Ha muerto en Cáceres Pedro Pazos Morán, en su casa. Aunque quizá él tuviera su último punto de memoria en el campo, donde no pudo estar hasta el final de sus días. Acompañado allí por su esposa Dalgis.
Con su sonrisa de siempre, él decía que tuvo una «infancia casi dichosa en el mundo rural».
Fue amigo de muchos, con una capacidad de empatía extraordinaria, fuera de lo común.
Concluyó sus estudios de Ingeniería Industrial en Madrid, en 1968, pero su ambición de saber lo convirtió en un sabio multidisciplinar. Con Pedro podíamos aprender de todo: de campo y de literatura, de historia y de relaciones internacionales.
Aunque fuera siempre una persona muy apegada a su pueblo, Cañamero, estuvo trabajando en medio mundo. Durante años dirigió grandes proyectos industriales y de desarrollo en países lejanos, como China o Indonesia.
Era un placer oirle contar sus encuentros con extremeños en los lugares más exóticos. Los reconocía por un gesto singular, por una palabra perdida, por la actitud determinada, por el habla, según me decía.
Fundó una comuna rural en su finca, El Rañaco. Su nombre figura en aquella gran obra pionera y de referencia titulada Extremadura saqueada, editada en 1978, tras años de investigación colectiva, por la mítica editorial del exilio español llamada Ruedo Ibérico.
Década y media después creó una empresa de energías renovables. Pedro era multidisciplinar: lo mismo se unía a la Universidad de Extremadura para llevar a cabo experimentos de almacenaje de la energía del hidrógeno que se concentraba en el desarrollo de la agricultura y la ganadería ecológicas. En sus últimos años, uno de sus elementos de reflexión, era el cambio climático.
En un tiempo, durante tres años, se convirtió con su pareja en un nómada. Atravesó la península en un carro tirado por una yegua y un caballo. Aventura extraordinaria que relató en un libro escrito con un estilo literario preciso, sencillo, lleno de vitalidad. Su cómplice y amigo Juan Serna lo ha descrito (diario Hoy, 21 de abril de 2016) como «un pionero rural».
Le gustaba recordar las campañas de defensa del medio ambiente en las que había participado en Extremadura y en los territorios vecinos: contra la central nuclear de Valdecaballeros, contra el campo de tiro de Anchuras, contra la Refinería de Tierra de Barros. Durante el último período, junto la Plataforma Salvemos Las Villuercas, contra los proyectos especulativos de minería a cielo abierto. Hablaba de las victorias (Valdecaballeros), pero no olvidaba lo que calificaba de «batallas perdidas».
Su carácter solidario le llevó en sus últimos años a África. En Mauritania y Senegal ayudó a recuperar pozos tradicionales y a extraer el agua utilizando el bombeo solar. Esos proyectos tenían también como objetivo resaltar y dar trabajo a las mujeres de esos países.
Antes de la pandemia escribía en la revista local de su pueblo. También en Cuaderno extremeño para el debate y la acción, una revista trimestral de pensamiento y de investigación social. «Para meditar», según dijera él mismo junto a otro personaje entrañable. Fácil de trato, alegre, sencillo.
Imposible citar el número de los que estuvieron con él en alguno de esos proyectos o de esas batallas no siempre perdidas.
Deja atrás escritos en los que lo primero que resalta es su capacidad de empatizar con personas de todos los ámbitos. De ello da muestra su esfuerzo para recuperar la historia de uno de los asesinatos crueles del pasado más salvajemente machista (1928), que relató con otros dos autores, en el libro La cruz de la molinera. Un esfuerzo suyo por recuperar aquella cruz perdida está en el inicio del homenaje popular -de Cañamero y Valdecaballeros- a la víctima.
La naturaleza y la historia de su pueblo y de las gentes de Cañamero formaron siempre parte intensa de su vida. Desde siempre, le encantaban los relatos de la gente mayor. Desde ahí regresaba fácilmente a la memoria de su infancia.
En la Revista de Cañamero número 1 (2018), escribió una aventura infantil, El tesoro de la cueva de la Mora, donde concluye con unas líneas que describen sus sentimientos y recuerdos más preciados. Su forma de contemplar su vida y el alejamiento de ella:
-Vino a nuestra mente la imagen del tropel multicolor merodeando entre los canchos el pasado Día del Bollo.
No teníamos fuerzas ni físicas ni morales para volver a empezar. Sería absurdo reponer una edición del mito de Sísifo en sentido inverso.
Esa mañana bajamos la cuesta dominados por el desánimo más intenso.
El tesoro se alejaba poco a poco.
Paulatinamente se fue desvaneciendo.
Pedro Pazos no se desvanecerá nunca de nuestra memoria.
Nos acompañará siempre.
Ho lavorato con Pedro in Indonesia per qualche mese ingaggiato da un impresa Svizzera, più precisamente in nord Sumatra a Belawan nel 1990, terminato il lavoro non ci siamo mai più visti, nel tempo più volte mi è venuto in mente per la sua grande ed energetica personalità, questa sera ho deciso di introdurre il suo nome in google e purtroppo ho appreso la sua dipartita.
Sono spiacente di questa brutta notizia, rivolgo le mie condoglianze a tutta la sua famiglia, a lui un abbraccio in qualsiasi posto si trovi ora, ciao Pedro.
Renato
Paco Audije, gracias por tus palabras dedicadas a Pedro. Las comparto. Le conocía hace tiempo; además de tener amigos comunes, compartimos luchas en las mismas trincheras ante macroproyectos de: Refinería, en el corazón de la fértil comarca de Tierra de Barros; Megamina en Las Villuercas, Geoparque Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO…
Pedro Pazos seguirá siendo todo un ejemplo de vida y compromiso por nuestra Tierra y por el bienestar de la sociedad… 💚🌳🍄☘️🦋🌿🌍🐄🌸🐑✊✊
Diego M. Muñoz Hidalgo
Siento mucho esta noticia, amigo Diego.
Conocí a Pedro Pazos en noviembre de 1972, trabajando ambos en la planta de polietileno de baja densidad de la empresa pública Calatrava, en el polígono petroquímico de Gajano (Santander). A mí me había enviado mi empresa, Honeywell, a revisar unos medidores magnéticos de caudal que acababa de estudiar en Veenendaal (Holanda). Pedro, creo recordar que trabajaba para la empresa de ingeniería Técnicas Reunidas. Nos caímos bien, mutuamente, aunque fue un encuentro de pocos días. Evoco ahora una cena que tuvimos ambos con dos holandeses que me acompañaban, de la empresa Brooks Instruments, y que me reconocieron lo a gusto que se sintieron con su cordialidad.
Andando el tiempo, en uno de los viajes que hice a Villanueva para luchar contra la C N de Valdecaballeros, llamado por Juan Serna (supongo que en 1977), nos reencontramos en una reunión de militantes de la causa, para nuestra sorpresa y gozo: ambos hablamos abandonado la ingeniería, sus pompas y sus obras, para combatirla en una de sus creaciones más odiosas: la energía nuclear.
Siempre me pareció un tipo afable y sincero, pese a su seriedad de aspecto que era lo que parecía, de espíritu y vocación más humanísticos que ingenieriles.
Descansa en paz, amigo Pedro, que has dejado una estela de esfuerzos y lealtades».