Llega ese día; el temido día que en el fondo y en la forma, sabías que se iba a producir: el divorcio. Caminos distintos, falta de diálogo y sobre todo, no evolucionar a la vez. La pregunta siempre es la misma, ¿por qué a mi? ¿por qué yo? ¿por qué me ha pedido el divorcio?
Todos tenemos una buena consideración de quiénes somos, y sobre todo, de lo buenos compañeros de viaje que hemos sido, pero quizá, esa otra persona, no lo pensaba igual. La rutina, el trabajo y sobre todas las cosas, los hijos, nos impiden ver con lucidez el túnel en el que nos hemos metido y que sin duda, no solo no lleva a ninguna parte, sino que no nos permite ver las cosas con claridad.
Y ciertamente es así. Una vez que nacen los hijos, nos esperan aproximadamente quince años de compartir decisiones, problemas, enfermedades y sobre todo, crecer como familia unida. Actualmente cerca de 97.000 divorcios tienen lugar en España, que actualmente es el segundo país con más separaciones de la Unión Europea, y no suceden antes, quizá, por esta última razón. El mutuo acuerdo es la forma más rápida de terminar nuestra vinculación con una persona que no solo no queremos ya, sino que nos incomoda a todas luces.
Cuando pasamos el primer periodo de cinco años, se han tenido ya que establecer las bases de lo que será nuestra relación siguiente con esa persona. Lejos de la fogosidad y el amor incondicional de los primeros años, empieza la convivencia y aceptar los defectos del otro hasta que lleguemos a la década. Es a partir de ahí cuando, sin solución de continuidad, se rompen los matrimonios entre los 15 y 18 años cuando tenemos entre 45 y 50 años. Los que sobreviven a esos años quizá serán para siempre compañeros de vida o quizá, no, esperen al último cartucho que suele dinamitarse sobre los 65 años.
Las separaciones más frecuentes se inician entre la década de los 40 y los 50 y es bastante frecuente que la pareja que lo ha decidido, ya tenga un segundo hogar o una persona con la que establecer de nuevo una familia, incluso con los hijos de ambos.
A la hora de que esto suceda existen una serie de sentimientos encontrados que rozan desde la frustración hasta el dolor; connotaciones emocionales que sin duda nos dejarán huella, lazos y muchos recuerdos que volverán a nosotros sin que queramos. La pregunta que no deja de llegar siempre es la misma, porque el que abandona hace que el abandonado sienta cierta culpa por considerar que quizá no ha hecho lo suficiente para mantenerle en el hogar.
La infidelidad, como primera causa, seguida de la comunicación inexistente, seguida de los celos u otros problemas de personalidad, junto con el paro, las adicciones y otra vida paralela, hace que exista lo que en psicología se llame, síndrome de la asimetría. Evolucionar a destiempo nos hace que la persona se aleje día a día de nosotros y quizá, sin darnos cuenta, empieza a abandonar el barco.
Los eternos pagadores de tal guerra siempre son los hijos que mientras se ha tomado la decisión pueden convivir con gritos, insultos y vejaciones, y cuando esta sucede, participan del síndrome de alienación parental cuando son obligados a no querer a su padre o madre, y sufren necesariamente las consecuencias de esos odios entre personas que una vez, se quisieron.
Los conflictos de los padres se traducen en la mala gestión de las emociones y dan pie a que los niños tengan después, al cabo de los meses, tanto fracaso escolar, como problemas con sus iguales, depresión, aislamiento y conductas que les lleven a la droga o el alcohol, precisamente para que sus progenitores que andan pegándose, les hagan caso.
Tras el proceso de ruptura se vive el duelo, y se deben sentir tanto añoranza como melancolía de aquel tiempo pasado. El desamor existe y por eso ha sucedido. Quizá llevaba muchos años sin compartir nada especial, sin tener pasión y solamente vivía con un compañero de piso. Aceptar la historia tal y como ha sucedido, entender que quizá ese es el camino perfecto para continuar, y ver que no todo empieza y acaba en una persona, serán el final o mejor dicho, el comienzo de la nueva vida de la persona que un día, sin esperarlo, terminó una relación con el que fuera llamado, el amor de su vida.