Nacido en París en una familia ilustrada de origen polaco (su padre era historiador de Arte), hermano del escritor Pierre Klossowski, Balthus (1908-2001) se formó en un ambiente cultural privilegiado, bajo la protección del poeta Rainer María Rilke (dicen que amante de su madre) y del pintor Pierre Bonnard, con los que inició una carrera cuya obra algunos sitúan entre el surrealismo y el realismo mágico, con influencias del Renacimiento (Masaccio, Piero della Francesca) y el naturalismo (Courbet).
Disciplinado copista de David, Poussin y Chardin en largas sesiones en el Louvre, nunca le interesaron las vanguardias y nunca siguió los movimientos en boga, por eso Picasso apreciaba su pintura: era el único que no había intentado imitarle, según le dijo en una ocasión.
Desde los primeros años, su obra estuvo bien valorada primero por una minoría que adquiría sus cuadros a precios ya considerables y más tarde integrado plenamente en el mercado junto a las grandes firmas del siglo XX.
En 1962 se casó en segundas nupcias con la artista japonesa Setsuko Ideta, de diecinueve años (su primera mujer fue Antoinette de Watteville, una aristócrata que posó como modelo en algunos de sus cuadros), quien influyó en su pintura preparando sus colores y haciéndolos más brillantes. Con ella se trasladó a vivir a Suiza hasta su muerte.
Su longevidad (le gustaba bromear diciendo que por haber nacido un 29 de febrero sólo cumplía años cada cuatro) le posibilitó atravesar la práctica totalidad del siglo XX como uno de los artistas (él prefería calificarse de artesano) testigos de todos los movimientos y las vanguardias europeas y americanas.
Desde siempre Balthus estuvo obsesionado con representar la infancia, esa infancia que Lewis Carroll retratara en “Alicia en el país de las maravillas” y en las fotografías de Alicia Liddel, ingenuas y eróticas al mismo tiempo.
Uno de los elementos más polémicos de su pintura son esas figuras femeninas de adolescentes dotadas de una sexualidad ambivalente, entre la inocencia y la provocación, que aún hoy son objeto de críticas por parte de sectores moralistas conservadores.
En 2017 “Thérèse soñando” provocó la recogida de más de once mil firmas pidiendo su retirada del Metropolitan Museum de Nueva York. El pintor siempre dijo que no eran sino “ángeles”, una calificación ambigua, entre lo profano y lo religioso, que hay que ponderar teniendo en cuenta la confesada religiosidad del propio Balthus (“pintar es rezar”, dijo en una ocasión), devoto de la virgen de Czestochowa, y que presumía de haber recibido un rosario de manos del mismo Juan Pablo II.
Una representativa retrospectiva
Algunas de esas “niñas” pueden verse en una muestra de la obra de Balthus que estos días se expone en el museo Thyssen Bornemisza de Madrid. Niñas dormidas, concentradas, quitándose la ropa o en actitudes poco ortodoxas. Según Balthus, lo que quería pintar con estos cuadros era “el secreto del alma y la tensión oscura y a la vez luminosa de su capullo aún sin abrir del todo”.
No fueron estas niñas las únicas que escandalizaron en las exposiciones de Balthus. En 1934 su cuadro “La calle” (también en esta exposición) suscitó una encendida polémica hasta el punto de que el comprador de la obra le pidió que volviera a pintar la mano de un acosador más separada del lugar donde la había pintado originalmente.
Una vocación temprana esta de escandalizar: en 1934, a los veintiséis años, “La lección de guitarra” ya había provocado reacciones similares. Pero en la obra de Balthus hay también paisajes (“El valle de Yonne”), bodegones (un detalle que no pasa desapercibido es que en todos ellos el pan siempre está atravesado por un cuchillo), escenas detenidas en el tiempo (“La partida de naipes”), muchas de ellas con elementos como espejos y gatos que se repiten obsesivamente (su autorretrato lo tituló “El rey de los gatos”) y a veces juntos como en “El gato en el espejo III”, ambos, gato y espejo, en compañía, cómo no, de una adolescente. Se pintó a sí mismo también en “La toilette de Cathy”, identificándose con Heatcliff, el protagonista de “Cumbres borrascosas”.
De los aproximadamente trescientos cuadros que pintó Balthus durante su vida aquí se pueden ver 47, pero entre ellos están los más importantes.
La instalación de las obras se ha dispuesto en orden cronológico, de manera que pueda resultar más clara la evolución de su pintura, desde sus primeros paisajes de París y los retratos, como “Los hermanos Blanchard”, un cuadro que Picasso le compró a Balthus.
No es una obra considerable en número la de Balthus, aunque habría que añadir también sus trabajos para la Villa de Médici, de la que fue director durante dieciséis años.
- TÍTULO: Balthus
- LUGAR. Museo Thyssen Bornemisza. Madrid
- ECHAS. Hasta el 26 de mayo (26:05:2019)