Me encuentro con gentes sanas por esta tierra que a todos nos pertenece por auténtica. Nos saludamos, nos deseamos lo mejor de corazón, y seguimos un periplo que se tercia complejo siendo como es sencillo.
La medida de todas las cosas, como nos recordaba Aristóteles, es el ser humano. Por ende, lo que realizamos nos ha de encaminar a su curación, a su mejora, a su felicidad. Nada debe estorbarnos en ese propósito.
Las consideraciones de lo que nos supone el buen hacer constituyen la base del futuro que nos ha de prometer avances sin pensar en plazos. Sabemos dónde se hallan los oportunos itinerarios. Hemos de tomarlos sin más objetivos que el bien. Los resultados vendrán en época de cosecha, siguiendo el curso de la Naturaleza. No nos apuremos. El sentido se escudriña antes o después.
En consecuencia, abramos el corazón y observemos acontecimientos como el seguidamente descrito:
“Sucede pocas veces, y eso te salva. Hay puntos de inflexión en los que, con independencia de tonos, edades y contextos, te cruzas con alguien que podría sanarte de la soledad en compañía. Sabes que ese reflejo es forma y destino. Hay belleza, sí, pero hay algo más, mucho más.
Las miradas de segundos lo indican todo. El saludo es despedida, inspiración y tránsito hacia lo cotidiano. Lo piensas después desde una sensación de calma, y continúas.
No obstante, ese recuerdo, ese sabor, rezuma ternura y cariño. Con eso, de momento, tienes bastante”.
En honor a ese descubrimiento que no lo es, que rememora la solidaridad y la bondad más humanas, te fermentas esta reflexión: “Despiertas a un sueño que te lleva donde nadie tiene sueños excepto tú, que te encuentras despierta para dar con la vida que se amarra a algo que se parece a la felicidad. Despiertas y duermes con el sueño donde nos hallamos al fin, los dos, despiertos”.
Sabes que, en el fondo y en la forma, todo lo que merece la pena nos habla de amor. Todo es todo. Busquemos el cariño, por favor, en impresiones como las relatadas.