Sueñas con las músicas de tu tiempo, esas canciones infecciosas, algunas como de goma, de rudo almíbar otras, canciones sincopadas y simpáticas, compungidas o conmovedoras.
Demasiado viejo para el rocanrol, demasiado joven para morir
Sueñas con el rocanrol, te ves nítidamente bailando en medio de una sala y cantando subido a un escenario imposible, hasta te atreves con una guitarra, te sientas incluso al piano.
Demasiado viejo para el rocanrol, demasiado joven para morir. Escuchas a los Stones, a los Beatles, a Ceronoventayuno, a Triana, saltas frente a Springsteen, frente a David Bowie, U2, Van Morrison, Prince [los Kinks, que no llegaste a tiempo a verlos al Rockódromo, qué putada], bailas a través del agua con Neil Young, edificas con aquellos ritmos un rascacielos, una morada calurosa surge del sueño repleta de baladas y blues, te llega el aroma danzarín del pop, la carne sedosa del soul.
Es irresistible: disfrutas de tu sueño, lo sé, disfrutas porque sabes algo muy valioso: cuando despiertes Led Zeppelin seguirá ahí aunque tú seas demasiado viejo para el rocanrol… porque tú eres demasiado joven para morir.
Maneras de vivir
Formas de hacerse el muerto, con ese ruido de fondo, con ese ritmillo, formas de matar el tiempo. Al otro lado de la carretera, en la otra orilla o en el lado salvaje de la vida, en el sitio perfecto donde nadie te ve: la vida, ¡qué mala es!, todo lo hace para impresionarte, y yo, que quiero ser silvestre, y andaría de rodillas en un metro cuadrado hasta un caramelo de limón para que me dejaseis vivir con alegría, para escribirle a ella cartas de amor, a ella que está divina y programada para el baile, a ti, que eres ella, para que seas feliz y encuentres gloria y yo sea lo que vendrá después, pero a tu lado.
El último vals
Suena la música y dices adiós: hola sudor alcohólico de la esperanza, anestesia a la muerte; supura un hálito de aliento de halcón, enardece con tus metales el vibrato, suena eléctrica y surca el tiempo, ahonda en tu hervor de sierpe ahora que el fuego lame al hielo, canta a los días de la carretera, canta desde tu atalaya sin dioses, sé música en mis oídos y en mi pecho, ilumina sin la luz terrestre y sé metal.
Suenas y dices adiós: despides a los héroes derrotados y los conviertes en hermosos ángeles, en terribles ángeles, en ángeles con guitarras al piano, con timbales y el viento de Allen Toussaint; nos los alejas para siempre un instante, sólo una décima de segundo para ser ese aire sin el que moriremos, para perpetuarse en The Band y bailar y bailar un último vals, un incesante vals de violetas.