Fray Gerundio de Campazas

Una loa a la predicación contemporánea

A lo largo de mis muchos años de estudiante, he tenido el privilegio de contar con dos o tres maestros (una categoría diferente y superior a la de profesor) de los que tuve la oportunidad de aprender algunas de las cosas vitales que me han sido útiles para ir labrando mi propio camino.

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Fray Gerundio de Campazas. Edicion de 1758

Uno de ellos, Juan Pérez Guzmán, cuando introdujo a sus discípulos en los rudimentos de la teología y de la oratoria recomendaba la lectura de Fray Gerundio de Campazas. Se trata de un libro de José Francisco de Isla y Rojo (el `padre Isla) del siglo XVIII que no ha perdido actualidad aun habiendo transcurrido cerca de trescientos años desde que le fuera dada vida al personaje de ficción. El problema es plantearse la lectura de unas 800 páginas de densa escritura, en tiempos tan volátiles, sometidos a la voraz dependencia de los vertiginosos medios actuales de información.

La novela es una obra crítica que pone en evidencia la moda de los oradores de la época que se servían en sus sermones de un lenguaje altisonante y falto de contenido, carentes de formación. Fray Gerundio se distingue por su mal gusto y su audacia a la hora de emplear frases rebuscadas y sin ningún sentido. Otros actores, son fray Blas, el maestro de fray Gerundio, un personaje grotesco y fray Prudencio, predicador sabio y prudente que sirve de contrapeso de fray Gerundio.

Oriundo de Campazas en la provincia de León, Gerundio estaba destinado a ser lo que llegó a ser. Bautizado por el capellán de su pueblo natal, hijo de un rico labrador apellidado Zotes, se mostró con grandes dotes para memorizar cualquier cosa que oía, y como lo que más desfilaba por su casa eran capellanes y predicadores, su juego preferido era imitarles recitando extensos discursos, a los que solía añadir los latinajos que oía a sus imitados. La admiración que despertó en sus familiares y vecinos le llevaron a pensar que su destino no era otro que convertirse él mismo en predicador.

A través de este insólito personaje, el autor del libro hace una parodia de la absurda predicación barroca decadente del siglo XVIII. Algunos críticos han comparado esta obra como el Quijote del púlpito, un alegato contra la charlatanería culterana en la que se había convertido la oratoria sagrada; algo semejante al Quijote, en relación a los libros de caballerías. El jesuita José Francisco Isla concentra los matices ridículos en la figura del predicador culterano. De fray Gerundio señala que “aún no sabía escribir y ya sabía predicar”, una forma satírica de retratar a los predicadores que ignoran lo que dicen, pero lo repiten como papagayos, memorizando lo que oyen decir a otros.

Siguiendo ese juego, se divierte narrándonos cómo su educación en determinado ambiente cultural va deformando ya desde la cuna estas disposiciones y cómo su primer maestro, el Cojo de Villaornate, empieza a viciarle ya desde el abecé y le enseña de una manera absurda las primeras letras. Luego, el pedante dómine de gramática le embrolla con su latinorum y, finalmente, los escolásticos del convento, con sus ergos y sus distingos, acaban de hacer el resto.

Fray Gerundio cae posteriormente en manos de fray Blas, predicador mayor del convento, quien le acoge con simpatía y le enseña las reglas de la oratoria, que recomendamos repasar a los aspirantes a “campazas” de nuestros días, ya que no queremos extendernos mucho más. Tal vez tan solo añadir una de las reglas que le recomienda: “el estilo sea siempre cerrado, ampuloso, erizado de latín y griego y altisonante”. Fray Gerundio es buen alumno y muy pronto llega a superar a su maestro.

A partir de la obra del padre Isla el nombre de fray Gerundio pasó a ser la denominación proverbial del orador extravagante y fatuo que ocupa el púlpito (o cualquier otro estrado) para hilvanar discursos vacíos de contenido, incoherentes, extemporáneos, revestidos de un falso culteranismo, ajenos a la sensibilidad y a las necesidades de los oyentes, alienantes, cargados de adjetivos y gerundios, que aburren a la par que aborregan a los oyentes.

El mismo maestro al que hacíamos referencia al inicio de este artículo, recomendaba con insistencia que el predicador debe hablar desde el púlpito “en román paladino, el idioma que habla el gañán con su vecino”, es decir, debe utilizar un lenguaje que todos puedan entender, lo cual no es sinónimo de ignorancia o carente de ciencia, sino todo lo contrario.

Imitadores o seguidores de fray Gerundio de Campazas haberlos los hay también en nuestros días; aún sin saberlo; sin tener idea de quién es su mentor en la distancia. Un recorrido por algunas iglesias y escuchar a sus predicadores, lo pondrá de manifiesto. Y si la pereza impide o dificulta seguir ese itinerario, es suficiente con que enchufen la cadena de televisión TBN y alguna otra semejante y tendrán una extensa galería de ejemplos que imitan y aún superan al ínclito fray Gerundio de Campazas.

Máximo García Ruiz
Nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y doctor en Teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología, Historia de las Religiones e Historia de los Bautistas en la Facultad Protestante de Teología UEBE durante 40 años (en la actualidad emérito) y profesor invitado de otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII; es uno de los dos únicos teólogos protestantes incluido en el Diccionario de Teólogos/as Contemporáneos editado por Monte Carmelo que recoge el perfil biográfico de los teólogos a nivel mundial más relevantes del siglo XX. Ha sido secretario ejecutivo y presidente del Consejo Evangélico de Madrid y ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 21 libros, y otros 12 en colaboración.

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