Ayer, 1 de diciembre de 2018, el controvertido Enrique Peña Nieto entregó la banda presidencial, símbolo de máximo estatus del país, a su sucesor, Andrés Manuel López Obrador, Amlo en el lenguaje coloquial, quien la recibió de manos del presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo.
El nuevo presidente se ha comprometido a que su gobierno represente a ricos y pobres, creyentes y librepensadores. “Vamos a gobernar para todos, pero vamos a dar preferencia a los vulnerables y los desposeídos. Por el bien de todos, primero los pobres”, aseguró, y que inicia la cuarta transformación de la vida pública de México y un cambio en el régimen político.
“A partir de ahora se llevará a cabo una transformación profunda y radical, porque se acabará con la corrupción y la impunidad; se acabará con lo que impide el renacimiento de México”, subrayó el titular del Ejecutivo. También se ha comprometido a dar cuenta de sus gestiones y las de su equipo, en aras de acabar con la corrupción y lograr un país “de paz y justicia”.
En su discurso recordó a todos que ha llegado a la presidencia “después de muchos años de lucha personal y colectiva (…) llegamos después de muchos años sin dejar la dignidad en el camino, manteniendo en alto nuestros ideales, nuestros principios. Mi honestidad es lo que estimo más importante en mi vida. Estoy preparado para no fallarle al pueblo”, apuntó.
Una frase que pronunció y que pasará a la historia es: “empeño mi honor y mi palabra. Gobernaré con entrega total a la causa pública”. Seguramente, habrá sido apuntada por miles de priistas, panistas y demás partidos que asistieron a la toma de posesión.
Quién es López Obrador
Nació en 1953 en la localidad de Macuspana, en el Estado de Tabasco, y acaba de cumplir 65 años el pasado 13 de noviembre. Padre de cuatro hijos, se quedó viudo en 2003 y se volvió a casar en 2006 con Beatriz Gutiérrez Müller.
Se licenció en Ciencias Políticas y Administración Pública por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su carrera política comenzó pronto, en 1976, al apoyar la candidatura del poeta tabasqueño Carlos Pellicer para senador. Al año siguiente fue nombrado director del Instituto Indigenista de Tabasco, y se afilió al PRI (al que pertenece también Peña Nieto). En ese partido estuvo hasta 1989, cuando Cuauhtémoc Cárdenas creó el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y se unió a él. Varios años más tarde, en 1996, ocupó la presidencia de ese partido, en el que se mantuvo por espacio de tres años. En ese trienio obtuvo los mayores logros electorales y la mayor presencia nacional que ese partido político había tenido desde su fundación, llegando a ser la segunda fuerza, con 125 diputados, de un total de 500.
El año 2000 fue el punto álgido de su carrera política, al ganar las elecciones del entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México) como presidente municipal (alcalde). Con ese cargo como trampolín, y dejando una gestión más que aceptable de la ciudad, intenta alcanzar la presidencia del país en 2006, contendiendo con Felipe Calderón, quien representaba al Partido Acción Democrática (PAN). Ganó Calderón, pero fueron unas elecciones muy problemáticas, pues Obrador y sus seguidores trataron de demostrar que habían sido amañadas, y exigieron un nuevo recuento de votos. No lo logró.
A finales de 2011 fundó el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y se dispuso a pelear nuevamente la gubernatura nacional. Tampoco lo logró. Enrique Peña Nieto se hizo con la presidencia y comenzó una época de cambios en forma de “reformas estructurales” que ha sumido al país en mayor pobreza, más corrupción y más inseguridad.
Los retos que le esperan
Quien escribe esto se ha pasado todo el sexenio “peñista” en México. Puedo asegurar que lo que le espera a Obrador no es un camino de rosas. El país goza de grandes recursos, pero están en manos de unos pocos. La población es pobre, muy pobre, pero el país no. Sus recursos petroleros y una buena gestión de su magnífica naturaleza podrían dar suficiente para que los mexicanos vivieran modestamente, pero sin miseria.
Peña Nieto puso en marcha reformas que iban a “despegar” el país, según sus campañas. Campañas de autobombo que se han pagado, por supuesto, con el dinero de los mexicanos, y que han supuesto millones de pesos. Se habla de 2000 millones de dólares, algo inaudito cuando en el país hay 53,4 millones de pobres y otros 9,4 en pobreza extrema (son cifras oficiales de Coneval, la Comisión Nacional de Evolución de la Política de Desarrollo Social).
Fueron once “reformas” las impulsadas por el anterior presidente que se aprobaron en los primeros veinte meses: laboral, económica, telecomunicaciones, financiera, hacienda, político-electoral, educativa, seguridad social, energética, transparencia, y procedimientos penales. No merece la pena entrar en cada una de ellas, pues exigiría un gran tomo, no un artículo.
Basta decir que la reforma energética ha hecho más ricos a los que ya lo eran, que los pozos petrolíferos que se han ido “descubriendo” lo gestionan afines a políticos actuales y de otros sexenios, que la gasolina es más cara en México que en Estado Unidos, y que las refinerías estadounidenses procesan más que nunca, porque no se ha invertido ni un peso en las mexicanas.
Que la reforma educativa consistió en poner en marcha evaluaciones a los maestros, pero sin tocar la materia educativa que se impartía. Se trató de quitarle poder al sindicato educativo, metiendo en la cárcel a su presidenta (Elba Esther Gordillo), quien ya salió de ella tras pasarse el sexenio en clínicas privadas por motivos de “salud”. Era molesta porque se puso en contra de Peña Nieto y le desafió.
Que la de telecomunicaciones ha redistribuido las televisiones, radio, telefonía e internet entre las camarilla de la vieja guardia política y empresarios afines, porque el supuesto beneficio para los ciudadanos, que iban a pagar menos por las tarifas, según decían, se han quedado en aguas de borraja.
Se trataba, según afirmaba el gobierno, de elevar la productividad para impulsar el crecimiento económico, fortalecer y ampliar los derechos de los mexicanos, y afianzar el régimen democrático y de libertades.
El nuevo sistema penal acusatorio pretendía mejorar la impartición de justicia. Ningún mexicano lo ha notado. Siguen los abusos de las fuerzas de seguridad, los secuestros se han incrementado, las desapariciones forzadas están a la orden del día, la impunidad es una realidad terrible…, y los ciudadanos ya no soportaban más. Ese es el motivo por el que se han agarrado a AMLO como una tabla de salvación.
PAN y PRD firmaron un “pacto por México” para apoyar las reformas. Es decir, son cómplices de los desmanes priistas. Obrador tiene que entrar a saco en cada una de ellas para adecuarlas a las necesidades reales del país, de sus ciudadanos, no a los bolsillos de los que medran alrededor de los presidentes. Tiene un trabajo ingente que va a ser muy difícil de sobrellevar.
México es un gran país. Los mexicanos son magníficas personas, pero sus gobernantes son nefastos. López Obrador tiene en sus manos revertirlo. Por lo menos, debe aportar algo de dignidad a eso que se llama “servidores públicos”. Me consta que hay gente dispuesta a que lo consiga.
Señor presidente, bienvenido!