Enrique Peña Nieto ha reaccionado frente a la fuga del Chapo Guzmán con expresiones que tienden a repartir la culpa. Se trata sin embargo de un descrédito del gobierno, de su gobierno, pues ése era el encargado de la custodia y nadie más.
Pablo Gómez Álvarez1
La evasión de Joaquín Loera (Chapo) Guzmán se produjo en la cárcel de más alta seguridad en el país, de donde nadie antes había podido fugarse. Tendría que haber responsabilidad política, pero no, Peña ofrece sólo la cabeza de empleados de menor relevancia como si éstos no hubieran tenido jefes.
Pero esta fuga denota algo mucho más complejo. El Estado corrupto mexicano –el fenómeno más duro del México contemporáneo—ha quedado una vez más desnudo. Todos hemos visto una fotografía instantánea de lo que es este Estado y la profundidad de su corrupción estructural. La fuga del Chapo se ha prestado a toda clase de bromas, chistes, diretes y burlas pero se trata de una expresión muy concreta de nuestra realidad política.
Sólo en un Estado como el mexicano es posible que exista una organización capaz de lograr una evasión de Almoloya como la que se ha visto. Casi durante un año, con absoluto sigilo y una disciplina a toda prueba, con toda la información de localización exacta y un trazo geométrico preciso, con la excelente colaboración interna que tal operación requería y también el bien guardado secreto de los cómplices, la mayor organización de narcotraficantes hizo posible en minutos poner en libertad a su jefe.
Aquí encontramos otro rasgo relevante de la fuga del Chapo Guzmán: la unidad del cartel de Sinaloa, su elevada organización y disciplina, su capacidad para emprender acciones sin disidencias o competencias internas. No es así el gobierno y, en general, la administración pública que colaboró con la fuga, por un lado, u omitió prevenir tal acontecimiento, por otro.
Si el Chapo había logrado su fuga de Puente Grande disfrazado de ropa sucia, se tenía que sospechar que lo intentaría de nuevo pero por otra vía. La excavación de túneles para la evasión de prisiones es una técnica muy antigua. Entre más profundo es el cimiento de la cárcel, mayor la profundidad del túnel. Eso es sencillo. No se debería nadie admirar de la obra de construcción tan elemental; lo admirable es el secreto bien guardado de la obra y la localización exacta del lugar donde iba estar el Chapo en un minuto determinado para entrar en el túnel sin que “nadie” se diera cuenta.
Todos esos elementos sí que son dignos de ser analizados a profundidad. Este es el Estado corrupto: los vínculos tan funcionales entre la función pública venal y la organización de la delincuencia extraestatal, la ejecución de planes tan precisos y su realización tan exacta. No es ironía: el Estado, en especial el gobierno, funciona mejor cuando actúa en beneficio personal de los funcionarios, es decir, en tanto Estado corrupto. Todo se ha perdido pero en especial la probidad y, en consecuencia, la función pública del Estado.
El fenómeno Chapo con su organización casi perfecta y su disciplina es una evidencia mayor de esa terrible enfermedad que padece México: el Estado corrupto.
- Pablo Gómez Álvarez es senador mexicano por el PRD