Nuestra época está dominada por la rapidez, dice Roberto Cataldi en este artículo de opinión, en el que señala que todo debe hacerse en el menor tiempo posible, y que daría la impresión de que ese es el mandato social; de allí el fast food en la gastronomía, o los tuits en el ámbito de las relaciones sociales como pensamiento inmediato, o en el espacio político como sucedáneo de acciones de gobierno al margen de los poderes constituidos, como es el caso del Parlamento, lo que revela poca seriedad.
Roberto Cataldi[1]
Cuando viajamos a otro lugar, lo primero que preguntamos es por el medio más rápido que nos llevará allí. Una rapidez que incluso nos conduce a la instantaneidad, como sucede a través de las redes sociales, y que me recuerda en cierto sentido a la sopa instantánea, que podemos prepararla como por arte de magia. Las horas, los minutos, los segundos cuentan.
Esto contrasta, por ejemplo, con la costumbre de los obreros ingleses que al final de la jornada se gratificaban en el pub charlando sobre los aconteceres de esa época victoriana, entre pinta y pinta, o lo que hoy sucede en el centro de Buenos Aires con el after office, donde la gente al final de una jornada agotadora, sobre todo los oficinistas, dedican unas horas simplemente a charlar, cerveza mediante, para luego retornar a sus casas, donde vuelven al rito de la computadora y del mundo virtual.
El ámbito académico actual no se halla muy distante de ese talante social, aquí también existen urgencias y requisitos cuyo cumplimiento demanda tiempo y dedicación. Quien quiera mantenerse en carrera tendrá que elaborar tesis, monografías, artículos de investigación, dar clases, conferencias y participar en mesas redondas o paneles de discusión. Más allá de la formación que cada uno tenga, convengamos que no siempre se está inspirado y pocas veces afloran ideas originales.
Al respecto, confieso que a lo largo de mi vida me han surgido varias ideas que creí originales, que llegué a estar convencido de que eran auténticamente mías y de nadie más, pero grande fue mi decepción cuando a través de la lectura supe que muchos años antes otro había mencionado esas ideas al pasar.
Esto suele sucederle a los que somos lectores de largo aliento, que permanentemente estamos hurgando, quizá para compensar nuestras limitaciones. Sin embargo, cuando leo los periódicos y hojeo las revistas de actualidad, me topo con mentes de capacidad extraordinaria para la creación o el invento según el relato del medio periodístico, genios que brotarían por doquier, claro que al analizar con rigor el contenido del hallazgo publicitario sólo encuentro mediocridad y simulación.
Pero volviendo al ámbito académico, estando en Europa, un investigador en antropología, que se pasa la vida haciendo excavaciones en Medio Oriente, me comentó que todos los años debía presentar una comunicación en inglés sobre sus hallazgos científicos, que se publicaba en los Estados Unidos, y que había años muy flojos, donde la productividad caía mucho pese a su esfuerzo y dedicación, pero debía ingeniárselas para cumplir con ese requisito ineludible que le permitía conservar el trabajo.
El aprendizaje
Los seres humanos vamos adquiriendo nuestra cultura desde la infancia por imitación. En efecto, desde esa temprana edad penetra la cultura gracias a la imitación, pues no se da por generación espontánea. Lo cierto es que hoy el tema del aprendizaje es motivo de investigación, y son muy interesantes los aportes de las neurociencias (o psicociencias).
Recuerdo que siendo estudiante universitario creía que quien hacía una tesis doctoral debía llegar a resultados totalmente originales, nunca publicados ni explicitados por otro. Luego advertí que esto fue, ha sido y es, un mito. Entendí que el objetivo de la tesis es que el autor (apadrinado por una autoridad en la materia) revele que sabe manejar el método científico y que ha hecho una experiencia meritoria con el tema escogido, por lo cual la universidad le otorga el grado académico más alto, que es el de “doctor”.
Está claro que nadie redacta una tesis a partir de la nada, siempre debemos comenzar por la investigación bibliográfica sobre el tema y, estamos obligados a citar los autores de las lecturas que hemos consultado. Pero el problema se presenta cuando se toman ideas, observaciones o investigaciones ajenas y deliberadamente se las hace pasar como propias. Hay individuos que se apropian de párrafos enteros, que ni siquiera se molestaron en modificar la redacción del original, probablemente por falta de tiempo o quizá por pereza.
Siendo un joven médico con varios años en la profesión y luego de haber publicado un manual sobre redacción médica, me llamó un amigo librero para preguntarme si yo estaba dispuesto a hacerle la tesis a otro colega a cambio de una importante suma de dinero. Le dije que solo aceptaría esa suma si él la hiciese bajo mi tutela, pero no aceptó porque carecía de tiempo, sólo necesitaba comprar una tesis, pues, entonces ésta daba una cierta jerarquía en la consideración social que hoy se ha extinguido, junto con el paradigma del esfuerzo personal y de la ética del trabajo.
El plagio
Cuando uno lee varias horas al día, y lee de todo, es habitual que se apropie de ideas y, a la hora de escribir, algunas de esas ideas surjan como propias o tal vez las recuerde borrosamente de alguna lectura, e incluso no logre identificar al autor. De allí que yo tenga por costumbre declarar que en mis escritos nada es original, a lo sumo la manera de exponer ciertas ideas, o la alquimia que se me ocurre para armar el texto, ya que tengo una natural inclinación por lo híbrido y también por lo heterodoxo.
El plagio siempre existió y la ley lo considera un delito. Hoy por hoy se lo detecta con mucha facilidad y se lo denuncia rápidamente, para eso están las redes sociales. En estos últimos años se han denunciado varios casos de funcionarios del Estado, del más alto nivel, que pescados en el delito se vieron obligados a renunciar, e incluso hubo universidades que con sentido de justicia les retiraron el título. Éste no es el caso de un rector de una universidad española acusado de una docena de plagios, quien desde hace meses sigue resistiendo en su hábitat académico como si se tratase del sitio de Stalingrado. Tanto se ha divulgado el hecho en la península, que El Roto, en El País de Madrid, publicó una graciosa viñeta, donde una joven estudiante dice: “En la universidad no te dejan copiar hasta que no llegas a catedrático”.
Nuestro mundo está plagado de ficciones de todo tipo. La palabra ficción viene de “fingir”, y en el ámbito de la narrativa se refiere a la novela, al cuento, u otras formas literarias elaboradas con sucesos y personajes imaginarios. Y la ficción no sería extraña a lo virtual, ya que aquí se hace mención de aquello que tiene apariencia de ser real, pero que en el fondo su existencia no es real.
Un ejemplo de doctrina o de ideología dogmática lo tenemos con las “ficciones jurídicas”. Al respecto, un doctrinario del derecho sostiene que la Ley crea su propia realidad y lo hace a través de un instrumento, que es la norma. Pues bien, tenemos algunas normas de valoración rígida (no admiten réplica) y se explicitan como si se tratase de verdades absolutas, lo grave es que aunque pugnen con la verdad, la existencia real o la realidad, debemos atenernos a ellas, no nos queda más remedio. Luego tenemos otras ficciones, algunas francamente tilingas, que incluso atraen multitudes, como las que podemos observar en la televisión, en ciertos espectáculos deportivos o en mítines políticos, y otras más bien impostadas que por su semblante severo procuran inspirar confianza, como acontece en el ámbito de la ciencia y de los altos estudios; pero en el fondo todas siguen siendo ficciones. En fin, tenemos relatos ficcionales y consecuencias post-ficcionales nada inocentes.
En mi etapa veinteañera leí “1984”. Debería releerla, sobre todo ahora que es un best sellers en los Estados Unidos y en Europa. George Orwell fue herido en el frente de batalla y en su etapa de convalecencia denunció las trampas de los totalitarismos del momento y también del capitalismo. Ante el resurgimiento de los autoritarismos, “1984” vuelve a las librerías con su Gran Hermano y su Ministerio de la Verdad. Orwell no fue Nostradamus, pero en 1948 (año en que nací) escribió una novela donde reflejaba la tentación autoritaria en las sociedades, así como la ideología del poder, el control de las élites, y explicó la realidad a través de la ficción, por eso es un referente.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)