La guerra, su extensión y la conexión acelerada entre conflictos entrelazados, el genocidio de los gazatíes o los daños y el sufrimiento de los demás pueblos de la zona parecen importar poco a líderes que sitúan en primer término de sus preocupaciones su propia supervivencia política.
Eso vale tanto para Benjamin Netanyahu y sus aliados gubernamentales como para los dirigentes iraníes, empezando por su líder espiritual, Alí Jamenei. Ambos lanzan ataques militares para esconder su propia debilidad interna.
El engranaje bélico múltiple que se desarrolla y expande día a día desde Jerusalén y Teherán –con el apoyo distinto, opuesto, contradictorio, de Washington, Bruselas y Moscú– puede llevarnos a todos al desastre.
Mientras, tanto la Casa Blanca como el Kremlin –con niveles distintos de responsabilidad– alimentan la guerra de Ucrania como escenario alternativo de un choque propio. En ese sentido, hoy es evidente que se abre paso un opacamiento relativo de la guerra en Ucrania, desde luego por la gravedad creciente de los conflictos –casi inextricables– de Oriente Medio.
Netanyahu multiplica los frentes y quiere meternos en su lógica genocida, mientras el Líder Supremo, Alí Jamenei, lanza misiles para sostener su credibilidad como dirigente político-religioso contestado en su propio país.
Estamos ante un mesianismo ideológico dual que mezcla lo militar con lo religioso, en grados aparentemente bien diferenciados, enemigos, que –por suerte para todos– no consiguen hacer desaparecer del todo unos ciertos hábitos de negociación del último minuto.
Según algunas informaciones, Teherán avisó tanto a Moscú como a la Casa Blanca del lanzamiento de unos doscientos misiles contra territorio israelí. Al parecer, ya lo hicieron también a mediados de abril. A los ciudadanos de a pie no nos consuela para nada ese juego peligroso, en el que la retórica impulsa acciones bélicas de impacto global incierto.
Los clérigos chiitas y sus guardianes de la Revolución, o los políticos ultrarreligiosos que predominan en Israel, nos están haciendo olvidar la revuelta democrática iraní, que impulsan sobre todo las mujeres; también lo que queda de las manifestaciones de una parte de la sociedad civil israelí que sigue pidiendo una tregua en Gaza.
En el diario Le Monde, el editorialista Alain Frachon, resalta que «esa realidad modela el nuevo perfil estratégico de Oriente Medio, donde Irán asume el riesgo de enfrentarse directamente a Israel. Y tanto una como la otra potencia militar de ese área se instalan [rápidamente] en un encadenamiento de violencias del que ignoramos hasta donde puede llegar. Pues el gobierno de Netanyahu promete replicar a la réplica y la administración de Joe Biden promete ayuda en dicho propósito, de modo que quizá los misiles no hayan terminado de volar».
Resalta Frachon, que el sistema de defensa iraní lleva un año bajo amenaza. Entretanto, se derrumba el poder de su brazo armado en Líbano. Teherán está atrapado por el mismo sistema de alianzas que forjó a lo largo de mucho tiempo para romper el aislamiento de su régimen.
La disputa estratégica irano-saudí parece hoy asunto menor, de un pasado opaco. En realidad sigue muy presente y los ataques de los hutíes, aliados de Irán, sus ataques en el mar o contra Israel, nos lo recuerdan.
A medio plazo, los intereses de los israelíes quizá no son los mismos que los del gobierno de Israel y los de Netanyahu. No sabemos si son también (tampoco) el interés inmediato de los estadounidenses. Por lógica jerárquica declinante, puede que no sean para nada los nuestros, los de los pueblos del llamado Occidente.
Todo ese cúmulo de desastres nos cae encima en nombre de una rara retórica de la seguridad y de la defensa: nadie ataca al otro sino que todos dicen responder a los ataques de los demás.
Hay que recordar todos los choques del último cuarto del siglo XX, en el que no se trató sólo de Israel y Palestina, sino también de Siria, Irán e Irak, países estos últimos que se enfrentaron en una de las guerras más largas y terribles de la historia moderna (1980-1988). Murieron centenares de miles de personas, a un lado y otro de una frontera que hoy –a pesar del delirio oficial sobre los mártires– se mantiene donde estaba al empezar aquella masacre propiciada por otras potencias, de aquí y de más allá.
Aquel capítulo bélico, y esa memoria del horror, crearon las premisas de las dos guerras de Irak, que a su vez derivaron en la multiplicación de fracciones armadas diversas y enfrentadas entre sí, casi siempre con la religión como base teórica.
Dentro de ese apartado geopolítico se fue construyendo el modelo militar de Irán, un modelo en el que sus fuerzas armadas conviven con su otro ejército, los guardianes de la Revolución, donde las armas, los intereses de grupo y la religión se entremezclan y diluyen como en un cocktail.
Israel, por su lado, ha tenido su brazo militar desde antes de que la ONU lo creara como Estado independiente, al principio contra el poder colonial británico. Siempre contra el pueblo palestino. Esa tradición de guerra empezó con el terrorismo de grupos paramilitares judíos, como Irgún o Haganá, que mediante acciones de terror expulsaron a centenares de miles de palestinos de sus hogares para instalarse en sus tierras.
El mismo proceso que sigue hoy en Gaza y Cisjordania, adobado ahora con discursos de defensa propia por delante, discursos que se dotan cada vez más de un cinismo político mayor. Un cinismo letal para sus miles de víctimas.
Desde la guerra Irán-Irak, los dirigentes de Teherán utilizan un lenguaje beligerante parecido al israelí para hablar de la defensa del país y de su identidad, incluso de su carácter judío, es decir, también de su religión primigenia.
En realidad, el régimen teocrático y Benjamin Netanyahu sólo discursean siempre sobre sus propios intereses.
Desde Jerusalén y Teherán se impulsan programas militares y nucleares –desiguales, sí– en los que Israel mantiene el predominio y la iniciativa militar con tecnologías siempre de punta y un armamento atómico, que Irán intenta desarrollar por sí mismo con tenacidad y diplomacia irregular, contra los designios de Israel y sus aliados occidentales.
Sin olvidar que dirigentes y tiranos de Oriente Medio usaron antes gases prohibidos por los convenios internacionales, contra sus propios pueblos. Sucedió en Irak, también en Siria.
Sumemos a lo anterior, el aliento y la creación de milicias amigas y religiosamente cercanas. Existen ejemplos suníes (Arabia Saudí) o chiíes (Irán), o de grupos contrarios y enemigos que luego escaparon a sus creadores (caso de Israel con respecto a Hamás). Forman parte del conjunto. Entre los rescoldos casi olvidados de la guerra civil de Líbano (1975-1990), quedan brasas encendidas. Siguen quemando peligrosamente.
A esos brazos militares exteriores de unos y de otros, se añaden sus respectivas industrias militares y los suministros irresponsables que van de Estados Unidos hacia Israel o desde Moscú hacia Damasco, de Teherán hacia Ucrania.
¿Cuando dejarán (dejaremos) de suministrar armas desde nuestros propios países?
Y en la punta de lanza de esos mercadeos inquietantes están las armas nucleares ya desarrolladas (Israel) o por desarrollar (Irán, Arabia Saudí).
«Armas nucleares, misiles y milicias». En el caso de Irán, Alain Frachon describe ese «tríptico que forma la base defensiva de un régimen tocado, disminuido, tras las fuertes pérdidas que ha infligido Israel a Hezbollah».
Entretanto, la mayor parte del apoyo que recibe la causa palestina resulta ser humanitario, dificultosamente humanitario, o puramente verbal, diplomático, retórico.
Las poblaciones del Estado de Israel están amenazadas, sí, pero no lo están menos los iraníes por los juegos de la geopolítica exterior y por el caos creciente en sus propios gobernantes.
La ‘peculiar’ perspectiva de China
En medio, la llamada causa palestina queda muy desdibujada. Es más bien un pretexto global de los dirigentes de unos u otros países. , Predomina el silencio en las capitales árabes. Y desde Pekín, la preocupación mayor es impedir la desestabilización general, que obstaculiza el desarrollo del papel mediador que China reclama siempre para sí misma. Esa posición resulta coherente con el impulso de sus rutas de la seda y con el hecho de que su diplomacia se esfuerza por visibilizar y mantener buenas relaciones con unos y con otros. Ese papel como paraguas del apacigüamiento global se hizo muy visible cuando Arabia Saudí y Teherán se dieron la mano en 2023, bajo influencia del juego diplomático chino. China es el tercer socio comercial de Israel y aunque oficialmente ampare a los palestinos, lo último que desea es daños en los mercados del petróleo.
Israel puede atacar las instalaciones nucleares de Irán, aunque Biden, que apoya a Netanyahu, le haya advertido de que, si lo hace, otros misiles iraníes podrían alcanzar –con mayor precisión– las ciudades de Israel. El ojo por ojo no es la exclusiva de ningún libro sagrado.
Según parte de los expertos de la zona, durante meses Hezbollah habría asumido que Israel contendría sus respuestas militares para concentrarse en Gaza. Un claro error de cálculo, que el líder de la milicia chií libanesa, Hassan Nasrallah, ha terminado pagando con su propia vida. Otro mártir que añadir a su lista.
Algunos medios internacionales afirman que murió horas después de que hubiera cedido, anticipando su visto bueno a una pronta tregua en la frontera de Líbano con Israel. Netanyahu no dio tiempo a esa tregua hipotética. Nasrallah está muerto, las armas israelíes han vengado la retirada forzosa de Israel del país de los cedros (en 2006). Fue una retirada sin gloria, dijeron medios turcos.
En Oriente Medio, la idea nacionalista de honor militar está muy arraigada y unida a una cierta cultura política de la venganza, mientras Irán ve en este momento cómo son debilitados sus grupos satélites (Hezbollah, Hamás, los hutíes de Yemen). Esos grupos han sido tan fieles a Teherán, para la ejecución de los planes iraníes, que algunos de sus aliados sirios o libaneses no dudaron alguna vez, cuando tuvieron que intervenir contra milicias y grupos armados palestinos que los dirigentes persas consideraron antiislámicos o, sencillamente, díscolos. Así sucedió en la guerra civil de Líbano, lo mismo que en la guerra civil de Siria (también inacabada).
En la geopolítica de verdad las causas sagradas lo son siempre menos de lo que parecen.
De modo que en esa galaxia del caos, los asesinatos de dirigentes y comandantes de Hamás o Hezbollah podrían no ser nada más que un pequeño detalle de una larga saga en aquella región del mundo. Allí, las necesidades de supervivencia política y personal de distintos lideres tienden a prevalecer sobre sus pueblos. Siempre con la ayuda directa (o con el silencio) de nuestros propios dirigentes democráticos.
Una galaxia del caos en la que no sabemos si terminaremos todos, tras caer en ese enorme agujero negro que son las guerras interminables de Oriente Medio.