ADIÓS, WILT

En una tertulia radiofónica en la que se comentaba la muerte de Tom Sharpe alguien dijo que, en los tiempos que vivimos, la muerte de este escritor es una doble pérdida porque se va alguien que, además de escribir una buena literatura, nos hacía reír, con la falta que nos hace.
Tom Sharpe creó el personaje de Wilt en 1976 para criticar con humor británico la cultura popular, la educación y las costumbres de su país. En realidad no lo creó de la nada porque en buena medida Wilt era él mismo, como confesó a su biógrafo Llàtzer Moix en 2002 (Wilt soy yo. Conversaciones con Tom Sharpe ). Antes había intentado casi lo mismo haciendo literatura seria con “Reunión tumultuosa (1971) y “Exhibición impúdica” (1973), pero como él mismo decía (¿irónicamente?), “con la literatura seria no se gana un penique”.

En Tom Sharpe concurrían además otros valores cívicos dignos de ser recordados en un autor del que apenas se conoce otra faceta que la de sus escritos. Hijo de un pastor anglicano de ideología nazi, consiguió eludir la autoridad paterna y hacer valer sus propias ideas a favor de los derechos humanos en un entorno familiar opresivo y en una sociedad conservadora victoriana. En 1951, después de estudiar en Cambridge y enrolarse durante un tiempo en la Royal Navy, regresó al Johanesburgo de su infancia y se enfrentó a las autoridades publicando artículos y montando obras de teatro contra la segregación racial, que le costaron la cárcel y la expulsión del país (“Reunión tumultuosa” recoge en gran parte estas experiencias).
Hace 18 años recaló en el pueblo marinero de Llafranc, en la costa de Cataluña, donde se quedó para siempre y donde acaba de morir a los 85 años.



