Quizá cuando la gente lea tu nombre no sepan que eras una de esas personas anónimas que mueren haciendo el bien a los demás. Me llama especialmente la atención el comunicado de prensa en el que reza que un empleado del Comité Internacional de Cruz Roja (CICR), ha recibido un disparo de muerte en Yemen.
No ha sido una muerte ni tampoco una muerte más; ha sido la muerte de Hanna Lanoud. ¿Y quién es Hanna? Hanna era un chico que siempre llevó a gala ayudar al prójimo, primero como voluntario de primeros auxilios y luego como empleado de la Cruz Roja Libanesa durante muchos años. Defendió los derechos humanos de las personas y en Yemen corrió el peor de los destinos.
Unos desconocidos le mataron a las afueras de Taiz cuando viajaba para visitar una cárcel. Hanna había pasado recientemente un cáncer y nunca dejó de apostar por los demás, porque en su juventud solamente le salía la palabra dar.
Y es dando en donde la ayuda humanitaria no se reconoce. Las horas, los días, los meses intentando ayudar a sobrevivir al prójimo para que en cualquier minuto la vida nos pague con esa moneda; esa que nos permite marcharnos como uno más. Y no debe ser así. Todas estas personas, como Hanna Lanoud, el joven libanés, no son uno más. Yemen está de luto porque uno de los que apoyaban el dolor, la hambruna y la enfermedad ya no está para cuidar a los que siguen aquí sufriendo. Hanna pueden ser todos esos voluntarios; todos esos médicos, enfermeras, personas anónimas que se van para ayudar a los demás. Y no son meros empleados, ayudantes o trabajadores; tienen un nombre y para los que estaban allí eran como ángeles caidos del cielo. Hanna era uno de ellos. Verle sonreír te hacía levantarte y ver el hambre con otros ojos porque te hacía seguir adelante.
¡Qué lamentable es decirlo desde un sofá y qué poco vemos lo que pasa en el mundo! Quizá, en algún lugar esté escrito que las personas como Hanna sean especiales, mueran de forma especial y ahora nos miren desde donde nos dicen que está el cielo. No hay cielo suficiente para albergar la limpieza de su mirada en donde tantos niños en brazos le pidieron árnica. No hay un corazón tan grande que pueda sustituir la labor silenciosa que hizo en aquel lugar. Y no solo es Hanna; son tantos otros que están sin que nadie lo sepa apostando por las vidas de las personas que estan frente al cólera o la hambruna siguen así solo para que la vida de los demás sea un poco más fácil.
En nombre de la humanidad que hoy te despide en un funeral lleno de dolor, gracias.
Descansa en paz. Allí encontrarás la paz que te arrebataron; esa que dabas cuando sonreías y apostabas de nuevo por seguir.