Los nuevos tiempos traen consigo una nueva forma de comunicación. Si esto se limitara a transferir conocimiento; si fuera que todos los jóvenes tuvieran un tesauro como referencia, no estaría del todo mal.
En la España de hoy, los padres, esos padres, no todos los padres, ojo, han delegado la educación y sobre todo sí el conocimiento del todo, a ese móvil que compraron cuando los niños ni siquiera tenían una década de vida. Padres indulgentes, digitalmente distraídos, permisivos, en el fondo, cómodos porque en la responsabilidad de traer un hijo al mundo está saber educarlo para que sea independiente y esté formado.
El libre albedrío trae esas consecuencias que hoy se acusan y evitar que se forme no les permite elegir. Sin cultura no hay elección, solamente existe el fracaso como forma de vida y ellos tienen derecho a ser educados por usted, no por el móvil.
Anteriormente, en bares, ¡qué lugares! disfrutaron a lo ancho con sus amigos mientras el niño preso de ansiedad por jugar y salir de la silla que lo ataba, se vio confinado a ver esto y luego lo otro. Ora para comer, ora para dormir, ora para vivir…siempre con el móvil como profesor.
La comodidad se ha instalado en el área audiovisual y el cerebro ya no piensa, no crea, no sostiene lo que debería suceder cuando el menor de edad descubre la vida.
Lejos quedó la plastilina, el cuaderno o las ceras de colores; no digamos la comba, el parchís, la goma o el escondite. Y en el placer del juego que ya les ha sido arrebatado, aparecen niños compulsivos que no toleran la frustración cuyo aburrimiento les vence porque tienen que consumir más información visual a través de los patrones que les han educado, amén de los daños cognitivos que aparentemente no debutan.
Con esto llegan a los quince años y de nuevo el móvil les enseña qué es lo que deben hacer y qué es lo que no. Todo, incluso lo más insospechado lo adquieren a través del móvil, de los youtubers, instagramers y de la vecina que es muy mona, sin que sus padres sepan realmente qué está pasando. Un drama que los padres de las criaturas ni siquiera saben manejar ya. Aprenden qué es el sexo, cómo vestir, a quién seguir, se hacen veganos sin saber el porqué y otras historias que los padres acusan y no saben de dónde vienen las influencias que ya no son una forma de vida, son tendencias, ojo.
Los llamados límites que nunca fueron marcados, son el origen de casi todas las conductas que los padres modernos padecen hoy en día, porque la rebeldía pasada esa década prodigiosa, llega sí o sí. Decir no, nunca ha sido una razón y por ello, las restantes razones pasan por gritos, insultos y faltas de respeto que no solo sumergen al adolescente en un caos, sino que los resultados que se obtienen de él son cero.
Hablar sigue siendo la eterna falta, dado que los padres no disponen ni de tiempo ni tampoco tienen ganas porque el discurso se perdió, ya no se acuerdan cuándo. Pasar al menos una hora, solo una hora de calidad intercambiando dolor, amor, angustias y otras sensaciones, que puede manifestar el menor sería un comienzo, pero la llegada a casa se convierte en otro caos cuando la tele, la serie de turno y los wasaps invaden la mesa en donde todos cenan en silencio.
De ahí cada uno pasa a su habitación si no ha cenado solo en ella, porque los hogares se han convertido en hoteles y los padres o la tata de turno, en meros cuidadores de la prole. Jugar a juegos de mesa, compartir otras cosas como las tareas del hogar, hacer una comida juntos o ir al cine de tarde en tarde puede ser el segundo comienzo.
Recuperar la confianza, manejar los tiempos y aprehender lo perdido no es fácil llegados a una edad, momento en el que los padres están sobrepasados y solo aspiran a que la persona que es su hijo se vaya de Erasmus, viva con amigos o se «pire de casa ya», término que se usa ante el colapso de emociones que supone estar enfrente de desconocidos; personas que son sus hijos, por cierto.
Todo comenzó no saben cuándo y al final la persona ya casi adulta no se responsabiliza de nada porque la sobreprotección que ha recibido no les ha permitido crecer. Hacer los deberes del niño, no dejarles ninguna tarea, no hacerles responsables de sus cosas, no mantener un horario, no involucrarles en quehaceres, permitirles comer lo que deseen, hace que estos tiranos lleguen a gobernar el mundo en el que viven, su hogar, el lugar en donde todo les es permitido. Estos luego exigen en los trabajos, no saben lo que es el esfuerzo, creen que la vida es un click y sufren indefectiblemente cuando se dan cuenta en el primer batacazo.
En este sentido acaban con el binge drinking como forma de evasión en los fines de semana que comienzan los jueves y que les mantiene lejos de la realidad durante al menos tres, si no, cuatro días. Borracheras compulsivas, probar todo tipo de pastillas y evadirse de la realidad es el fin porque enfrentarse a ella sería reconocer las faltas, reconocer a sus padres y sufrir aún más. Personas ya adultas, que son vulnerables, frágiles aunque se crean los reyes del mambo, y cuya angustia vital les lleva a no saber realmente quiénes son.
La pregunta siempre es la misma, ¿quién tiene la culpa de todo esto? El móvil, la sociedad, el colegio, los amigos; los padres nunca porque reconocer la culpa sería un fracaso y el dinero y el bienestar lo compra todo, creen ellos.
¿Cuál es la razón de haber llegado hasta aquí? Quizá la comodidad de saber que los hijos del móvil les han permitido vivir más de una década con una niñera barata que los ha educado sin querer a esas personas que ya no sabemos quiénes son. El comienzo del cambio es hoy. Sucede un día y puede ser este. Si lo deja porque ya no puede más, probablemente el vínculo se rompa para siempre y usted pase a ser un banco que le proporciona billetes para subsistir, y eso no deja de ser triste, no deja de ser un abandono voluntario y ciertamente, no tiene vuelta atrás porque vivirá con ese fracaso de por vida.
Las conductas se mantienen por sus consecuencias, no lo olvide nunca.