Por segunda vez en tres años, Mayte Martín clausura el ciclo Andalucía Flamenca en el Auditorio Nacional de Madrid. Y prácticamente con el mismo concepto de concierto.
En 2016 en la Sala Sinfónica con dos guitarristas, percusión e invitados, un nutrido elenco de artistas como requiere esa sala. En 2019 en la Sala de Cámara, acompañada de un virtuoso guitarrista, Alejandro Hurtado, quien a sus veinticinco años es un gran maestro tanto de la guitarra clásica como la flamenca, con un número de premios no habitual a su edad, entre ellos el Bordón Minero 2017. Tiene una limpieza de toque que llama la atención y que como ella misma dice, es una persona que siente las cosas como yo. Con lo que la complicidad entre ambos es perfecta, y el resultado inigualable. Mayte y Alejandro, dos artistas mediterráneos, ella de Barcelona y él de Alicante. De ahí la sensibilidad especial compartida.
Creo que nunca antes he oído un aplauso tan unánime y cerrado al final de un concierto. Aquí fue único, impresionante. Para los dos. Y es que el cante de Mayte está más allá del maravilloso don de su voz, de su buen gusto y de la transmisión de sentimientos. Ella es el cante, es como si fuera construyéndolo nota a nota, acorde a acorde. Es como un trabajo arquitectónico. Es una sensación única, diferente. Ella confiesa que venera el flamenco. Y es cierto. Ella sacraliza el cante. Hace sentir verdaderamente que se está en presencia de un objeto inmaterial sujeto de veneración. Creo que las palabras no bastan para reflejar lo que produce esa manera de cantar que ella ha ido personalizando con los años. Ella consigue transformar el espacio escénico en un templo. En realidad, creo que el intimismo de la Sala de Cámara intensifica este efecto de su cante. Y pensándolo bien, el flamenco es un arte íntimo.
El concierto
Mayte Martín rinde homenaje con Memento a los cantes clásicos y a sus maestros, con una estética singular para interpretar el devenir del flamenco, que ella define como “construida rescatando obras clásicas con todos los elementos en los que me reconozco, con la música que escucho y me sobrecoge, con mi visión de la vida y el arte. Permanece en mí la pasión por recrear lo creado, por rendir tributo al arte en sí mismo y al legado maravilloso del flamenco clásico. Es muy hermoso ser un vehículo que comunique el pasado con el presente”.
Empezó cantando una serie de tonás en recuerdo y homenaje a don Antonio Chacón. Tonás como quejíos, descriptivos del sufrimiento del pueblo gitano. Tonás en las que los silencios son parte de la magia, silencios que complementan los registros de su voz. Sonidos y silencios que recuerdan volúmenes y espacios escultóricos. Mayte esculpe sus cantes.
Sigue una conocida Petenera de Federico García Lorca. El poeta de Granada casi siempre está presente en los conciertos flamencos de Mayte. Letras llenas de simbolismos, a veces casi proféticas:
Por el caminito va/ la muerte coronada de azahares marchitos./ Canta y canta una canción en su vihuela blanca/ Y canta y canta y canta/En las torres amarillas/ doblan las campanas.
Mayte mece con sus manos la cadencia de los cantes, en un gesto de inmensa ternura. Ahora canta por soleá y con los ayeos del comienzo ya está rompiendo esquemas emocionales hasta sumergirse en profundidades del espíritu.
Si yo pudiera ir tirando las penitas mías en los arroyuelos/ hasta el agua de los mares iba a llegar al cielo. /Porqué redoblan las campanas/ un redoble de campanas, creyeron que era una reina/ y era una pobre gitana…
Por seguriyas en homenaje a varios maestros, desde San Fernando por los Puertos, Cádiz y Jerez, desgranando ayeos y penas que van impregnando el aire. Mayte y Alejandro son maestros de la profunda gravedad de la seguiriya. Ayeos de voz y guitarra, prolongados, hablándose, contándose cuitas y pesares, en un diálogo dramático al que Mayte pone énfasis dejando salir tanto aire lleno de arte de sus pulmones, que la sala se olvida de respirar. El silencio es tan solemne que se corta. Sentimiento, delicadeza y coordinación del aire que nunca se acaba. Estamos ante algo crucial. No puede darse más jondura. Mayte consigue esta noche la sublimación del cante.
Hay que relajar tensiones y para eso están los tangos y los tientos tangos seguidos por unas bulerías de Mayte en homenaje al Maestro Marchena. Llegan las bulerías y los romances y coplas por bulerías, como las coplas con las que hace filigranas de voz para recordar a su maestro Juanito Valderrama con la popularísima Pena Mora.
Tras una ronda de fandangos de Huelva y otras procedencias, con los que se cumple generosamente el tiempo del concierto salen de escena, pero el aplauso es tan irresistible que vuelven. Y emprenden un viaje en el tiempo cuando entona ese Romance de la Reina Mercedes que repite en varios conciertos.
Una dalia cuidaba Sevilla en el parque de los Montpensier/ Ataviada con blanca mantilla parecía una rosa de té./ De Madrid con chistera y patilla…
Poemas de Manuel Machado. Cuando ella pausa sobre un leve fondo de guitarra se oye el silencio. Un silencio lleno de protagonismo, que tiene su espacio, como espacios escultóricos, tan tangibles como los sonidos. Sus registros vocales son asombrosos.
Al final el alegre regalo de unas cantiñas, ambos en pie, a capella. Son las que producen ese aplauso unánime, cerrado, el más intenso que recuerdo y que se prolonga hasta después de que los artistas hayan desaparecido de la escena.
Hay algo presente en todos los conciertos de Mayte Martín, sean flamencos o no. Algo que siempre le ha guiado en su ya extensa carrera: La libertad, que como ella repite siempre ha sido su opción de vida. Pero ¿es que hay vida sin libertad? Sin libertad hay una máscara de vida. Y Mayte Martín siempre se ha entregado en cuerpo y alma, en aras de esa libertad que inunda todo su ser. A partir de ahí, todo es posible: la capacidad para construir una vida como construye sus cantes, la capacidad para transmitir y emocionar a fondo como nadie.