Cuando faltan breves fechas para que el hasta ahora príncipe Felipe se convierta en Rey de España con el nombre de Felipe VI me viene a la memoria una anécdota que me tocó vivir en un encuentro profesional en el que coincidimos por aquello de que cada uno hace su papel: la Monarquía a gobernar y los periodistas a informar del diario acontecer.
Habiendo sido invitado al Senado para asistir en 2007 a la entrega del premio a la mejor información profesional de aquel año a una buena amiga y excelente periodista, Marisol Castro, quien ese año lo recibía en reconocimiento a su trabajo por parte de los periodistas que hacen su labor en esa Cámara, me tocó compartir mesa y mantel con algún periodista y varios senadores, cosa que creo suele ser habitual. Creo que departí conversación con un senador de CiU, que educadamente me dio la vara sobre los entresijos del trabajo de los senadores, que analizan productos, cosas, perímetros y entornos geográficos, además del precio de los guisantes o judías, según creo recordar.
Todo iba sobre ruedas, con los correspondientes discursos, entrega de premio, felicitaciones y parabienes, además de una excelente comida que poco se parecía al clásico menú del día al que algunos estamos acostumbrados. Con un periodista en cuestión que me tocó a la siniestra hablé poco, la verdad, porque lo vi crecido de hombros desde el primer momento, en posición de señor de la pluma curtido en todo lo relativo a lo divino y a lo humano, que ya es decir.
Lo bueno, o lo malo en este caso, es que en un momento dado entró el príncipe Felipe en la sala para asistir a la reunión entre periodistas, senadores e invitados, pues entre los asistentes también se encontraban familiares de otro gran periodista ya fallecido, Luis Carandell, quien también era homenajeado. Como es lógico todos nos levantamos a la entrada del príncipe en señal de respeto. Miento. Todos menos el periodista que me tocó al lado, que muy ufano y sobrado de sí mismo me comentó: “Yo soy republicano, y no tengo por qué levantarme ante la entrada de un príncipe”.
Me entraron ganas de responderle con un dicho popular muy extendido en esta Villa y Corte que pronto será de Felipe VI: “¿Qué tienen que ver los cojones para comer trigo?”. Creo que aquel sujeto descorbatado, colega de profesión, tuvo sencillamente un acto rayano en la imbecilidad, por no decir cosas peores, ya que sabido es que “perro no come carne de perro”. Se puede ser republicano, monárquico, budista, o pertenecer a la cofradía del divino bebercio, pero ello no obsta para que también se sea una persona educada. Máxime cuando en una ocasión como aquella, en la que cientos de personas nos levantamos excepto, digo, el “periodista-republicano”, que se quedó cual gallina clueca repanchingado en su asiento.
Y lo curioso del caso es que se trata de uno de esos periodistas tertulianos de muchas campanillas que aparecen un día sí y otro también en las mil y una tertulias con las que a veces nos flagelan las distintas cadenas de televisión. Sigue yendo de sobrado, sabe mucho de todo, habla ex cátedra de todo lo que se mueva bajo el cielo, impartiendo sus saberes al resto de los mortales. Y al parecer tiene cuerda para rato.
No soy monárquico, estoy más cerca del sistema republicano pero tengo muy en cuenta una frase que dijo hace poco tiempo una ministra alemana al dimitir porque hace muchos años hizo tramas en su tesis doctoral: “dimito porque primero está mi país, después mi partido y después yo”.
Parodiándola, yo también podría decir: “estando en la órbita republicana no hago ascos a la monarquía, y respeto las leyes porque para mí lo primero y principal es el bienestar de mi país”. Mal que le pese a algún “periodista-republicano”.
Por eso está tan de capa caída la labor periodística. Y ya no digamos de los que salen en los debates por TV. Los hay que parece que están vendiendo pescado en el mercado de tanto como gritan. Casi siempre cada uno va a lo suyo, sin escuchar a nadie. «Yo y nada más que yo.» He decidido no ver ningún debate de vendedores de pescado.
Ante todo prevalece la educación, sino el señor este tendría que haberse quedado en su casa, yo no soy monárquica pero ante todo respeto a las personas independiente de su cargo o trabajo.