Por menopausia se entiende el cese definitivo de la menstruación dada la pérdida de la actividad folicular de los ovarios y este no tiene edad, si bien, debuta entre los cuarenta y los cincuenta años en la vida de la mujer.
Desde al menos dos años antes, las mujeres refieren síntomas asociados a este acontecimiento que no es baladí ya que les afecta enormemente a su calidad de vida.
En algunas mujeres de hecho, la transición asintomática hacia el climaterio, apenas tiene consecuencias físicas, si bien, en otras, es un estado que les produce abatimiento tanto físico como psíquico.
La relación entre la menopausia y menarquía tardías, da a conocer a pacientes que llegan a tener al menos hasta diez años más de vida debido a la protección hormonal a la que están sujetas, que les permite vivir hasta los 90 años de edad, según un estudio del departamento de Medicina de Familia y Salud Pública de la Universidad de California San Diego.
Estos síntomas en algunas mujeres, pueden comenzar meses y hasta años antes del cese de la menstruación, se pueden prolongar hasta la senectud en muchos casos. Realmente no se conoce el porqué pero los estudios recientes muestran que existe una combinación de factores personales, culturales y ambientales que determinan el número de ovocitos presentes en el momento del nacimiento. A esto, hay que añadir que la predisposición genética, la dieta, el consumo o no de tabaco y alcohol, el ejercicio, etc. condicionan tanto la aparición tanto de la menarquía como de la menopausia en la mujer.
Aunque este proceso es absolutamente normal, el climaterio se ha visto implicado en el fenómeno de la medicalización de la vida, de forma que muchas mujeres lo consideran una enfermedad cuando técnicamente no lo es.
Dicha consideración, como todo lo que acontece en la vida de una mujer desde el plano biológico, forma parte del envejecimiento de la misma y produce cambios hormonales, trastornos vasomotores, cambios en el estado de ánimo, osteoporosis, artrosis, trastornos del sueño, incontinencia urinaria, atrofia urogenital, hipertensión arterial y diabetes mellitus entre otros síntomas intensos.
Desde los años 80 se ha evidenciado que la ingesta de estrógenos podría mejorar los síntomas más frecuentes y molestos de esta etapa, como son los sofocos y la sequedad vaginal. En otros casos, esta terapia hormonal carece de efectividad, si bien, hoy se trata individualmente a cada paciente y nunca se debe asociar a una enfermedad porque no lo es.
Muchas mujeres actualmente son tratadas con fitoterapia, isoflavonas de soja o de trébol rojo, para abordar precisamente los sofocos. Respecto a otros fitoestrógenos, los suplementos de linaza, lúpulo o ruibarbo, muestran en comparación con el placebo, una reducción significativa de la intensidad y frecuencia de los sofocos y sudores nocturnos.
En todo caso, cuando existe un abordaje combinado con medicinas y fitoterapia, los médicos necesitan saber qué han tomado las mujeres que se automedican, bien para conocer los posibles beneficios de las mismas; bien para ver los efectos adversos de posibles interacciones de hierbas con varios fármacos y por tanto, de la toxicidad hepática que pueden producir como consecuencia de ello.
Otras prácticas beneficiosas para la mujer están relacionadas con el ejercicio moderado para mantener la salud mental y los síntomas vasomotores a raya. De igual forma, si tiene alteraciones del sueño, sudoraciones nocturnas y otros síntomas asociados a la menopausia, debe indicárselo al médico para que sepa qué tipo de problemas asociados va a tener. Es importante señalar también que cuando llega la menopausia, se observa una reducción importante del riesgo de cáncer de mama.