Creo en una Europa con una identidad común en la que nos encontremos todos. Es decir, apuesto por lo que de común tiene nuestra alma social y apuesto por tener como propios algunos conceptos elementales: la variedad en la unidad, el racionalismo, la solidaridad.
En 1901 se entregan por primera vez los premios Nobel y el de la paz recae ex aequo en Jean Henri Dunant y Frédéric Passy. Wilhelm Röntgen obtiene el de física por los rayos X; von Behring el de medicina por el descubrimiento de las antitoxinas que curan la difteria y el tétanos y el hoy completamente olvidado poeta Sully Prudhomme el de literatura.
Todos tenían en común ser europeos y tener un profundo concepto de la solidaridad. Ellos representan la esencia de lo que debería ser Europa y que nada tiene que ver con esta Unión Europea que hace aguas por el Sur y revienta por los albos (Albión) acantilados de Dover.
Hemos construido una Europa de barro que se sustenta en intereses dinerarios, nada de filosofía, nada de principios, nada de valores salvo bobas referencias al judeocristianismo y ninguna a hanseáticos, vikingos y árabes que también son nuestra historia.
Ahora Gran Bretaña propone la penúltima estocada a la Europa que soñáramos planteando no cumplir ninguna de las normas europeas para que los demás –continentales nos llaman- sigamos pasando por la gran caja de la City. Vamos, o aceptamos su chantaje o no juegan más. Pues que no jueguen más y sigan siendo los estirados de la Commonwealth.
Henry Dunant, un hombre de negocios, obtuvo el Nobel por haber inventado la Cruz Roja, la madre de todas las ONG, después de la sangrienta batalla de Solferino que, en junio de 1859, dejó 40.000 heridos y moribundos en el campo de batalla. El suizo no podía soportar la visión y convenció a gritos y con lágrimas, yendo casi de puerta en puerta y vecino por vecino, a los pueblos de la comarca para atender a cualquier herido sin importar el uniforme que llevara. Ese es el espíritu de Europa que muchos defendemos.
Röntgen ni siquiera consintió en dar su nombre a su descubrimiento que, por supuesto, no patentó porque quería que fuera un avance para la humanidad, no para su bolsillo. En la misma línea actuará Pierre Curie años después, pues tampoco patentó sus descubrimientos y murió enfermo por la radiación que absorbió durante sus investigaciones.
Esta es la Europa por la que deberíamos luchar, la Europa de los ciudadanos que creen que hay que trabajar para vivir y no al revés; que hay que ser solidario con los que no tienen; que hay que cobijar a los que huyen de guerras y calamidades; que hay que enseñar y compartir el saber; que hay que crecer mental y filosóficamente. Hasta hace nada Europa era la madre amante que acogía a cualquier descarriado; hoy somos la madrastra de todas las madrastras y tenemos alergia a compartir, a ayudar, a mejorar y a pensar.
Hemos convertido el mar Mediterráneo –Mare Nostrum aprendimos en el cole- en la mayor fosa común del planeta, una vergüenza llena de cruceros de lujo que solo miran su ombligo de empaque, champán y derroche barato y hortera mientras en sus aguas mueren decenas de miles de seres humanos que huyen. Nos hemos convertido en mediocres imitadores del american dream que nada tiene que ver con nosotros, que probablemente ni exista, y ya nos comportamos como miembros de la Deep America.
Tenemos movimientos neonazis que no paramos sino que amparamos y lo peor de la época imperial austrohúngara y de las monarquías que aún padecemos vuelve a aparecer por el horizonte como una recaída en la peor plaga de nuestra historia.
Gran Bretaña se quiere ir de Europa porque le parece que no somos lo suficientemente racistas, lo suficientemente egoístas y lo suficientemente avariciosos para su gusto. Europa, esa Europa que han conformado Merkel, Sarkozy, Berlusconi y hasta el débil de Rajoy ahora propone volvernos igual de asquerosos con tal de no perder el bisnes de la City. Pues solo se me ocurre una cosa: Fuck you all, assholes.