El loco

Un corazón enamorado sólo obedece a la razón de la locura. Inútilmente trata de sincoparse y pasar desapercibido, ser obra en miniatura hermosamente mimetizada en el paisaje. Pero este texto enamorado no puede permanecer callado. Tiene una pulsión de desahogo que le impide ser indiferente ante el clamor silencioso de quien le observa.

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Xulio Formoso: el loco

Es un texto escrito a múltiples voces porque el ser humano vive en poligamia y poliandria. No todas las facetas de la vida humana pueden ser comprendidas en todas sus dimensiones y compartidas con una sola persona: hay amores que conversan, hay amores que trabajan, hay con quien nos sentimos a gusto volando y éstos no son necesariamente el amor con quien proyectamos un futuro en común. La sexual no es más que una alternativa de comunicación.

Pero no se entiende. Hay demasiados prejuicios y tradiciones a las que aferrarse. El deber ser ahoga el querer ser. Así, el pobre texto enamorado se compadece del formalismo que debe fingir todo el tiempo que no siente nada. Besa por rutina; abraza por convención y no con convicción. Si a alguien se le desboca el latido, huye.

Y, sin embargo. No hay texto que comprometa más su palabra de honor que aquel que padece de locura crónica. Por eso, el mejor amigo de cualquier ejercicio escritural es esa especie de loco consciente que anda hablando solo por las calles y avenidas de las páginas.

Al loco ya le habían prevenido sobre la deambulación – ese primer síntoma de la razón extraviada – que lo llevaría compulsivamente a caminar sin rumbo fijo; pero cuando se descubrió en mitad de uno de esos paseos no le pareció tan mal la cosa y siguió adelante.

Entonces, comenzaron sus voces a dictarle lo que tenía que hacer. La gente cuerda le reprendía: no hagas caso; esas voces no existen; son sólo producto de tu inagotable imaginación; lo que quieren es enloquecerte. Así, el pobre loco no tuvo más remedio que obedecer: no volvió a prestar atención- ni siquiera escuchar- a quien desde el mundo de carne y hueso le hablara con lógica.

No es que se escindiera de la realidad, no. Es que hizo realidad su fantasía. Disfruta complaciendo a sus voces quienes le conversan desde la ciudad, desde las hojas, desde lluvias torrenciales y le envían mensajes con el aliento aún oloroso a café.

Mejor aún es cuando hablan todas al mismo tiempo en polifonía perfectamente demencial. En esas ocasiones tiene la convicción de haber adquirido tamaña responsabilidad; siente la obligación de pensar cuidadosamente lo que va a decir y así todas se sientan igualmente encariñadas. ¡La vida lo cuide de pronunciar un exabrupto tal que hiera a quien no deba! Hay noches que se las lleva a todas al tejado a beber ron y lágrimas bajo las estrellas aceptando el riesgo de que le digan que tiene algo suelto en la azotea.

Cuando en la vida hay que darle una vuelta a la hoja y se hace necesario perdonar para recomenzarla aún con el llanto desgarrador que anuncia los nacimientos, lo más coherente es que a una le entre el loco.

Así, mientras más le mete al loco, el texto es más coherente.

Nace hermoso aunque el útero que le cobijó en su gestación esté reducido a escombros. Es un verdadero fastidio ser normal y relacionarse solamente con pronunciamientos también normales. Es preferible encontrarse en los extremos de las curvas, sobre todo si son de carreteras o amistades.

La coherencia jamás es relativa: está absolutamente llena de contradicciones y circunstancias que ocurren sin prescripción alfabética. El coherente detesta el doctoral orden cerrado: prefiere invertir en anécdotas que en fórmulas, dedicarse a metáforas que a tesis. Es irreverente e irredento; causa desconcierto al ser imprevisible, por tanto, libre. Eleva volantines a sabiendas que el guaral sólo le sirve para no extraviarse sobre la tierra.

El texto coherente nunca se resetea sin conservar algún respaldo (recicla recuerdos entregándolos a otra gente para que se los custodie) y cuando le solicitan formatearse si algún virus violento o hacker malintencionado le ha atacado, se asegura de contar con suficientes nubes donde alojarse.

Ser coherente es lo contrario a predeterminado. Es inquieto y laborioso, sin distraer la atención del objetivo trazado. Cuando el coherente se presenta, el ambiguo se avergüenza, el irresponsable teme, el negligente se excusa con pretextos necios.

Todas las variaciones sobre un mismo tema, lugares comunes de la inconsecuencia, tratan de amedrentar a quien esgrime palabras indóciles para que se silencie de una vez por todas y no siga con su fruición de belleza opacando al que de tanto ser tanta sombra es ya un texto desencajado que se queda con la palabra enredada en algún mal olvido.

Nos aferramos a la vida gracias al ímpetu de la marea que llevamos dentro: texto enamorado que de tan coherente que es, enloquece.

Autores:

  • Palabra: Ileana Ruiz
  • Ilustración: Xulio Formoso
Ileana Ruiz
Ileana Ruiz (Venezuela). Activista de derechos humanos, investigadora social y periodista. Asesora en resolución de conflictos, educación popular, participación ciudadana y derechos humanos y profesora de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad. Articulista en el semanario venezolano “Todosadentro” del Ministerio de la Cultura desde 2006. Premio Nacional de Periodismo de Opinión, 2013. Entre sus publicaciones: De la indignación a la implicación (2006); Pueblo de agua: Cuentos para la educación en derechos humanos sobre la identidad del pueblo warao (2009); Servicio de policía bajo la mirada ciudadana (2010); La clave del acuerdo. Practiguía para la resolución pacífica de conflictos (2011); Pasos dados poco a poco. Memoria y cuentos del proceso de constitución de los Comités Ciudadanos de Control Policial (2012).

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