Busco en mi librería y no encuentro «La Tierra herida» escrita mano a mano entre Miguel Delibes y Miguel Delibes de Castro, padre e hijo, editado por Destino en 2005; lo he debido dejar y no ha vuelto al hogar, lo lamento profundamente ya que es un libro de lo más interesante.
El padre desde su posición de lego en materias científicas, pero gran defensor y conocedor de la naturaleza, y su hijo biólogo e investigador del CSIC, entablan una conversación sobre los temas más amenazadores, actuales y preocupantes en relación con nuestro planeta y los peligros a los que nos enfrentamos.
El padre pregunta al hijo y éste desde su condición de científico que trabaja e investiga los problemas ecológicos va abordando todos ellos intentando explicarlos desde su condición y con el rigor que le da su formación, investigación y experiencia.
El cambio climático por calentamiento global, el agujero de la capa de ozono, la escasez de agua dulce, la desertificación, el calentamiento y subida del nivel del mar, la pérdida de diversidad…
Fue un libro que hace casi veinte años me impactó y que procuré difundir todo lo que pude, y en una de esas debió refugiarse en otra librería.
Recuerdo el libro contemplando las trágicas imágenes que nos llegan a la nave de la DANA producida esta semana en el Levante español, son desoladoras, la pérdida de vidas humanas es tremenda y el grado de destrucción inimaginable.
Y me viene a la cabeza porque en ese libro ya se nos advertía de la posibilidad de estos desastres naturales provocado por la actividad humana.
El calentamiento de los océanos y mares es una evidencia que está provocando estos fenómenos naturales cuando masas agua están sobrecalentadas dando lugar a nubes que suben a las capas más altas de la atmósfera y se encuentran con las corrientes de aire frío que provienen de los polos, su choque provoca la condensación del agua y las tremendas tormentas que estamos presenciando.
El calentamiento del mar Mediterráneo no es espontáneo, es fruto de nuestra actividad humana, fruto de la emisión a la atmósfera de los combustibles fósiles que utilizamos en nuestro desarrollo industrial, en nuestros coches y en nuestras viviendas.
El horror de las imágenes, la congoja que nos producen no deben hacernos olvidar el origen de estos desastres y ya va siendo hora de que tomemos conciencia del problema que tenemos encima. Ya va siendo hora de que los negacionistas del cambio climático queden arrinconados en su ignorancia.
Lo primero, sin duda, es ayudar con todos los medios posibles a las personas afectadas, consolarlas por la inmensa pérdida de sus seres queridos, limpiar todo lo inundado, reconstruir todo lo destruido, devolver la tranquilidad y la seguridad de lo cotidiano.
Ahora es tiempo de solidaridad, de ayudar en todo lo posible desde donde pueda cada cual. Es hora de que los profesionales hagan su trabajo, que sabemos que lo hacen con una entrega encomiable, es hora de que les apoyemos en lo que nos necesiten sin entorpecer su labor, pero estando dispuestos para lo que sea menester.
De la reacción de los responsables políticos mejor hablamos otro día, porque la respuesta dada deja mucho que desear desde la torpeza y lentitud mostrada en los primeros días por las autoridades autonómicas, responsables sin duda porque son sus competencias, hasta la falta de audacia por parte de la autoridad del Estado para asumir la responsabilidad ante la inoperancia vista.
Esa audacia mostrada en otros asuntos no se ha visto en esta tragedia, quizás por miedo a la respuesta de la jauría de los medios de comunicación y oposición más extremos. Pero la población, sobre todo la afectada, ha tenido la sensación de abandono, de lentitud en la respuesta al desastre, de que se está llegando tarde a todos las zonas afectadas.
Otro día habrá que hablar del diseño de esas ciudades, de cómo se ha podido construir en determinadas zonas, de por qué se han desviado cauces de ríos hacia una zonas y no hacia otras, de por qué se construyen calles y viales con materiales que no son permeables.
Sabemos la voracidad constructiva de los años sesenta y setenta, sin ningún control urbanístico, pero es que se ha seguido construyendo así, sin el más mínimo respeto a la naturaleza. Y luego vienen los desastres.
Y otro día habrá que hablar de los argumentos del libro que recordaba, de «La Tierra herida», y de lo que estemos dispuestos a hacer, de lo que estemos dispuestos a renunciar para que estos desastres naturales no sigan produciéndose, al menos aquellos que estén en nuestras manos poderlos evitar.
Las imágenes del desastres son terribles, pero las imágenes de la gente intentando reponerse y la solidaridad de la población acudiendo en masa a ayudar en las labores de recuperación o desde otros lugares colaborando con lo que tienen devuelven la esperanza y nos hacen pensar que no todo está perdido.