De un tiempo a esta parte están apareciendo personas y grupos de toda índole, sobre todo del ámbito político, que hablan “en el nombre del pueblo”, por lo que no acierto a comprender si es debido a la ignorancia etimológica o porque se lo creen fielmente; es decir, que el pueblo son ellos.
Siempre han existido, y tenemos sobrados ejemplos de sujetos que hablaban “en el nombre del pueblo”, mientras millones de personas de esos pueblos perecían por mandato de los mismos jerarcas: Lennin, Stalin, Hitler, Mussolini, Franco, Jomeini, Gadafi y otros muchos más han hablado, han ejercido y al mismo tiempo ejecutado “en el nombre del pueblo”, y los resultados son parte de lo peor de la historia de la Humanidad. De ahí que me preocupen tanto los caudillajes, sean del color que sean.
Si pueblo viene del latín “popilis”, que es “el conjunto de personas de una nación”, cabría preguntarse cómo puede haber personas a la altura de nuestros días, sobre todo políticos, o bien diversas organizaciones ciudadanas, que tengan el atrevimiento o la osadía de hablar “en el nombre del pueblo”, y además se crean al mismo tiempo que el pueblo son ellos o lo que ellos representan.
En una sociedad democrática como la española, todos tenemos derecho a expresar nuestras opiniones libremente, por cualquier cauce, ya sea en una manifestación, medio de comunicación, tertulia, taberna o en el Parlamento. Pero de ahí a pretender que el “pueblo” somos nosotros va un abismo. Algunos llegan a más, y ya han dividido a los integrantes de ese pueblo en subdivisiones en función de sus pareceres.
En nuestros actual sistema democrático, al que tanto denostan algunos por tener sus orígenes en la Transición del 78, los ciudadanos, que son los que verdaderamente forman y conforman el pueblo, acuden a las urnas y depositan su confianza en las opciones que creen convenientes. Incluso cabe la posibilidad de abstenerse, con lo que voluntariamente algunos se marginan del resultado que arrojen las urnas. Y ese resultado, sea cual fuere, es el que han querido el conjunto de los ciudadanos de ese pueblo, desde el partido o entidad que haya obtenido 100 diputados al que haya obtenido 2. Todos deben tener el mismo derecho a la expresión y respeto a sus palabras.
Hay miles de ejemplos de lo que unos y otros entienden por pueblo. El presidente de la Generalitat, Artur Mas, por ejemplo, pareciera ser que tuviera el monopolio de Cataluña, porque siempre habla en su nombre, cual poseedor de la verdad absoluta. Sin embargo, a la hora de la verdad en Cataluña parte del pueblo está por la independencia y otra parte en contra. Unos votan a CiU y otros al PSC, PP, Ciudadanos, Izquierda Unida, UPyD u otras opciones políticas. Y todos, absolutamente todos, forman parte del pueblo catalán, y nadie debería, por tanto, erguirse en su único representante.
Hace escasas fechas se han celebrado elecciones generales en Grecia, que han sido ganadas por el partido Syriza porque así lo han querido una mayoría de los ciudadanos griegos. Pero al mismo tiempo, en esas mismas elecciones los votos de una parte de ciudadanos griegos ha colocado en tercera posición a Aurora Dorada, un partido abiertamente nazi, que considera a una parte de los inmigrantes llegados de “subhumanos”, que obliga a los periodistas a levantarse cuando llega el “jefe” y que ha llegado afirmar que podría minarse la frontera griega para que no entrasen inmigrantes clandestinamente. Y también, no lo olvidemos, son griegos, forman parte del pueblo.
Con el panorama electoral que tenemos en este año 2015, pronto empezaremos a oír hablar, ahora con más intensidad, a personas que lo harán “en el nombre del pueblo”, porque al parecer, el “pueblo” son ellos, o lo que ellos dicen representar. Cometen un grave error, porque quien invoca al “pueblo” cree hablar en nombre de la verdad, cuando no hay verdades absolutas, ya que todos tenemos nuestro parecer, derecho a defender nuestro punto de vista, sabiendo que mi libertad termina donde comienza la libertad de los demás.