Cuando algunos creíamos superada la oscura época de la censura de todo tipo que tanto daño ha hecho a esta vieja piel de toro, hete aquí que de pronto nos volvemos a sumergir en la noche de los tiempos por mor de la censura impuesta a un cantante judío estadounidense en el festival Rototom de Benicàssim (Castellón), al que se pretendía obligar a firmar un escrito en contra de su voluntad. Es decir, que imponían una intolerancia pura y dura como peaje para actuar.
En este sentido, los responsables de dicho festival pretendían obligar al cantante Matisyahu, por el hecho de ser judío, a que se pronunciara “claramente contra la guerra y sobre el derecho del pueblo palestino a tener su propio Estado”. Todo ello, olvidando al parecer que la libertad de expresión está consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, organización a la que pertenece España, un país en el que según nuestra Constitución nadie puede ser discriminado en razón de sexo, edad, religión, credo político, etcétera. Frente a todo ello, la dirección del festival prefirió alinearse con el boicot al cantante orquestado por el grupo BDS País Valencià.
Ante semejante falta de libertad ha habido lógicamente reacciones de todo tipo, algunas de las cuales llaman la atención: por una parte, partidos como PP, PSOE, Ciudadanos y UPyD se han manifestado en contra de dicha medida, con argumentos como que es “intolerable que se imponga la intransigencia”, “es un hecho desgraciado una decisión mala y un precedente”, “es un actuación de antisemitismo”… mientras que por su parte a Izquierda Unida y a Podemos les ha parecido bien la decisión de vetar al cantante judío, argumentando Podemos en un comunicado que respeta la libertad de cada artista, pero también la libertad de cada festival para invitar a los artistas que considere más cercanos a sus valores. Pero lo que sucede es que el artista ya había sido contratado, y el boicot vino después, de manos de los intransigentes.
Es cierto que al día siguiente, y ante el escándalo provocado tanto a nivel nacional como internacional, la dirección del festival Rototom de Benicàssim ha rectificado, recogiendo velas y pidiendo disculpas ante lo que ha sido un hecho claramente discriminatorio por razón de credo o religión. En un comunicado han manifestado que “El Rototom rechaza el antisemitismo y cualquier tipo de discriminación religiosa; respetamos a la comunidad judía y pedimos sinceras disculpas por lo sucedido”. Este hecho les honra, pero el daño está hecho.
En primer lugar, porque la censura que algunos creíamos desterrada ha vuelto a asomar la patita no por debajo de la mesa, sino en la palestra de un festival que además está subvencionado con dinero público.
Por otra parte, hay que decir que el nombre de nuestro país ha dado la vuelta al mundo negativamente porque, nos guste o no, este fue el lugar de los hechos consumados, y finalmente porque el festival de marras va a ser recordado no por el buen hacer de sus artistas, que sin lugar a dudas tendrán una calidad contrastada, sino porque junto a la música se dieron cita la intolerancia y la censura.