¡El pasado perfecto es tan emocionante, qué dichosos los perfectos, y qué cansadas sus reflexiones pluscuamperfectas! Eso sí, el futuro ya no es lo que era porque el pasado sigue sin pasar, tiene una resistencia magnífica a quedarse en el lugar donde se merece. Y el presente ignora el pasado, inventado por unos, rescatado con el interés del saqueador por los otros, respetado en su quietud de resistencia sólo por las gentes del oficio de los historiadores.
La Historia va al pasado sin acritud, sumida en un respeto venerable por el puro conocimiento, pero no por el mero conocimiento. Al pasado se va limpio, no para ejercer de árbitro ni traerse a ningún muerto. Y menos a matar a nadie. A eso van al pasado los que no visitan el pasado para buscar, en su destreza de futilidad inane, la hermosura, lo terrible, la ambigüedad, lo mediocre y cuanto en él haya de apariencia mágica o de certeza singular.
Los historiadores de verdad, los que sabemos qué es la Historia y para qué sirve, vamos a lo pretérito para explicarle a la sociedad civil cómo ha llegado hasta aquí. No sabríamos decirla por qué ha llegado a donde ha llegado, pero sí cuáles son las principales causas de que el presente tenga este aspecto inconfundible de realidad extrañamente cercana.
El pasado, el presente y el futuro, lo que fue, lo que está siendo y lo que será. Ni siquiera el porvenir deja de ser asunto de los historiadores, porque en el mañana seguirá habiendo restos de lo que aconteció. De una manera o de otra.