Los dos columnistas de PES hacen un ejercicio magistral de recíproca crítica literaria de sus obras más recientes
Juan Antonio Monroy y Máximo García Ruiz son los dos escritores protestantes españoles más relevantes. Ambos son pastores con especial dedicación a la pluma. En un ejercicio poco común entre autores de largo recorrido internacionalmente consagrados, ambos critican mutuamente sus respectivas obras más recientes: Monroy presenta Protestantismo y crisis, de García Ruiz; y García Ruiz analiza Los intelectuales y la religión, de Monroy.
Algún día, cuando la larga sombra de la Iglesia católica deje de mantener en la invisibilidad la rica -¡y tan perentoriamente necesaria!- pluralidad religiosa y de conciencia en España, autores como García Ruiz y Monroy ocuparán el lugar que por derecho propio les corresponde en la literatura religiosa contemporánea y, por extensión, en las letras españolas.
Me honro por tenerles a ambos como maestros y amigos, con una amistad de muchos años que me ha servido para captarles como columnistas en Periodistas en Español. Ayer le publiqué a Máximo García Ruiz su artículo de ficción sobre “Santiago apóstol, catalán”. Hoy he hecho lo propio con Juan Antonio Monroy y su artículo sobre Neymar, “Dios es del Barça”. Ambos artículos figuran a la hora en que escriboo este artículo entre los más leídos.
Juan Antonio Monroy ha fundado y dirigido cinco publicaciones, escrito 50 libros y publicado más de 3.000 artículos. Ha viajado por más de ochenta países y pronunciado conferencias en 30 países de América Latina y Europa y en 36 de los Estados de la Unión Norteamericana. Es doctor honoris causa por el Defenders Theological Seminary de Puerto Rico y por la Universidad Pepperdine de Estados Unidos. Habla francés, inglés y árabe, además de español.
Máximo García Ruiz es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de salamanca y doctor en teología por esa misma universidad. Profesor de Sociología e Historia de las Religiones en la Facultad de Teología Protestante UEBE y profesor invitado en otras instituciones. Pertenece a la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Ha publicado numerosos artículos y estudios de investigación en diferentes revistas, diccionarios y anales universitarios y es autor de 22 libros, algunos de ellos en colaboración.
Protestantismo y crisis
Juan Antonio Monroy escribe sobre el último libro Máximo García Ruiz
Protestantismo y crisis
Máximo García Ruiz
Publidisa, Sevilla 2013, 357 páginas
Máximo García, escritor consagrado y persistente, gran trabajador de la palabra como herramienta, está contribuyendo a la historia del protestantismo español con obras que formarán parte del mismo durante siglos, como Lutero en Alemania, como los hugonotes en Francia, como Enrique octavo en Inglaterra, como Calvino en Suiza, como Juan Hus en Checoslovaquia, como tantos grandes hombres de letras comprometidos con las creencias religiosas.
Digo lo que digo, lo que puedo documentar. Y para quienes lo ignoren o lo hayan olvidado, ahí están –están aquí, sobre el cristal de la mesa en la que trabajo- algunas de las obras de Máximo: LIBERTAD RELIGIOSA EN ESPAÑA, PROTESTANTISMO Y DERECHOS HUMANOS, CON LOS PIES EN LA TIERRA, LA BIBLIA PERSEGUIDA y así, hasta 22 libros que hacen de este escritor un maestro en los profundos misterios de la Teología y en las edades de la Historia.
Del genial Quevedo es esta frase: “Ha sido preciso decir lo que fuimos para disculpar lo que somos y encaminar lo que pretendemos ser”.
Aquí está reflejada la tarea que Máximo García asume en sus libros: La perpetua lucha entre las ideas y los intereses, dar luz al alma de un pueblo que durante siglos ha sido víctima de discriminación, persecución, violencia.
Me gusta ofrecer las líneas maestras de los libros que comento. El lector de estos artículos ya lo habrá advertido. Lo considero importante para despertar su interés inicial.
Este último libro de Máximo García se estructura en cinco capítulos: Conceptos básicos. Europa, un proyecto en construcción. Protestantismo como factor de cambio. El ascetismo como forma de vida y Retos y esperanzas. Le sigue una conclusión y siete páginas con la bibliografía que le ha servido de apoyo en la construcción del libro.
El autor revela su faceta de economista, bien informado, al discurrir sobre las causas de la crisis que padece España desde los Pirineos hasta la cercanía de Gibraltar. Optimista en grado sumo o creyente en las posibilidades sin límites del ser humano, a García le parece posible la regeneración ética de España cuando cierre puertas, ventanas y agujeros a la corrupción y también la restauración de un sistema político y social diferente al que hoy impera. ¡Dios lo oiga! ¡Lo oiga y se digne actuar!
Muy firme, muy convencido, estima que el protestantismo español, en proceso de crecimiento numérico, “puede convertirse en una minoría con suficiente peso social y, consecuentemente, capaz de ocupar un espacio específico en la reconstrucción de este país”. ¡Ojalá! Decía José Cardona que el protestantismo español había hallado su grandeza y su gloria en el yunque de la persecución. En línea similar a la de Cardona, José María Martínez sostiene que cualquier crisis debe convertirse en desafío; cualquier conflicto o dificultad, en victorioso avance.
Máximo García cree firmemente, sin una chispa de duda, que el protestantismo es una fe que puede superar las crisis. Pone como ejemplos el desarrollo político, industrial y económico de algunos países englobados dentro de la tradición protestante.
Hace referencia al recientemente fallecido José Luis Sampedro en una de sus observaciones. Para este escritor, que adquirió reconocimiento internacional, lo más grave y destructivo para la sociedad que ha entrado en crisis es “la pérdida de valores superiores y con ello, de las más altas referencias para la conducta humana”. Pero Máximo García eleva el problema a una altura que no logró llegar Sampedro. Para él, los valores superiores no son los morales o religiosos, pero si los espirituales que provienen de Dios. Los pueblos, España entre ellos, han dado la espalda a Dios. Ni siquiera lo niegan, como ocurría en el siglo de la Razón, simplemente lo ignoran. Pobres desmemoriados, no advierten que el alejamiento de Dios nos hunde en crisis de las que es difícil salir.
¡Qué certero se muestra Pedro Tarquis en las pocas líneas que escribe en Protestante Digital sobre PROTESTANTISMO Y CRISIS ! Dice que el libro constituye “un exhaustivo estudio que gira en torno a un pensamiento central: los protestantes españoles pueden hacer una valiosa contribución a una sociedad en crisis, si son capaces de interiorizar la herencia protestante europea que Max Weber identifica como “ética protestante” y que contribuyó a hacer de algunos países europeos el paradigma de la democracia, de la prosperidad industrial y del Estado del bienestar”.
Ocurre que los políticos que nos gobiernan no han leído a Max Weber, ni conocen, porque no les interesa, la presencia y la fuerza del protestantismo español. Van en carrozas a la Virgen del Rocío, en coches propios a la Moreneta de Montserrat, en avión al Vaticano, pero ignoran, porque no tienen asesores de nuestra fe, que hay en la España de hoy un millón de personas que practican la fe protestante.
¡Gran libro este último de Máximo García! Desde la admiración del lenguaje a la cuidada elaboración literaria, articula un espacio social con mirada intuitiva. Entre tanta hojarasca temática, a lo que algunos llaman la Literatura de Ideas, PROTESTANTISMO EN CRISIS ofrece soluciones razonables y posibles para liberarnos del estrangulamiento económico que aprieta la garganta de millones de españoles.
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Publicado originalmente en la sección de crítica literaria del autor “El punto en la palabra”, Protestante Digital, 4 de mayo de 2013.
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Los intelectuales y la religión
Máximo García Ruiz escribe sobre el último libro de Juan Antonio Monroy
Los intelectuales y la religión
Juan Antonio Monroy
Publidisa, Sevilla, 2012, 383 páginas
Cuando se escriba la historia del Protestantismo en España, con la necesaria perspectiva que únicamente el tiempo permite, habrá que hacer justicia a un puñado de hombres y mujeres que, con su entrega y generosa dedicación al servicio de la causa evangélica, han sido protagonistas de gestas realmente heroicas, frecuentemente poco apreciadas por sus propios contemporáneos, incluso asediados en no pocas ocasiones por los dardos envenenados de la envidia. Uno de esos hombres que, aún en vida, ya forma parte de la historia, cuyo nombre hay que esculpirlo con letras mayúsculas, es Juan Antonio Monroy, un español de pura cepa, aunque su padre fuera francés y él mismo naciera en un territorio internacional, hoy parte de Marruecos y capital del reino.
Monroy es el más prolífico de los escritores protestantes españoles de todos los tiempos, con 50 libros y más de 3.000 artículos publicados en muy diversos medios. Viajero infatigable, conferenciante de amplio espectro y reconocimiento internacional, su magisterio se ha dejado sentir en Europa, América Latina y los Estados Unidos de Norteamérica; un lugar de especial predilección ha sido Cuba. Ha visitado 83 países y, en lo que se refiere a los Estados Unidos se puede decir que los ha recorrido de Este a Oeste y de Norte a Sur. Acreedor indudable al doctorado honoris causa que en su día le concedió el Defenders Theological Seminary de Puerto Rico (a cuyo reconocimiento otros se adhirieron sin tanto mérito) y de otras dos universidades norteamericanas más, ha recibido numerosos reconocimientos, en mayor medida fuera que dentro de su propio país, como suele ocurrir en estos casos, si bien es justo acreditar que en el año 2011 le fue concedida por la Alianza de Escritores y Comunicadores la distinción de “hombre del año”.
Pero la figura de Monroy, como fundador y alma mater de las Iglesias de Cristo en España, como escritor, editor de periódicos, comunicador radiofónico, conferenciante y líder destacada del protestantismo español, tanto a nivel personal, frecuentemente en calidad de llanero solitario, como a través de la Comisión de Defensa Evangélica, que presidió, alentó e impulsó durante mucho tiempo, convirtiéndose en un fiel y eficaz soporte de quien fuera su secretario ejecutivo, José Cardona, aún en tiempos de destemplanzas y abandonos de otros, no necesita de títulos ajenos. Hoy en día únicamente los muy desinformados o, en algunos casos, los malintencionados, pueden aducir ignorancia o indiferencia al escuchar el nombre de Juan Antonio Monroy, tanto en España, como en Latinoamérica y los sectores hispanos de los Estados Unidos del norte del continente americano.
Pero centrémonos en el motivo de esta reseña sobre su último libro Los intelectuales y la religión. Monroy es un maestro del lenguaje, un lenguaje aprendido en la fragua de la escritura y de la lectura; un autodidacta que supera las lindes de cualquier escolástica academicista. Con este volumen, vuelve sobre sus fueros diseccionando el pensamiento de algunos autores que han señoreado las letras españolas contemporáneas. Profundiza en una de sus más acendradas inquietudes: descubrir el alma de los maestros del pensamiento español del siglo XX, especialmente de la generación del 98, si bien arrancando del genio universal que fue Cervantes, en cuya obra maestra buceó ya en el año 1963 buscando la presencia de la Biblia en el pensamiento cervantino, sin olvidar al genio anglosajón, William Shakespeare, por el que Monroy muestra una devoción especial. Su otra gran preocupación intelectual ha girado en torno a desentrañar y, en su caso, denunciar, los desvíos del catolicismo romano, algo totalmente lógico y necesario en la España del nacionalcatolicismo en la que le ha tocado, nos ha tocado, desenvolvernos en nuestra condición de minorías religiosas perseguidas y discriminadas.
El libro está fechado en junio de 2012. Nos sitúa, pues, en la cumbre del pensamiento monroyano que, aunque no todos los temas tratados sean inéditos en su dilatada obra literaria, sí lo es el néctar que destilan en esta ocasión, fruto de una madurez intelectual fraguada a lo largo de su vida. Dividido en dos partes, en la primera, “Creencias e increencias”, se ocupa de desgranar no solamente el pensamiento, sino el entorno de los personajes que analiza, mientras que en la segunda parte nos brinda la semblanza de un amplio elenco de autores que representan una cuidada selección de las aficiones literarias del autor; lo que ya en otro lugar ha sido denominado como “una radiografía del alma de escritores famosos”.
Pone Monroy su enfoque en demostrar la falacia de que España sea católica a machamartillo; no lo es en sus clases populares, como muy bien se ha demostrado conforme se ha ido asentando la democracia; y no lo es ni lo fue en sus intelectuales más conspicuos, en los que el autor busca y señala su anticlericalismo y anticatolicismo, no como un ejercicio de revancha, sino como un acto de justicia. Para Monroy la religión es uno de los más elocuentes signos de identidad; la religión o la no religión. Por eso pone su empeño en desentrañar el alma de los autores más insignes a fin de mostrar de ellos la cara que sus biógrafos suelen evitar.
Juan Antonio Monroy no puede ni quiere ocultar su inveterada devoción por Antonio Machado, Unamuno y Ortega, de forma especial. Hay que agradecer al autor de esta obra que se centre más en lo que piensan y dicen sobre el tema los propios intelectuales cuya vida repasa, que en lo que otros escritores han dicho acerca de su pensamiento. La afirmación de Monroy es categórica: “Machado no fue católico. Tampoco lo fueron aquellos grandes escritores del 98, generación a la que perteneció Machado”. “La primera generación intelectual española que no era específicamente católica”, nos recuerda en palabras del católico Pemán. Lo cual no significa que fueran ajenos a la religión, como muy bien subraya Monroy.
Anticatólicos, anticlericales, pero no antirreligiosos. Y no se trata de afirmaciones gratuitas o fruto de un resentimiento irracional; Monroy investiga, analiza, depura, expone lo que los propios autores han dicho de sí mismos y lo que la evidencia ha puesto de manifiesto. “Buscando a Dios entre la niebla” es, nos recuerda Monroy apropiándose las palabras del propio Machado, el destino permanente del pensador sevillano, su vocación; algo parecido, tal vez con menor intensidad, a lo que le ocurriera a Unamuno. Para Monroy, y así lo manifiesta, Machado fue un creyente fiel en la divinidad de Cristo, naturalmente, fuera del ámbito católico.
“El pensamiento de Unamuno”, nos dice Monroy, “estuvo siempre frente al pensamiento de la Iglesia católica”. Y es cierto. Un hereje. Así fue definido por un obispo canario y así vivió siempre: en los márgenes de la fe y a extramuros de la Iglesia católica. Un hereje que nunca dejó de considerarse a sí mismo como cristiano. Tal vez la mayor acusación contra Unamuno, que Monroy nos recuerda, sea la que se le hace de estar descatolizando España; el resto de acusaciones de herejía en las que incurre según sus críticos, se asemejan al índice de un tratado de teología protestante. Monroy bucea con soltura en el texto unamuniano, desentrañando no solo su pensamiento sino ahondando en sus sentimientos. No se le escapa a Monroy el núcleo central del personaje que analiza: “ser anticlerical no es ser ateo ni agnóstico”. Y Unamuno no fue ni una cosa ni otra.
Su anticlericalismo y su anticatolicismo sirven para aproximarle más que a alejarle de la fe; al menos, a ir en su búsqueda. Resulta acertada, pues, la afirmación de Monroy: “Unamuno fue religioso. Profundamente religioso”. Y añade: “Creció fascinado, obcecado por la religión. La vivió”. Y no olvida nuestro autor, no podía hacerlo, las crisis de Unamuno, sus profundas crisis espirituales. Señala Monroy el hondo conocimiento que Unamuno tenía de la Biblia, algo que queda patente, sobre todo, en su El Cristo de Velázquez. “Se me antoja”, dice Monroy, “como una breve enciclopedia de la Biblia. Todo es Palabra de Dios en esta composición poética”.
No podía faltar, como no falta, en esta prospección por el pensamiento de Unamuno la referencia a su Diario íntimo, publicado post mortem; un dechado de incursiones bíblicas por una parte, pero tan desconcertante, por otra, al reflejar ciertas concesiones a determinadas doctrinas católicas que tanto había denostado anteriormente, que no deja de producirnos una profunda extrañeza. En cualquier caso, se nos recuerda que la Biblia no dejó de ser nunca el libro de cabecera de Unamuno. Creyente o agnósticos; católico o protestante. Monroy concluye que Miguel de Unamuno es un personaje incalificable.
El tercer apartado de esta primera parte del libro está dedicado a José Ortega y Gasset “el filósofo más importante, el de más proyección internacional que tuvo España en el siglo XX”. De Ortega apunta Monroy que apenas concede espacio en su inmensa obra al problema religioso, aunque no lo margina. Tres de sus discípulos más destacados: Julián Marías, José Luis López Aranguren y Xavier Zubiri, fueron creyentes convencidos. Zubiri terminaría abrazando la carrera eclesiástica. Algo pudo influir el pensamiento de Ortega, señala Monroy. Con todo, de Ortega afirma Monroy que fue acatólico y anticlerical. El análisis que de este filósofo hace Juan Antonio Monroy le lleva a afirmar que “hablar de un Ortega que rehúsa lo sobrenatural parece excesivo”.
Al análisis de esos personales le sigue un apartado en el que Monroy se ocupa de seguir las pistas de Dios en la poesía contemporánea, centrándose en la Generación de 1868, la de 1898 y la de 1950. Pasa luego a investigar la creencia e increencia en Jorge Luis Borges, la presencia de Dios en Rubén Darío, la búsqueda de lo infinito en Amado Nervo, la poesía del mexicano Juan de Dios Peza, la metafísica en los dramas de Shakespeare, para cerrar el volumen, como ya apuntábamos más arriba, con breves semblanzas de una galería muy diversa de autores, como Menéndez Pelayo, Larra, Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, hasta llegar a veintidós escogidos representantes de las letras contemporáneas.
La presente obra de Juan Antonio Monroy se une a una extensa bibliografía salida de la pluma de este fecundo autor, que le coloca en la cúspide de los escritores protestantes españoles.
Mayo de 2013.
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Publicado en Lupa Protestante y Actualidad Evangélica el 10 y 11 de mayo de 2013, respectivamente.