Periodismo en Afganistán: la libertad de prensa es una ilusión

Cada año, los periodistas afganos celebran su día nacional el 18 de marzo, pero en este 2023 hay pocos motivos para festejar, debido a las restricciones generales, la creciente intimidación y un reciente ataque contra periodistas. En todo caso, en un encuentro único en Bruselas, los periodistas afganos mostraron su resistencia, informa Gie Goris (IPS) desde Bruselas.

«Siempre me he sentido bien en mi oficina», afirmó Seyar Sirat: «Soy introvertida por naturaleza, así que pasar horas delante de mi pantalla para Tolo News ha sido más una bendición que una maldición», confió.

Así era hasta el 15 de agosto de 2021, cuando la situación de Afganistán empezó a desmoronarse con el retorno de los talibanes al poder, al abandonar el país Estados Unidos y otros aliados.

«Pero incluso esa mañana, seguí trabajando con concentración hasta el momento en que llegó la noticia de que el presidente Ashraf Ghani había abandonado el país. Ese fue el momento en que algunas personas rompieron a llorar. Ese fue el momento en que me fui», narró.

Sirat cuenta su historia en el primer encuentro internacional de periodistas afganos desde el día en que cayó Kabul. Algunos periodistas pudieron llegar a Bruselas desde Afganistán, otros viajaron desde varios países europeos donde ahora viven e intentan trabajar. Y donde tienen que intentar construirse una segunda vida, «como recién nacidos», en palabras de Sirat.

Ello en un idioma nuevo, en un contexto extranjero, pero con lazos intensos y familiares con la patria. Y con profundas cicatrices mentales.

«El camino al aeropuerto de Kabul era de una sola dirección», observó Sirat visiblemente emocionada. «No podíamos volver. Ni para recoger ropa, ordenadores o cuadernos. Ni para volver al trabajo o a la vida anterior. Esos tres días y noches alrededor y en el aeropuerto son los momentos más trágicos y traumáticos de mi vida», aseguró.

Muertos y heridos

No faltan traumas entre los periodistas afganos. Un colega del norte del país informó hace unos días de que el 11 de marzo 2023, en la ciudad de Mazar e Sharif, se produjo un atentado contra una reunión de periodistas locales de varios medios de comunicación.

El balance fue elevado: tres muertos y treinta heridos, entre ellos dieciséis periodistas. Lo confirma el Centro de Periodistas de Afganistán. El atentado fue reivindicado por IS-KP, la rama local del Estado Islámico.

Tras el atentado de Mazar e Sharif, varios periodistas acabaron en el hospital. Ni siquiera allí les tranquilizaron los representantes armados de los actuales gobernantes. «Tendrían que haberos matado a todos», oyeron decir a los talibanes, que tenían que vigilarles y protegerles.

En su discurso de apertura de la reunión de periodistas afganos celebrada en Bruselas el miércoles 15 de marzo 2023, el enviado especial de la Unión Europea (UE) para Afganistán, Tomas Niklasson, también se refirió a esa reciente tragedia y la situó en el contexto más amplio del dramático deterioro de los derechos humanos y el Estado de derecho desde que los talibanes tomaron el poder.

Citó el reciente informe del Relator Especial de la ONU, Richard Bennett, quien pudo documentar 245 casos de violaciones de la libertad de prensa desde agosto de 2021. «Entre ellos se incluyen no solo ataques, sino también arrestos, detenciones arbitrarias, violencia física, palizas y torturas. La mayoría de ustedes dirán que esta cifra es una subestimación», dijo Niklasson, y todos los periodistas presentes asintieron.

Espacio perdido

El trauma no empezó para todos el 15 de agosto de 2021. Hujatullah Mujadidi, director del Sindicato Independiente de Periodistas Afganos, lo recordó en su discurso de apertura de la reunión.

«En los últimos veinte años han muerto en Afganistán al menos 120 periodistas, tanto nacionales como extranjeros. Hasta hace dos años, Afganistán tenía 137 canales de televisión, 346 emisoras de radio, 49 agencias de noticias y 69 medios impresos. En conjunto, representaban doce mil puestos de trabajo», dijo

Y añadió: «Poco de eso queda», porque «224 plataformas mediáticas cerraron sus puertas y al menos ocho mil trabajadores de los medios de comunicación -entre ellos 2374 mujeres- perdieron su empleo», sintetizó.

«Por fin nos habíamos creado un espacio tras siglos de restricciones», afirmó Somaia Walizadeh, periodista que pudo huir del país. «Nos han vuelto a quitar ese espacio», se lamentó.

De los pocos medios de comunicación que fueron fundados, dirigidos y alimentados por mujeres, aún quedan algunos. «Pero incluso allí, los hombres llevan ahora la voz cantante», explicó.

Reporteros sin Fronteras (RsF) afirma que en la mitad de las 34 provincias afganas no hay ni una sola periodista empleada, y que más de 80 por ciento de las mujeres periodistas están en sin empleo.

La organización también calcula que 40 por ciento de las plataformas de medios de comunicación han dejado de existir y que 60 por ciento de todos los trabajadores de los medios de comunicación se quedaron sin empleo después de agosto de 2021.

No es de extrañar, pues, que unos mil periodistas hayan huido ya al extranjero.

El meollo del problema

«Quienes quieren hacer un trabajo periodístico real e independiente en Afganistán se topan con una dificultad tras otra. Nunca fue fácil conseguir información fiable, pero hoy es casi imposible», afirmó Walizadeh.

Según su colega Abid Ihsas, quien sigue activo en Afganistán, esto tiene que ver con el hecho de que los periodistas sobre el terreno se enfrentan a combatientes talibanes «que no conocen ni reconocen la importancia de los medios de comunicación independientes».

Y  la cosa no queda ahí, afirmó, «porque toda la administración bajo las actuales autoridades está extremadamente centralizada y jerarquizada. Cada detalle y cada pizca de información tienen que ser aprobados y publicados siempre por una autoridad superior».

Pero la verdadera raíz del problema, según Ihsas, reside en la ambigüedad creada deliberadamente. Existe un reglamento de diez puntos, que es muy vago, pero no una verdadera ley de medios de comunicación.

En consecuencia, nunca está claro qué está permitido según las autoridades y qué no. En última instancia, depende del momento y de la persona que tengas delante.

Normalmente, las normas se comunican verbalmente y ad hoc. Esto da lugar a mucha censura abierta y también a demasiada autocensura debido a la constante incertidumbre.

Rateb Noori, periodista refugiado, lo resumió así: «El hecho de que relativamente pocos periodistas estén en la cárcel ni siquiera es una buena noticia en estas circunstancias. Demuestra sobre todo la eficacia de la intimidación».

Fariba Aram añadió que a los periodistas extranjeros se les trata mucho mejor que a los colegas nacionales. «Parece que los que están en el poder todavía quieren una imagen razonable en el resto del mundo, mientras que en Afganistán son reacios a cualquier cosa periodística», afirmó.

Hujatullah Mujadidi, del Sindicato Independiente de Periodistas Afganos, lo confirmó: «Intentan dividirnos. Internacionales contra nacionales. Diáspora contra interior. ‘medios buenos’ contra ‘medios malos’. Por eso es crucial que los periodistas y los medios de comunicación sigan hablando y negociando con una sola voz», sintetizó.

Tomas Niklasson lo expresó aún mejor cuando describió a los periodistas de la sala como «no unidos, ya que esto es demasiado ambicioso, sino conectados».

La mano dura y el largo brazo del poder

La inseguridad jurídica, la censura, la falta de acceso a la información y las dificultades económicas se combinan para formar un obstáculo casi insuperable para los periodistas afganos.

Los cientos de periodistas afganos que siguen ejerciendo su profesión desde Europa, Pakistán, Australia, Estados Unidos o Canadá se enfrentan, de hecho, a las mismas barreras para acceder a la información y tienen que manejar con extrema cautela lo que escriben o traen, ya que siempre existe la posibilidad de que los familiares que han dejado atrás paguen el precio de que cuenten la verdad.

Alguno de los informadores testificó sobre un artículo que debía escribir para un sitio internacional de noticias sobre el cambio climático y la contaminación atmosférica. La información solicitada nunca llegó, pero sí la declaración de que sabían dónde vivía su familia.

Rateb Noori también tuvo una experiencia similar. Su sitio de noticias investigó un reportaje sobre el levantamiento de facto del requisito de que las mujeres aparezcan en televisión con la cara tapada. En ese caso, no fue la familia del periodista la que fue amenazada, sino sus colegas locales, a pesar de que pensaban que estaban a salvo en sus cambiantes direcciones de escondite.

¿Qué hacer?

Analizar la situación actual resultó ser la parte sencilla del programa. Cuando se preguntó a los participantes qué se podía o se debía hacer al respecto, los periodistas afganos y sus socios internacionales de la UE, la Unesco, RsF y la Federación Internacional de Periodistas obtuvieron poco más que ideas tentativas.

«No se pueden resolver problemas que tienen más de veinte años en cuestión de semanas», argumentó Najib Paikan, quien recientemente tuvo que cerrar su propio canal de televisión.

«Pero a lo que debemos resistirnos es a la idea de que se ayuda a los medios de comunicación afganos ayudando a los periodistas afganos a huir del país. Allí se convierten en repartidores de paquetes, taxistas o cocineros, mientras el país necesita su experiencia, su compromiso y su valor», añadió.

Esto le valió un aplauso a Paikan, si bien todo el mundo sabía en el recinto de la reunión que marcharse es la elección de una gran parte de los periodistas, ahora desesperados.

Además, los problemas no desaparecen al cruzar la frontera, señaló Wali Rahmani, un activista fugitivo de los medios de comunicación. «Cientos de periodistas están atrapados en Pakistán y solo les preocupa sobrevivir. Comida y cobijo para ellos y para sus familias. Ellos también tienen derecho a la ayuda internacional», afirmó.

Los premios

Al margen de la reunión de Bruselas, también se entregaron los premios anuales al Periodista del Año.

Los Premios 2023 recayeron en Mohammad Yousuf Hanif, de Tolo News, Mohammad Arif Yaqoubi, de Afghanistan International TV, con sede en Washington, y Marjan Wafa, reportera de Killid Radio.

En los últimos diez años, un total de catorce periodistas han recibido el premio, entre ellos cinco mujeres.

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