Hacerse el disimulado con niños y niñas

Ileana Alamilla[1]

Aspirar a que la mayoría de niños y niñas en Guatemala tengan acceso a computadoras y tecnología, paseos, visitas a La Aurora, a los museos, a tomar helados, a vacacionar y todas esas diversiones reservadas para una minoría es una reivindicación que mantendremos firmemente.

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Pero hay que dar pasos concretos y firmes para lograr algunas cosas que son imprescindibles si no se quiere seguir violentando derechos fundamentales.

Unicef tiene una tabla de derechos que vale la pena recordar en este marco de la celebración del Día del Niño y de la Niña:

  1. derecho a la vida y buena salud;
  2. a la educación, a estudiar, jugar y descansar;
  3. al amor y a la familia, a tener un hogar, a ser cuidado por sus progenitores, derecho a un nombre y una identidad;
  4. a un ambiente sano, a una alimentación adecuada, a una vivienda agradable y sana, a tener agua pura, un ambiente limpio;
  5. derecho a la diferencia, a ser tratado con igualdad, no importa el grupo étnico, costumbres o religiones;
  6. a cuidados especiales cuando tengan dificultades de oír, ver o caminar;
  7. a no trabajar antes de la edad permitida en la ley —aunque valdría la pena decir simplemente, a no trabajar—;
  8. a ser los primeros en obtener protección ante las catástrofes;
  9. a la libertad de expresión, a conocer, pensar, opinar, decidir y a reunirse con otros niños;
  10. al buen trato, a ser protegido de los abusos y de las drogas;
  11. derecho a la paz;
  12. a la justicia, a que se actúe de acuerdo con las leyes especiales cuando un niño o niña es señalado de la comisión de un delito.

Qué bonito se leen esas garantías, que en otros lugares son realidades.

En Guatemala apenas estamos abogando porque se logre rescatar a ese 49% de pequeños que padecen algún grado de desnutrición crónica, porque las aguas contaminadas sean saneadas; que los centros de Salud cuenten con alguna medicina para aliviar sus dolores; que hayan letrinas en sus ranchos, porque ese 1.2 millón de niños y niñas y adolescentes entre 5 y 18 años ingresen en el sistema escolar, porque se reduzca la alta tasa de mortalidad infantil y que ya no tengamos el drama de suicidios de menores atribuidos, en la mayoría de casos, a problemas emocionales, sentimentales, drogadicción o alcoholismo.

Cada 7.5 minutos, una adolescente se embaraza en Guatemala, niñitas de entre 10 y 14 años convertidas en madres; niños desaparecidos, abusos contra infantes, cada hora un niño (a) es ultrajado, bebés abandonados cada vez con más frecuencia, numerosos adolescentes sancionados y en conflicto con la ley.

¿Cómo podemos vivir y dormir tranquilos pensando solo en nosotros y nuestro entorno, sabiendo que la infancia y adolescencia guatemalteca, en su mayoría, carecen de todo? La existencia simultánea de pobreza y desigualdad provoca este cuadro desolador.

Menos mal que los empresarios están volviendo la vista a lo que llaman “el capital humano”, a ver si finalmente le entran a fondo al problema y no solo a lo que hay en la superficie. Se necesitan niños (as) nutridos y educados, pero sin olvidarse de la pobreza, la desigualdad y la exclusión. No hay que hacerse el disimulado.

  1. Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.
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