El tsunami causado por un terremoto de 9 grados en la escala Richter que sacudió la costa japonesa el Pacífico el 11 de marzo de 2011 y ocasionó el desastre nuclear de Fukushima fue un terrorífico, devastador apocalipsis que extinguió la vida del paisaje de la prefectura de Tōhoku. Un año después, el fotógrafo alemán Hans-Christian Schink viajó a la zona afectada para fotografiar las secuelas del tsunami en el paisaje. El resultado, publicado en el libro ‘Tōhoku’, será objeto de una exposición en la Fundación Alfred Ehrhardt de Berlín del 3 mayo al 29 junio de 2014.
La contraposición entre naturaleza y cultura es tema frecuente en las series de Hans-Christian Schink, en las que el hombre aparece más poderoso que la naturaleza, convertida en víctima de la civilización. Con la serie de fotografías de Tōhoku, en cambio, el fotógrafo hace un cambio de sentido y demuestra que también puede ser al revés. En comparación con sus construcciones de imágenes anteriores en los que la ausencia de personas fue el resultado de la selección de localizaciones, encuadres y la perspectivas, aquí la vida humana ha sido extinguida por la colosal fuerza bruta de la naturaleza.
Un ambiente post-apocalíptico oprime los pintorescos paisajes nevados que evocan la belleza de los grabados en madera japoneses. El paisaje parece como congelado. Una fina capa de nieve cubría las huellas de la catástrofe, que sólo son visibles de forma latente. Superficies limpias que antes se elevaban de las ciudades costeras permanecen yermas, congeladas en el momento de la solidificación. El desastre puede sentirse casi físicamente en el silencio abismal, la irrealidad y la lejanía que irradian las imágenes Schink. Para ello el fotógrafo recurre a estrategias mixtas de la imaginería del terror del lenguaje visual del romanticismo con una estructura estética de la imagen que le permite crear una vibrante expresión de lo sublime. El poder narrativo de la descripción de los sobrecogedores paisajes es amplificada por un sentimiento mixto de fascinación y amenaza.
Las aguas arrasaron con edificios, barcos y vehículos como si fueran juguetes de cartón a su paso y los arrastraron con incontrolada furia a otros lugares del interior. Las gigantescas columnas de protección de hormigón costeras fueron salvajemente remolinadas cual si estuvieran hechas de espuma de poliestireno. Un templo budista de madera de color rojo actúa como un gigante expulsado a la orilla de un bosque. Un autobús aparece «aparcado» en una casa. Un barco de pesca está varado en medio de un campo de arroz…
Las ruinas de las casas que han quedado en pie reviven en las imágenes de Schink el obligado estilo topográfico de las imágenes de arqueología industrial de Bernd y Hilla Becher, envueltas bajo una luz frontal, diagonal o lateral uniformemente pálida que les confiere una seductora belleza escultural. Intercaladas entre las imágenes panorámicas del paisaje, estos elaborados inventarios de devastación generan una sensación distante de la inmediatez que toca el sentimiento del observador.
«Incluso en los primeros disparos desprevenidos puede sentirse intuitivamente una tensión subyacente, una especie de dolor fantasma en los lugares donde antes la gente vivía y donde estaban sus casas», escribe Denis Brudna escribe en el prólogo del libro de Hans-Christian Schink Tōhoku (Hatje Cantz , 2013) . Pero hay alivio. Pronto se descubrirán en algunas tomas gente diminuta , como la persona que practica surf en una playa en medio de la caída de los copos de nieve. Así de mínimos son los signos,pero tan claro es el mensaje: la vida sigue.
Hans-Christian Schink, ‘Tōhoku’. Sakamoto, Nakahama, Prefectura Miyagi, 2012 Hans-Christian Schink, ‘Tōhoku’. Ogatsucho Ohama, Prefectura Miyagi, 2012 Hans-Christian Schink, Tōhoku. Otsuchi, Prefectura Iwate, 2012