El eurodiputado y copresidente del Partido de Izquierda francés Jean-Luc Mélenchon no tiene reparo en calificar su último libro de panfleto al referirse a la dura crítica que en el mismo hace al Gobierno alemán y al tono y al estilo polémico con que está escrito.
Sostiene el autor de «El arenque de Bismarck» (ed. El Viejo Topo) que esa crítica tiene su razón de ser, sobre todo, en el trato odioso -según expresión del propio Mélenchon- que está dando la dirigencia alemana al gobierno de Alexis Tsipras. Prevé, además, que ese trato puede ser el mismo que depare a Francia o a cualquier otro país del Este o del Sur de Europa (el nuestro es un ejemplo).
Según el eurodiputado francés, Alemania se ha convertido en un peligro para sus vecinos y sus socios, hasta el punto de afirmar en el prólogo que una nueva temporada de crueldad acaba de empezar en Europa. El modelo que el gobierno de ese país trata de imponer es, de nuevo, un retroceso para nuestra civilización: “El que tenga a la Comisión como cobertura, a la OTAN como locomotora y a toda la casta adinerada como cómplice no les resta un ápice de responsabilidad en este asunto. Cambiar las coordenadas políticas y hacer que Alemania cambie se ha convertido en la misma cosa”.
Cree el autor que es necesario y urgente hacerlo antes de que sea demasiado tarde y podamos quedar totalmente diluidos en el ordoliberalismo, el nuevo programa global de la derecha y los socialistas alemanes.
Mélenchon desmonta en su ensayo, con una documentación precisa y contrastada, la germanolatría circulante en torno a un modelo social y ecológico avanzado. Alemania es el primer país emisor de gases invernadero de la Unión Europea. Su sistema agroalimentario está controlado y dirigido por grandes cadenas comerciales de bajo costo, con la consiguiente repercusión en el aumento de la obesidad entre los ciudadanos (más del 24 por ciento de los alemanes adultos).
Una desigualdad social creciente se deja notar en las últimas décadas, con el incremento de la precariedad laboral y un mayor número de trabajadores pobres, especialmente en las regiones que pertenecieron a la extinta RDA. Cerca del 16 por ciento de la población alemana vive bajo el umbral de la pobreza: 13 millones de personas. El 20 por ciento de los asalariados son trabajadores pobres. A los 3 millones de desempleados oficiales habría que sumar 5 millones de trabajadores superprecarios.
Se llegó a esto, según el conocido dirigente de la izquierda francesa, porque la anexión de la extinta RDA sirvió de laboratorio para las contrarreformas sociales. Ese veneno, en palabras de Mélenchon, se propagó por doquier. Kohl lo aplicó en el Oeste en 1993 y la patronal francesa MEDEF lleva años intentando hacer lo mismo en su país, esto es, dar a los empresarios más facilidades para que puedan evitar los convenios de ramo y hacer chantaje al empleo negociando empresas por empresa, o incluso individualmente con cada trabajador. La anexión de 1991 prosigue. Un esfuerzo más y todos seremos pronto alemanes del Este. Y hasta puede que nos retrotraigamos al siglo XIX.
La Unión Europea se ha venido forjando a capricho de los intereses del capital financiero alemán con la colaboración de las élites del resto de los países. Con su actitud ante el gobierno de Syriza en Grecia antes y después del referéndum, Alemania ha demostrado sin disimulo que el poder no tiene nada que ver con ganar elecciones, tal como señala Pablo Iglesias en el prólogo del libro. Por eso uno de los principales problemas de la democracia en Europa es actualmente el gobierno alemán.
Jean-Luc Mélenchon nos lo demuestra clara y lúcidamente en este interesante panfleto contra Merkel y lo que su gobierno representa: “Más allá de Rin -escribe el autor- ha nacido un monstruo; es el hijo de la economía financiera desbocada y de un país que se ha entregado a ella, aquejado de necrosis por el envejecimiento acelerado de su población (en Alemania, desde hace treinta años, hay más muertes que nacimientos).
Este matrimonio está en vías de modelar Europa a su imagen y semejanza”. Para Mélenchon, por lo tanto, el debate sobre la moneda única no es un debate técnico y la tarea que tenemos por delante no se puede limitar a eso: “Se trata sólo de un aspecto de un problema cuya clave es otra: ¿Quién decide en Europa y en nuestro país? ¿La renta o el trabajo? ¿El pueblo o la oligarquía? ¿El Banco Central o los ciudadanos? ¿Alemania o la Unión Libre de Pueblos Libres?”.