¡Caramba, Gandhi! ¡Cuánta gente muere de hambre porque no hay quien levante su voz y opine!
¿Qué pasaría si este 30 de enero, para celebrar el cumpleaños de Gandhi, hiciéramos un día de ayuno universal contra el hambre?
Opino
Hay quien opina y destroza con el gesto. Hay quien se expresa y destruye. Hay quien confunde libertad con inhumanidad.
Hay gente que rehúye el encuentro, que sentencia implacablemente, injustamente, tendenciosamente. Que arruga las palabras para que le quepan en la trampa. Vocifera la confidencia, amarillea lo noble. Deniega, aplaza, delega, ignora. ¡Lástima de gente!
En cambio, hay quien se desmuere en la lucha al reconocer, ejercer y defender el derecho a vivir en paz.
Gente que habla, escribe con pasión, discute hasta llegar a acuerdos, disiente sin ofender, llama las cosas y las personas por su nombre y no busca subterfugios para comunicarse.
Hay místicos con alma en el cuerpo que se hacen en el encuentro, que prestan sus vidas para que resuene la voz de quienes descubren que su palabra si vale. Que brindan espacios para el intercambio, que abrazan sin estocada.
Gente que se conduele, se indigna cuando se topa con las injusticias que pueblan este mundo que no es lo que anhelamos. Pero que se lo reinventa porque aunque todavía no esté, vive ya y nos constituye en el sueño que nos despierta, en la esperanza que alimentamos, en el riesgo del cariño, en la batalla que peleamos, en aquello que nos enamora.
Gente que ha entendido que es necesaria una nueva voluntad política y una nueva y específica organización de esa voluntad. Que es necesario que todos y todas demos valor de ley y compromiso al deber de favorecer la vida y todas sus expresiones y de no exterminar, no hacer pactos con la muerte aunque sea por inercia, por omisión o por indiferencia. Que es preciso ser lo que ser se deba, salvo pena en otro latido.
Hambre
Hay gente que tiene hambre.
No como la tuya: hambre opcional. Porque decidiste prolongar la excursión un día más de lo que previniste en el plan de viaje. O porque le diste tu desayuno a la chica que te gusta en el liceo. O porque preferiste invertir el dinero en la compra de libros y entradas al cine y no te alcanzó la plata para el mercado completo.
No como la tuya. Hambre ignorante. Porque desconoces que las berenjenas se comen y cuando te la sirven en el comedor de la universidad, crees que se dañó la ensalada y la dejas sin probar. Porque no sabes que el menú en los caños de Delta Amacuro es ocumo, domplinas y morocoto y te la pasas tres días esperando que llegue el suministro del mercado.
No como la tuya. Hambre presumida y derrochadora. Tú que sólo comes algunas cosas, lo que te gusta, lo que te enseñaron a gustar. Tú que escarbas en el plato desechando aliños y hortalizas y desprecias el hígado o las sardinas porque esas son comidas de pobres.
No como la tuya. Hambre saludable. Tú que por cuestiones de salud debes restringir la ingesta de cierto tipo de alimentos porque te intoxicas o te provocan alergia o daño por alguna enfermedad que padeces sea ésta obesidad, hipertensión, diabetes o cualquier otra.
Hay gente que tiene hambre genuina y sin remedio. La padece, no la eligió. Pertenece a los 925 millones de personas hambrientas que según la FAO (Organización de Alimentación y Agricultura, por sus siglas en inglés, Food and Agriculture Organization) hay en el mundo. Humanamente no hay justificación. Puede que tú no puedas resolver el problema mundial pero los gobiernos sí y tú puedes presionarles a ellos (o al menos al tuyo) con tu interpelación, tu llamado.
Puedes, éticamente, ser responsable de tu hambre, hambre contestataria: la que aprendimos con Mahatma Gandhi, la que nos brinda la filosofía del Satiagraha y su doctrina fundamentada en la no violencia y con ella el ayuno como herramienta de lucha.
Úsala consciente de sus consecuencias por razones de opción, salud y protesta. Jamás desprecies un alimento por ignorancia, derroche o presunción.
Huelga
No se puede vivir soñando siempre, creyéndonos seres alados que recorren el universo, inventando motivos para ser felices a diario, decidiendo enloquecer a fuego lento, planteándonos la autonomía cultural como pecado a cometer aunque nos merezca el infierno de la incomprensión y hostigamiento mediático finamente orquestado.
No se puede vivir amando apasionadamente en cualquier momento, con escalofrío y sobresalto, recibiendo acusaciones de ser culpable de terrorismo por nuestras manifestaciones de afecto, objetando la condena triplicada, el encarcelamiento sin límite de tiempo, la imputación viciosa al desestimar las pretensiones de quien nos quiere someter a la desaparición.
No se puede vivir resistiendo, ignorando las señales que nos envía la muerte pese a que nos desalojen de nuestros emplazamientos de lucha o prohíban nuestra voz; demandando la aplicación de la ley del sentido común, exigiendo respeto a la causa justa, liberación de nuestro pueblo de las cadenas oprobiosas que le son impuestas por la represión.
No se puede vivir convenciendo, argumentando la felicidad a fuerza de emprender un ayuno indefinido, sacrificando todo menos los principios, entregando la salud de ser preciso, infligiendo con ello una herida al sistema represivo; eternamente solidarizándose con el dolor y las luchas que, al pertenecer a la humanidad, jamás son ajenas; enamuriéndonos, dejando la piel y el espíritu en el terreno de la patria, responsablemente asumiendo el acompañamiento y soporte de lo amado.
O tal vez, desde lo más profundo del ser, tal y como ocurre contigo, Mahatma querido sí se puede y es perentorio soñar, amar, resistir, convencer, solidarizarse, en fin, vivir.