Fue la economía la que iba a salvar la “Encyclopédie”, porque editores y libreros amenazaron con publicar los últimos volúmenes en Viena o en Moscú, si se les prohibía hacerlo en Francia. La gran riqueza que había reportado a la industria editorial francesa (daba empleo a un millar de impresores, grabadores, dibujantes, encuadernadores, entre otros oficios) y el prestigio internacional de la obra decidieron al nuevo rey, Luis XVI, a permitir que se terminara su publicación.
A pesar de sus ideas progresistas, de su anticlericalismo y de sus críticas a la política oficial, muy pocos enciclopedistas tuvieron un papel activo en la Revolución francesa, con la excepción de Alexandre Deleyre. Es verdad que en 1789 la mayoría eran de edad avanzada y algunos habían muerto pero, por otra parte, más que en la Revolución, los enciclopedistas confiaban en la evolución. Los revolucionarios aplastaron algunos de los valores de los enciclopedistas e incluso llegaron a ejecutar a uno de ellos, Antoine Allut, y también a Malesherbes, que había sido su protector. El objetivo de la “Encyclopédie” era el de la revolución intelectual más que la social y económica, así como contribuir al triunfo de las nuevas ideas sobre la intolerancia y la ortodoxia, aunque sus autores no supieron ver la llegada de la revolución industrial, cuyo germen tanto habían contribuido a plantar.