¡FELIZ NAVIDAD!

Signo de nuestros tiempos es que santaclós sea protagonista de la Navidad, haciendo creer que es San Nicolás de Bari.

De-San-Nicolas-a-Papa-Noel-©123RF-900x600 ¡FELIZ NAVIDAD!

Nacido en Asia Menor y obispo de Mira, San Nicolás vivió en el tercer siglo del cristianismo, y debe el Bari a que sus restos fueron llevados a esa ciudad italiana cuando los mahometanos invadieron Turquía el año 1087.

Su culto como protector de pobres y patrón de niños y marineros se extendió a Rusia y Europa donde lo celebraban el 6 de diciembre repartiendo a los niños dulces y regalos.

Migrantes alemanes y holandeses lo llevaron a EEUU y el poeta Clement Clark Moore lo inmortalizó en 1823 en su poema Visita de San Nicolás, como un amable y regordete anciano de barba blanca que pasaba por las casas en nochebuena en un trineo volador tirado por renos y lleno de regalos.

Años después la Coca-Cola se lo apropió cambiándole la capa de pieles por un traje rojo y blanco; y pagando personas que vistieran así, lo popularizó.

Lo detesto desde niña, cuando Sears Insurgentes lo colocó en su principal aparador moviendo la panza al compás de una risa burlona.

Me choca también, esa como obligación de estar alegres y querer a todos; me apenan quienes en plena «felicidad», se las ven negras por enfermedades, guerras o pleitos, los que en estos días de gastadera nada tienen Y quienes sienten la soledad con mayor intensidad, ante sillas que desde este año no volverán a ser ocupadas.

Afirma la OMS que la soledad se incrementa en estas fechas, haciendo estragos en cuerpo y mente y la asocia con Alzheimer, suicidios y diabetes.

Y la hay, en todos lados.

Chinos buscan amigos en almacenes Ikea, gringos pagan cientos de dólares por abrazar vacas, asiáticas se casan con ellas mismas, ingleses abordan un chattybus ansiosos de platicar de lo que sea con quién sea y madrileños buscan a Voluntarios contra la soledad, para lo mismo.

Y millones, al sentirse lejos de parientes, se acercan a políticos mentirosos que les dicen lo que quieren oír.

En fin, el origen de nuestras fiestas navideñas está en las celebraciones del solsticio de invierno dedicadas a Saturno, dios de la agricultura, para que propiciara buenas cosechas.

Los adornos vienen de las coronas de hojas verdes y bayas rojas, que colocaban en puertas y ventanas para tener salud y fortuna y los primeros árboles navideños se adornaron con manzanas, nueces y naranjas en rodajas secas, para simbolizar al sol.

Ahora las fiestas navideñas son muy diversas.

Las familias suecas ven la caricatura El Pato Donald y sus amigos le desean una feliz Navidad, que pasó por televisión por primera vez el 24 de diciembre de 1959.

En Chile empieza el verano austral y cenan al aire libre mariscos y carne asada; cuando viví allá muchos años felices, el de los regalos era el Viejito Pascuero.

Cuando viví en Moscú, la gente iba a las iglesias el 6 de enero porque en Rusia rige el calendario ortodoxo y festejaba el 31 de diciembre en las calles con brindis y abrazos y fuegos artificiales salían de cañones de guerra en la Plaza Roja.

Tampoco hay ahora Navidad en Venezuela, Maduro la «adelantó» al uno de octubre.

En los Montes Tatras de Checoslovaquia, vi mujeres arrullando en mascadas al Niño en la Misa de Navidad.

En Islandia llega el día 23 la jólabókaflóð, inundación de libros que se intercambian y leen en Nochebuena y contribuye a apoyar la industria editorial y el idioma islandés en peligro de extinción.

En Australia hay partidas de críquet, con jugadores de todas las edades; no se trata de ganar, sino que todos participen.

Los finlandeses encienden velas en los cementerios y luego se calientan en una sauna familiar.

En el oeste de Ucrania, las puertas se adornan con brillantes telarañas recordando la leyenda de una piadosa araña, que decoró el árbol navideño de una paupérrima mujer.

En Japón, donde la mayoría no es cristiana, la Navidad parece día de los novios; las parejas comen bizcochos con crema y fresas, cenan pollo Kentucky y pasan nochebuena apapachándose en hoteles.

En México rompemos piñatas que unos dicen heredamos de los mayas, que quebraban con los ojos vendados una olla de barro llena de cacao que colgaba de una reata y otros, que vinieron de China.

Adornamos nuestras casas con las hermosas y rojas nochebuenas, planta autóctona que nos robó el embajador gringo Poinsett y las llevó a su país como poinsettas.

Y, curiosamente, cenamos platillos anteriores a los españoles que trajeron el cristianismo: Romeritos, yerbas que comían los aztecas con mole, camarones secos y papitas; guajolote, al que ahora inflan las pechugas para decirle pavo y era parte importante de ceremonias mexicas; y pozole, granos de elote hervidos con carne de puerco y servidos con lechuga y rábanos.

Bebemos ponche, que se prepara hirviendo juntos tejocote, manzana, caña, tamarindo y flores de Jamaica y se sirve caliente en jarritos y con «piquete», alcohol, para los adultos.

Aunque por la desigualdad creciente, millones no pueden disfrutar estas delicias y solo cenan una sopita.

Costumbres y comidas son variadas, pero es común identificar la Navidad con Jingle Bells.

Compuesta en 1857 por James Pierpont en una taberna se Medford, Massachusetts, es una canción tonta que no menciona el nacimiento de Cristo ni el mes de diciembre.

Empieza con «suenan las campanas, suenan las campanas; suenan por todo el camino; oh, qué divertido es montar en un trineo de un caballo; suenan las campanas…», y así sigue.

La hizo famosa Bing Crosby como Blanca Navidad y cuando el 16 de diciembre de 1965 los astronautas Wally Schirra y Tom Stafford la tocaron en la Géminis 6 con una armónica, se convirtió en la primera melodía oída en el espacio.

Prefiero el precioso villancico Silent Night, «Noche de paz», que habla de un tierno recién nacido y escribió en 1816 el joven sacerdote austriaco Joseph Mohr, poco después de las guerras napoleónicas.

Teresa Gurza
Periodista. Soy mexicana, estudié la carrera de Historia y soy Locutora, Cronista y Comentarista y Licenciada en Periodismo, pero ante todo reportera. Me inicié en televisión en 1970 y fui reportera, conductora y productora de programas noticiosos; reportera de asuntos especiales de los diarios El Día, UnomásUno y La Jornada, y corresponsal en la Unión Soviética, Checoslovaquia y Michoacán. Por razones familiares, mi marido era chileno, viví en Chile más una década. He recibido muchos premios y reconocimientos, entre ellos el Nacional de Periodismo en Reportaje y ahora radico en México y escribo artículos para Periodistas en Español y otros medios.

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