viajes llamada Balkan Tours, países como Bulgaria y Rumanía.
Y darse de bruces con regímenes comunistas fue brutal, incluso después de haber vivido una larga dictadura de 40 años. Y eso que éramos turistas, pagábamos en dólares y nada sospechosos de ir a cristianar infieles, sino españolitos progres, algunos con la hoz y martillo en el calendario. Algunas similitudes eran patentes tanto en Bulgaria como en Rumanía: control férreo del gobernante Partido Comunista de cada país, con una disciplina ortodoxa de sus militantes en museos, tiendas y lugares donde podía haber extranjeros, con los que al parecer convenía hablar lo menos posible, pues la influencia del “mundo capitalista occidental” debía resultar funesta. Nuestros guías pertenecían por supuesto al partido, estaban formados y preparados para las posibles preguntas de los “occidentales”, pues eran ellos nuestros únicos contactos.
Entre las cosas que nos llamaron la atención a aquellos entonces estudiosos de Marx y Engels era el mercado negro de dólares existente a la puerta de los hoteles, por lo que cuando le preguntamos al guía que por qué permitían aquello la respuesta fue sencilla: “Sabemos que es mercado negro, sí, pero esos dólares se van a quedar al fin y al cabo en el país, no se los llevarán ustedes”. Otra de las cosas llamativas es que en las tiendas que visitábamos los empleados casi no prestaban atención a los clientes, les daba lo mismo vender que no vender, porque todos eran empleados del Estado y tenían un sueldo fijo. Las comidas o las cenas eran amenizadas con una banda de música en directo, pues los músicos, también empleados del Estado y ese era al parecer su trabajo.
En Bulgaria vivía a la sazón la que fuera famosa doctora Ana Aslan, inventora del Gerovital H3·, “elixir de la eterna juventud”, que se aplicaba en inyecciones, sueros, grageas, lociones capilares y cremas varias. Todos compramos aquellos potingues que nos vendían para permanecer eternamente jóvenes, pero al menos en mi caso no me han hecho efecto. Junto a ello, el Régimen era de una dictadura pura y dura. En Rumanía el dictador se llamaba Nicolae Ceausescu, un sátrapa que ejerció durante 24 años, entre 1965 y 1989 una tiranía férrea sobre su país, exigiendo un culto a la personalidad para él y su esposa, Elena Ceausescu, nunca conocido. Mientras él gozaba de placeres, la población vivía en la más absoluta de las miserias. Al final sería ejecutado por su propio ejército por genocida. A lomos de un Seat 127 llegaría junto a unos amigos hasta la extinta Yugoeslavia de Josip Broz Tito, que fuera presidente de su país y cabeza de los llamados Países No Alineados, tercer bloque frente a la URSS y Estados Unidos.
Y el país que no pude conocer, señor Garzón, fue la llamada República Democrática Alemana, o la Alemania Comunista que fuera hasta 1989 títere de la Unión Soviética. Viviendo como vivía en la República Federal no podía pasar a la Alemania Comunista porque así constaba como prohibido en los pasaporte de los españoles aquellos años, por lo que pude comprobar in situ que los regímenes dictatoriales, sean comunistas o franquistas, tienen algo en común: la carencia de libertades. He visitado años después aquella parte del país separado, y conozco muchas de sus historias: alemanes de la zona comunista que se jugaban la vida intentando saltar un muro que los separaba, a veces por una simple calle de la República Fededral, donde a 50 metros de distancia vivían sus familiares en libertad. A veces, señor Garzón, la acera de una calle pertenecía a un país y la otra acera a otro. Todo, debido a un muro que para más inri había sido levantado, según los soviets, “para protegerse del mundo fascista”.
Un muro de la vergüenza que duraría hasta que el líder soviético Mijail Gorbachov dijera que sus soldados no dispararían contra los alemanes. Eso sí, días antes, como despedida y costumbre, le había dado un beso en la boca al que fuera jefe de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, si bien se trataba, en realidad, de una puñalada en la espalda, puesto que ya había decidido dejar caer el muro. Por eso me permito advertirle que tenga cuidado con los besos en la boca cuando se vive de la política…
Como verá, señor Garzón, conozco un poco el mundo comunista. Por eso me gustaría saber qué tipo de comunismo quiere usted para nuestro país, llegado el caso, puesto que nos va mucho en ello. Dentro de unos días acudiremos a nuevas elecciones, y le repito que es posible que usted forme parte del próximo Gobierno, si las urnas les son propicias al PCE y a Podemos, astillas del mismo tronco. Tengo ante mí un suelto de prensa que dice, entre otras cosas, que el Partido Comunista de España “apuesta por la ruptura con el euro y la Unión Europea, así como la nacionalización de los sectores estratégicos…”. Junto a ello abogan también por la “desprivatización” de sectores como la banca, la energía, el agua, las telecomunicaciones, la comunicación…”. Leyendo todo esto me pregunto si al cabo de tantos años, y después de haber conocido tantos países comunistas, no me tocará conocer alguno más, pero ahora sin moverme de casa…