Si no fuera por la gravedad del caso, la fuga de El Chapo podría causar risa: es la historia más rocambolesca, increíble y estúpida oída en mucho tiempo. Joaquín Loera Guzmán, alias El Chapo, es el mayor narcotraficante de México y el único que se ha reído en la cara de todo el Gobierno, al fugarse dos veces de cárceles de máxima seguridad.
Líder del cartel de Sinaloa, su éxito y su fortuna (según Forbes, en 2012 se le calculaban mil millones de dólares) son la consecuencia de haber sido capaz de construir túneles: para transportar la droga y para evitar ser detenido. Aun así, estuvo preso en Puente Grande, Jalisco, durante ocho años; hasta que, en 2001, protagonizó una fuga espectacular: salió por la puerta principal escondido en un carro que transportaba la ropa sucia.
Desde entonces se dedicó a sus “negocios”, como siempre, pero cuidando al máximo su seguridad: todas sus viviendas contaban con ingeniosos dispositivos que le permitían “desaparecer” de ellas en cuestión de minutos a través de túneles. Pero el pasado año algo, o “alguien”, hizo posible que fuera detenido nuevamente el 22 de febrero. Esta vez le internaron en la joya de la corona de las cárceles, según presumía el Gobierno: Almoloya de Juárez, en el Estado de México.
Pero Loera no estaba por la labor de aguantar mucho tiempo. La cadena de televisión estadounidense CBS y la agencia AP, aseguran haber tenido acceso a documentos oficiales de la Agencia Antidrogas Estadounidense (DEA) según los cuales, al poco de ser apresado hubo varios planes, encabezados por dos de sus hijos, para sacarle del penal. El Gobierno mexicano fue alertado, aseguran. Y no debieron de hacer nada, porque la noche del 12 de este mes de julio dijo adiós a su celda. Solo estuvo en ella 18 meses.
Decir que no hicieron nada no es correcto. Sí hicieron: ignorarlo. Como parece que hicieron con todo lo que rodeaba a El Chapo: nunca facilitaron información sobre su estancia en el reclusorio, ni sobre su juicio. Y han debido ser tan permisivos que hasta toleraron que hiciera llamadas desde teléfonos móviles que le proporcionaban los propios funcionarios, y que tuviera “escoltas”. Unos reclusos que velaron por su seguridad en todo momento, y que fueron premiados con acompañarle a la libertad.
El susto de Peña Nieto
El presidente Enrique Peña Nieto y diez secretarios de su gobierno, incluyendo a los de Gobernación, la Defensa Nacional y la Marina, volaban con destino a París cuando fue alertado de la evasión de El Chapo. La sacudida debió ser considerable si tenemos en cuenta que, el año pasado, había afirmado en una entrevista que sería “lamentable e imperdonable” para el Gobierno que volviera a escaparse, por lo que había que tenerle muy vigilado. Debía de estar tan seguro de que iba a pasar el resto de su vida entre rejas, que hasta permitió que no fuera extraditado a Estados Unidos, tal y como le solicitaron, pues allí también es reclamado por crímenes importantes.
Sus declaraciones, la negativa, la relevancia del reo, la semana que tenía por delante y la sensación del ridículo que iba a hacer, pudieron ser los motivos para mandar a su número dos, Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, de vuelta a México a arreglar el entuerto. Arely Gómez, la recién nombrada procuradora general de la República, sería su escudero.
La versión oficial
A Osorio Chong le faltó tiempo para organizar una rueda de prensa y contar lo que había pasado. A saber: que “alguien”, desde la calle, había hecho un túnel de kilómetro y medio, tan preciso, que salía directamente al baño de El Chapo, en un punto ciego para las cámaras de vigilancia, por lo que no pudieron ver que desaparecía por un orificio de 50×50.
El túnel, de 1,70 metros de altura y 80 cm. de ancho, tenía luz, ventilación y estaba perfectamente rematado. Una motocicleta montada sobre rieles, estacionada en el primer tramo, le habría permitido salir en pocos minutos.
Esos “puntos ciegos”, aseguró Osorio, están establecidos “por razones de derechos humanos, de respeto a la intimidad”. Y aunque portaba un brazalete preventivo, éste no contaba con GPS de localización “pues es la propia Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) quien no permite el uso de brazaletes dentro de los penales”. Sin embargo, ante la oleada de protestas por la inculpación a la CNDH se desdijo tras reunirse con su presidente, Luis Raúl González Pérez, asegurando que el respeto a los derechos humanos “de ninguna manera” fue la causa de la evasión.
También Amnistía México puso el grito en el cielo, asegurando que “el respeto a los derechos humanos de las y los presos no es un impedimento para garantizar la seguridad en los centros de detención” y que la evasión se debe a la corrupción endémica del sistema de seguridad.
https://youtu.be/JGmVVVNIDeY
“Lo más preocupante en el país es el profundo nivel de corrupción que existe. Es un legado que hemos ido acumulando a través de los años y que hoy en día se refleja en sistemas de justicia debilitados, sin capacidad de proteger a los ciudadanos y ciudadanas”, afirmó Chasel Colorado, coordinadora de Incidencia en Políticas Públicas de AI.
Una cárcel inviolable
Jorge Carrillo Olea, exdirector del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), ha asegurado a Arístegui Noticias que el penal de El Altiplano “es un recinto cerrado, un espacio que está blindado, es imposible penetrarlo, yo sé cómo está, yo diseñé en mis tiempos esa chingadera, es inviolable. Pero es inviolable la instalación, más no las personas que ahí trabajan.
Desgraciadamente, hay mucha corrupción”
Osorio Chong confirmó rápidamente la destitución inmediata tanto del titular del órgano de prevención y readaptación social, como de la responsable de la coordinación de los Centros Federales de Readaptación Social, así como la del director del penal y de servidores públicos adscritos a la dependencia a su cargo. Hasta la fecha se ha interrogado a más de 50 personas sospechosas de haber participado o ayudado a la evasión.
También buscaban a los albañiles. Esa gente es pobre, con mucha necesidad y difícilmente puede aportar información que lleve a esclarecer nada de la fuga. Ellos se habrán limitado a trabajar por un sueldo, sin preocuparse de por qué y para qué se hacía la obra. Hay que suponer que no les van a colgar el cargo de “colaborador” de la evasión…, pero pueden hacerlo. ¿Por qué? Pues porque son pobres, y seguramente indígenas, que son los peores crímenes en México.
Ha habido voces que pedían la cabeza del señor Osorio, pero él ya ha dejado claro que no va a dimitir, porque “los momentos de crisis no son para renunciar, son para enfrentarlos”. No va a dimitir nadie. Y los que han sido destituidos obtendrán otro buen puesto público en cuanto pase la borrasca. Pasa siempre: esperan un tiempo, y a seguir.
Sea como sea, esta fuga se puede interpretar como que los grandes capos de la droga que están en el penal de “alta seguridad” de Almoloya, que los hay, siguen ahí porque no tienen suficiente dinero para sobornar. Dicen que a Loera le ha costado 150 millones de dólares (137 millones y medio de euros). Y también que salió por la puerta grande, no por el túnel.
El Gobierno mexicano pagará 60 millones de pesos (unos tres millones y medio de euros) a quien se lo devuelva. Los americanos, por su parte, cuyos tribunales federales de los Estados de Arizona, California, Illinois, Texas y Nueva York tienen abiertos desde hace casi dos décadas dos procesos contra “El Chapo” por tráfico de drogas y lavado de dinero, y hay otras 14 acusaciones pendientes en la ciudad fronteriza de El Paso, están dispuestos a pagar 6 millones de dólares (5,5 millones de euros). Con la fortuna que tiene el narco, va a ser difícil que alguien le traicione por dinero.
Enlaces:
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[…] evasión de Joaquín Loera (Chapo) Guzmán se produjo en la cárcel de más alta seguridad en el país, de donde nadie antes había podido […]
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