Perder no es bueno. No es lo mejor que le puede pasar a uno. Pero tiene una ventaja. Enseguida florece cerca la palabra dignidad. Sobre todo si la derrota es ignominiosa. Si es un desprestigio que acerca a la muerte e incluso lleva a ella. La muerte. El dolor. El trauma.
Sin saber engañar a la muerte —como Cerati y Páez sí saben en la canción de Fito Páez—, perder puede acabar por ser algo bueno. Puede dejar de ser lo peor y transformarse en algo útil, benéfico. La velocidad del tiempo es la canción, por cierto.
Perder o ganar se llamaba un disco fabuloso del grupo Los Elegantes: cantan en la canción que le daba título que perderoganarnenaessólounjuegodeazar. “En el mundo estarás como un náufrago sin suerte, tu confidente fue el güisqui seco de un bar”. El lado fardón de la derrota. Uno puede ser el protagonista romántico de una canción, aun siendo un simple sintecho.
Saber perder es el título de una novela magnífica de David Trueba. ¿Se puede aprender a perder? ¿O tal vez uno sabe perder a base de perder, a base de forjarse como un perdedor? La derrota como estado gaseoso vital en el que acomodarse respirando trauma. No recuerdo gran cosa de la trama de la novela de Trueba, algo que me ocurre con muchas de las que leo, incluidas las que me han fascinado, como es su caso. Pero hay perdedores en la novela, sí. Un perdedor siempre engrandece la literatura salida del entusiasmo artístico de alguien conmovido y conmovedor. Siente a un perdedor a su mesa para la gloria.
¿Qué pasa cuando estudiamos el pasado y queremos explicarlo como una derrota, como el tiempo en el que los nuestros perdieron, una guerra, sin ir más lejos? ¿Escribimos Historia cuando vamos al pasado a explicarles a los nuestros que hubo un tiempo que aún perdura, que no se ha restablecido todavía, en el que fue derrotado aquello que seguimos sin poder ser completamente? ¿O lo que hacemos es reivindicar eso a lo que se llama memoria histórica como el relato necesario que sirva para erradicar lo que pasó y volver a fundar el futuro de lo que hubo de haber pasado?
No, perder no es bueno. Saber perder no corrige el dolor de la derrota. Saber entender el pasado sí. Saber entender el pasado sí corrige el dolor de la derrota. Porque explica quiénes fueron derrotados, cómo y cuándo y por qué fueron derrotados. La Historia ayuda a distinguir a los muertos de los vivos. Para perder se necesita vivir. Mi abuelo materno sí perdió una guerra. Y a punto estuvo de perder la vida por perderla. Yo sé por qué la perdió y por qué su derrota ya no importa.