María Jesús Mingot: Los zapatos más feos del mundo

Teodosio Fernández[1]

Quien reseña una obra (y más si es de ficción) debe atraer hacia ella la atención de los lectores sin que tal pretensión afecte al misterio que esos lectores deben desvelar por sí mismos. Mis referencias a lo narrado en Los zapatos más feos del mundo no serán más precisas que las ofrecidas en la contracubierta del volumen y que me atrevo a resumir: unos zapatos que no encuentran comprador quedan abandonados junto a unos contenedores de basura, de donde los recata un niño de doce años destinado a vivir con ellos experiencias extraordinarias.

portada-los-zapatos María Jesús Mingot: Los zapatos más feos del mundoHace no mucho tiempo disfruté con la lectura de Un mundo en una caja, relato destinado a un público infantil y juvenil que me permitía compartir esa nueva iniciativa de una poeta y narradora de calidad comprobada. María Jesús Mingot vuelve ahora con una novela destinada en principio a esos mismos lectores, esta vez con el apoyo eficaz de unas excelentes ilustraciones de José María Gallego. Las experiencias vividas por su protagonista invitan a hacer consideraciones sobre lo fantástico y lo maravilloso, que trataré de evitar: resultan superfluas a la luz de la imaginación irrestricta que se supone a los previsibles lectores. Todo puede ocurrir, y María Jesús Mingot ha sabido crear la atmósfera mágica adecuada para que lo insólito o increíble irrumpa con naturalidad sin anular la sorpresa, de modo que el interés de la narración se mantiene vivo desde el principio hasta el final. 

Puesto que estoy lejos de ser un lector infantil o juvenil, debo advertir que en Los zapatos más feos del mundo he encontrado una lectura muy satisfactoria no solo por los hechos relatados, sino también (y sobre todo) porque he podido reencontrar la calidad literaria indiscutible que siempre he reconocido en los poemas y narraciones de María Jesús Mingot. Las primeras páginas resultan perfectas esta vez al recrear un ambiente madrileño de un barrio popular y de una familia convencional, con los registros coloquiales adecuados, en un tiempo invernal de crisis económica que no hemos olvidado ni superado y que en la novela se complica con una crisis familiar. No concibo mejor planteamiento que el ofrecido aquí para poner en marcha lo maravilloso: lo consigue algo tan «rastrero» como un par de zapatos, los más feos del mundo, los que nadie quiere ni regalados y que el protagonista de las aventuras posteriores rescata de la basura, por si no bastara el destino pedestre que los condena a arrastrase por el suelo. 

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María Jesús Mingot

Eso no significa acentuar los aspectos negativos de la realidad, que conserva la calidez de los afectos de los miembros de la familia, de los amigos y aun de los vecinos, aunque ellos no basten para neutralizar la soledad de Pablo frente a la ausencia de su padre o el ambiente a veces hostil del colegio. Así se crean las condiciones que justifican la complicidad entre un niño y esos zapatos que se humanizan al contacto de su piel para impulsar y compartir las aventuras que compensen las carencias de uno y otros. María Jesús Mingot ha conseguido que el lector sienta como parte de esas aventuras el tránsito entre la realidad y otras dimensiones de lo real, el salto a otras dimensiones del tiempo que los relojes no pueden registrar, ajenas a la sucesión convencional de los días y las estaciones del año.

No voy a desvelar los misterios del país del invierno, entrevisto por los zapatos en sus propios sueños, de algún modo determinantes de la aventura que lleva a Pablo hasta allí. Sí anticipo que el lector se verá atrapado por los acontecimientos narrados, y también por los paisajes en que se suceden y que ponen a prueba la gran capacidad de la autora para su descripción. No es difícil descubrir tras ellos el amor y la preocupación por la naturaleza, que no se dejan atrás cuando los zapatos conducen a nuevas aventuras que tampoco relataré, pero que resultan aún más interesantes en la medida en que se aderezan con peligros y dificultades crecientes, capaces de subrayar la maravilla de la vida que se manifiesta en las circunstancias más adversas. Los lectores jóvenes no dejarán de entrever en el relato referencias a los dones que también ofrece la vida ordinaria, a la riqueza que podemos descubrir en la desolación y a los valores de la solidaridad que debe tender sus lazos entre las cosas. Yo he preferido entregarme sin más a los encantos de la imaginación sin límites que ha dado lugar a Los zapatos más feos del mundo.

  1. Teodosio Fernández es catedrático de Literatura Hispanoamericana de UAM y miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.
  • Los zapatos más feos del mundo
    María Jesús Mingot
    Guías Azules España, 2017

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