Le pregunto a un amigo «qué es la vida», buscando una premisa para compartir, puede que incluso como ejemplo. Me mira, duda, no porque no lo sepa, sino porque uno necesita tiempo para compartir algo tan transcendental.
En ese entretanto, le demando si es quizás «riesgo». Sonríe. Se toma más segundos. En esos instantes, que para mí son eternos, me siento fascinado por las heroicidades que ha protagonizado, que ha saboreado, incluso por aquellas que están pendientes de desarrollo.
«¿Emoción, entonces?», le añado como una suerte de apoyo mientras persigue vocablos que me libren de esa necesidad de conocer lo que seguramente todos llevamos dentro. Debemos hacer un esfuerzo recurrente por una indagación interior que nos invite a palpar las circunstancias de los demás.
«¿Es posible que sea voluntad, tesón?» Sigo con mis ansias. Me fijo en su mirada, que ya noto intencionada, para otear si hay asentimiento o aprobación de alguna guisa. Respira y conscientemente percibo que me anima a cuestionar más por esos lares.
Avanzo: «¿Constatas que es preciso el aprendizaje, la bondad y la cooperación para salir adelante? ¿Estás de acuerdo conmigo en que es fatiga y lucha, pero también distinción entre lo urgente y lo importante? ¿Están por encima de todo los valores, la calidad, en cada historia personal y colectiva?»
Es entonces cuando me cita a Miguel Ángel, quien reseñaba que sacaba sus preciosas esculturas quitando a la piedra lo que le sobraba. Eso me indica que debemos abandonar lo que no es relevante dando con la pureza que se resume en los términos que he utilizado. Es cierto, comentaba mi maestro Farias, que en una buena pregunta encontramos parte de la respuesta.
En todo caso, mi referente se muestra concluyente: «la vida es lo que hacemos de ella». Caigo en la cuenta que solo un hermano te habla así.