No existe preámbulo posible cuando la intención es llana
No caben rodeos ni son oportunos los escapes por vericuetos de normas si una pulsión de vida se nos rebela contra la muerte que portamos en los bolsillos del alma como un documento de identidad. Sólo nos resta buscarnos en la profundidad oscura de unos ojos y zambullirnos en ellos, buscarle la lengua a quien los porta y hacerle la más genuina declaración de amor la cual, de tan personal que es, sacuda los escombros universales.
Cuando la pasión se anuncia no conviene andarse por las ramas. Y, sin embargo, vale la pena tomar en cuenta ciertas consideraciones que permitan llegar de la copa alzada en brindis jubiloso a la raíz del sentimiento que va de uno a otro continente.
Considerando que ningún documento es exhaustivo y por eso perdonamos las ausencias, huecos, baches o como quiera que se les quiera llamar a lo que se les olvidó a los compañeros y compañeras que en el transcurso de estos tiempos han redactado cuanta declaración, pacto, convenio, protocolo u otros instrumentos jurídicos similares que a bien han tenido formular;
Considerando que mientras más papeles llenemos de buenas intenciones más mullido será el colchón que recubra el suelo del infierno que nos espera;
Considerando que es necesario hacer las tareas en colectivo (ya que la ociosidad es la madre de todos los vicios y la soledad la madre de todas las frustraciones) y por tanto optamos por compartir las letras, las chaquetas y abrigos, los tragos (sean éstos de vino o los de amargas lágrimas), los oficios y, por supuesto, la construcción de una sociedad más digna;
Considerando que a veces las aspiraciones tienen más peso que las mismas necesidades; Quienes habitamos en la penumbra del deseo presentamos la siguiente Declaración de los Derechos que Faltaron a fin de remediar el olvido de quienes en 1948 redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Tenemos derecho:
Primero: a la memoria individual y colectiva, al reconocimiento de nuestro aporte histórico y ético por más guiñapo que parezca a la mirada desconfiada de quien no quiso acompañarnos.
Segundo: a que no nos engañen con mentiras enquistadas, a que el espejo nos cante nuestras verdades. A que no nos metan gato por liebre (a menos que por fin nos muestren la quinta pata del gato).
Tercero: a hacer inventario de los graffitis que animan las luchas y dejan un sabor sabroso en las retinas.
Cuarto: a sabernos todos los cuentos de nuestra comunidad; a soñar con los descansos de la escalera de nuestro barrio donde coincide la peña para beber cerveza; a que se reconozca como patrimonio cultural el farol noctámbulo de aquel jardín donde se enamoran hasta quienes más desenamoradamente viven.
Quinto: al empecinamiento, tenacidad insoslayable contra la desidia, terquedad sin freno que anima revoluciones, voluntad de continuar construyendo pese a los desencantos, posibilidad de recoger las migajitas del corazón destrozado y sanarlo sana-sana-culito-de-rana-si-no-sana-hoy-sanará-mañana cuando le inventemos un nuevo calzado bien a propósito para las seducciones.
Sexto: a despecharnos torrencialmente y a nuestro antojo; mandar al mundo a que se de una vuelta y nos recoja mañana al atardecer; llorar a brazo partido, despedirnos de la entereza y reconocernos vulnerables; pedir taima aunque jamás rendirnos absolutamente; buscar el mejor de los boleros y escucharlo quinientas cuarenta y siete veces y media hasta que alguien más morriñoso aún, nos enseñe que es bueno extrañar las ausencias apretando una mano amiga.
Séptimo: de frente y a cuatro brazos, sin palmadita en la espalda, ni besito al aire, queremos, por último, declarar el derecho a los abrazos completos, pronunciamiento sin mediar palabras, proclama atrevida de amistad suburbana, barrena de las barreras sociales, envoltura del deseo, atracción de la carne por el alma misma, ternura en son de milagro, viaje en clave de Sol mayor.
Esta breve declaración adoptada y proclamada en la comisura de un día cualquiera entrará en vigencia para la Asamblea General de la Utopía al contar con tu firma sin que haya necesidad de ratificación alguna pues creemos en tu palabra.
- Palabra: Ileana Ruiz
- Ilustración: Xulio Formoso