¡Cuánta sensibilidad!
El Machismo con los piropos se pasea a sus anchas por las calles del sexismo. Hay quienes dirán que hay piropos y piropos, pero en esta culturO huevolucionada y machista, está claro que la intención no hay que perderla de vista.
Narcisa y Marisa de 16 años van paseando por un parque, hablan sobre cómo les han ido los exámenes de la última evaluación. Después pasan al tema del chico que les gusta… van enfrascadas en su conversación y oyen: “A vosotras os mataba yo como a las cucarachas ¡a polvos!”… esto es un hecho real.
Hace falta tener ganas de hacerse el grosero ¿es necesario por ser mujer, tener que escuchar semejante vulgaridad? Creo que desde entonces mis oídos se hicieron tan sensibles que no aguantan el ruido.
Donde estén: respeto, simpatía, delicadeza, educación, sensibilidad, elegancia, empatía, responsabilidad, ternura, sentido del humor, sonrisa, afecto, reciprocidad de trato, solidaridad, mente abierta, inteligencia…
Que se quiten: cosificación sexual, violencia, groserías, desconsideración, insulto, necedad, maltrato, desprecio, manipulación, sometimiento, dominio, paternalismo, tutorización…
Mucus, inteligencia natural de un moco completamente congestionado, en esta conversación con Bolonio el «huevonudo», trata de aclarar que:
La auténtica crisis es la “sesual”,
pues abandona respeto y sensibilidad
por cosificación sexual.
Existen situaciones de diálogos y sociales hombre-mujeres, mujeres-hombre, que según la circunstancia son algo grato o una simple grosería inaceptable; depende, el de este artículo, de ejemplo, es groserísimo.
El piropo podría estar en tales dimensiones, de circunstancias, y, en ocasiones, también depende de quien lo reciba y su estado de ánimo. En los últimos años, en Chile, mientras surge un movimiento femenino anti-piropo que apunta a legislar del tema, he apreciado que está surgiendo una pequeña tendencia inversa que avanza: los piropos femeninos hacia los varones.
Otro asunto es que en temas de moda y mediáticos, se termina en una paranoia intranquilizante. Hoy en día, cuando ando de transeúnte continuamente choco con postes, puertas, escalones (así que marcho lento mejor y siempre con gorro), porque si caminan delante de mi mujeres notorias, mejor llevo la mirada al suelo, al cielo o al lado, para que no haya equívocos molestos para mí. Conservo mejor distancia que cuando conduzco automóvil.
Cuando viajo a Santiago, donde el Metro anda repleto a todas horas, en un empujón masivo uno quizás donde puede terminar atracado involuntariamente. O interpongo un maletín de fibra (mas amigable) por delante del cuerpo o cruzo las manos al pecho, bien arriba, como en penitencia (y en realidad me lo enseñó un amigo de la ciudad), el problema es que quedo más a la deriva de la marea humana, hasta con peligro de caídas. Y no llevo nada en los bolsillos del pantalón.