Conviene mirar lo que hacemos y no vivir en la disculpa permanente. Seguro que ganaremos en una felicidad real, duradera y, sobre todo, merecida.
El gusto por ayudar al prójimo, en vez de romper conceptos y personas, debe ser una premisa reiterada y cotidiana. A algunos conviene que les insistamos.
Amar es la promesa, el sueño, la evocación, la realidad, el círculo perfecto, la disposición que nos sana. El cariño es la necesidad que, una vez cumplida, nos equilibra, justifica y dota de felicidad.
Recordar que está en nuestras manos su presencia, su multiplicación, es reconocer que la historia personal y colectiva tiene mucho que ver con los hábitos en los que nos movemos.
No importa los esfuerzos de otros, o sí, pero, en todo caso, sin nuestra apuesta al cien por cien no puede haber resultados eficientes. La casualidad no existe. No olvidemos que si por azar encontráramos los caminos convenientes nunca daríamos con ellos, por no percibirlos como tales, claro. Las bases las debemos demostrar cada día.
Logremos con constancia gestar, conservar y expandir el diálogo interno y externo como posibilidad próxima de ser quiénes queremos. Nos hemos de sentar cara a cara y demostrar con hechos que las técnicas y las intuiciones nos relativizan hasta dar con lo objetivo-subjetivo que es la vida misma.
El mecanismo es sencillo, y está ahí. Cumplamos la promesa de la dicha. Hoy la vemos. ¡Que no escape!