¡He aquí un muestrario! (1)

La semana pasada no tuve tiempo de elaborar el acostumbrado comentario de cada sábado, y por eso, una vez más pido disculpas al equipo editor de este importante medio de comunicación y a las personas que regularmente siguen este aporte de divulgación periodística, muchas de las cuales lo han adoptado como una guía de consulta para disipar dudas.

Eso me agrada y me honra, pues la intención es aportar elementos con los que pudiera haber una mejora sustancial en el lenguaje escrito y oral. ¡Aunque suene a vanidad, y por más humilde que se pueda ser, siempre es y será agradable sentirse útil! ¿O no?

Muchas veces el motivo de la ausencia ha sido la inestabilidad del sistema eléctrico de Venezuela, que como muchos saben, está bastante deteriorado, sin que se vislumbre una mejora en corto plazo. Eso, sin dudas, afecta a las comunicaciones y por ende a las actividades cotidianas de ciudades y pueblos, dado que todo gira en torno de (no en torno a) la electricidad. Esta vez la culpa se me deberá imputar.

A todas esas, les expreso mi agradecimiento por la confianza, y les reitero la disposición de hacer lo que esté al alcance, en función de seguir compartiendo con ustedes herramientas con las que sea posible escribir bien y hablar de mejor manera. ¡Esa ha de ser la consigna!

El contenido de los artículos más recientes ha estado basado en situaciones viciadas que se han arraigado en los medios de comunicación, incluidas las redes sociales, lo cual ha hecho metástasis en el habla cotidiana, dado el inmenso poder inductivo que estos ejercen.

Las redes sociales, que ahora muchos redactores, para adornar su escritura, prefieren nombrarlas con las siglas R.R.S.S., están plagadas de impropiedades, sobre todo en cuanto al lenguaje, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente.

De esas impropiedades he hablado en reiteradas ocasiones, en atención a sugerencias y peticiones que regularmente recibo por correo electrónico y por otras vías. Es agradable saber que muchas personas han disipado sus dudas y han adquirido soltura en la redacción de textos; pero hay otras que «no dan pie con bola». Les mostraré varias, de manera sencilla, con el deseo de facilitar la comprensión. Será una pequeña muestra, por lo que este artículo no podrá ser juzgado como un tratado del tema, por esa y por otras razones.

Muchos periodistas y educadores, lamentablemente, no saben distinguir entre las formas ahí, hay y ay. Tienen sonidos parecidos, es decir, son homófonas; pero no tienen igual significado. Ahí es un adverbio de lugar: «Ahí donde estás parado». Hay es una forma del verbo haber: «Hay un solo problema». Ay es una interjección que se usa para expresar dolor u otras emociones. Suele usarse entre signos de admiración, toda vez que su tono es exclamativo. Hay un ejemplo que muchos autores emplean para englobar las tres formas, y que yo no voy a dejar pasar inadvertido: «Ahí hay un hombre que dice ¡ay! No creo que asimilar esta explicación sea difícil.

De la misma gama son halla, allá, haya y aya. Halla es de hallar (se), de encontrar (se): «La Academia de Bomberos de Chicago se halla en el lugar en el que en 1871 se produjo el gran incendio que destruyó la ciudad»; «La Fiscalía no halla la forma de convencer al jurado». Allá es un adverbio de lugar: «Allá en el camino real…». Haya es del verbo haber: «A lo mejor no haya problemas». En tanto que aya es la mujer que se encarga del cuidado y/o educación de niños y adolescentes: «Hoy llegará la nueva aya». Esa palabra, por lo menos en Venezuela, se usa muy poco, y a decir verdad, solo la he oído en las voces de actrices y actores mexicanos.

La que sí es usual, sobre todo en los llanos venezolanos, es «jayera», que sin dudas es una deformación fonética de aya, que ha dado origen al verbo «jayerear», con el que se alude a la función que cumple la aya y a la persona que es muy consentidora, aduladora; a esta última con intención peyorativa: «Por andar de jayera le dieron su merecido».

Pero, la que está de moda es «osea», que es una deformación gráfica de o sea, que equivale a «es decir». No hay día en que la malhadada palabra (por supuesto, deformada) no aparezca en medios digitales y redes sociales, de la autoría de algunas personas que ahora se hacen llamar influencer. De ese asunto no conozco mayor cosa; pero a juzgar por la palabra con la que les gusta que los identifiquen, es algo así como influir sobre la conducta y los hábitos del común de la gente, lo cual no tendría nada de malo.

En mi opinión, la mejor forma de influir sobre los demás, es hacer un buen uso del lenguaje escrito y oral, lo cual permitirá llamar las cosas por su nombre. Lo demás llegaría por añadidura.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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