A finales de enero, Tony Hall, director general de la BBC, dimitió. Tenía mandato hasta 2022, pero Hall prefirió dejar el puesto que ocupaba desde 2012. Y aunque en principio no se relacione ese hecho con el Brexit resulta significativo que esa renuncia tuviera lugar pocos días antes de la salida del Reino Unido (RU) de la Unión Europea (UE).
Porque no es posible referirse al origen del Brexit sin echar un vistazo al comportamiento hostil -durante décadas- de la mayoría de los medios de comunicación británicos hacia las instituciones europeas. Y aunque en la BBC haya habido esfuerzos de imparcialidad, a lo largo de años también recibió acusaciones de lo contrario por ofrecer cobertura (¿excesiva?) a la línea de diarios como el Daily Mail, The Sun, Daily Express o The Daily Telegraph. Todos ellos sistemáticamente antieuropeos.
Tras el ingreso del RU en la CEE, en 1973, esos medios evolucionaron del euroescepticismo inicial a la eurofobia obsesiva. Y en ese viaje utilizaron las malas artes habituales de la prensa tabloide (amarilla). Hasta lograr su objetivo de crear un sentimiento de rechazo hacia la UE. Aunque no siempre fue así en un cierto pasado ya desvanecido en el tiempo.
Cabe recordar, por ejemplo, que ya hubo un referéndum en 1975, convocado por el Partido Laborista durante el segundo período en el que Harold Wilson (laborista) era primer ministro (1974-1976) con la pregunta «Do you think the UK should stay in the European Community (Common Market)?»
Es decir: ¿Cree que el Reino Unido debería permanecer en la Comunidad Europea-Mercado Común? Y los británicos optaron abrumadoramente –entonces- por permanecer.
El aire político de aquellos tiempos era otro, anterior a Margaret Thatcher (conservadora, primera ministra de 1979 a 1990). Fue durante ese período cuando buena parte de los medios de prensa británicos reforzaron –paso a paso- su ya iniciada deriva antieuropeísta. Coincidió con el aumento de la antipatía de Thatcher y una parte del Partido Conservador hacia la propuesta creciente de otros países de conversión del Mercado Común (la CE) en Unión Europea.
Los thatcheristas se convencieron de que ese impulso unificador –tan político como económico- los alejaba de su ideario neoliberal. Asimismo, de su relación especial con Washington, en un momento en el que la comunión Reagan-Thatcher era casi perfecta. Influyó también el repunte patriótico (o nacionalista, como quieran) que produjo entre los británicos el final (1982) de la guerra de las Malvinas.
Paralelamente, tuvo lugar el aterrizaje progresivo del magnate de los medios Rupert Murdoch. Éste ya había comprado News of the World y The Sun (tabloides) cuando Margaret Thatcher llegó al 10 de Downing Street. Después, Murdoch se hizo con el control de The Times y The Sunday Times, históricas cabeceras conservadoras. Esa interacción Murdoch-Thatcher –mutuamente favorable- merecería un capítulo aparte relativo a la idea de ambos sobre lo que debía ser Europa y cómo convencer a la mayoría de la opinión pública.
Murdoch y el martilleo constante sobre Europa
El caso es que hace algunos años, incluso la BBC reconoció que su punto de vista respecto a la UE asumía casi siempre una perspectiva puramente interna. La información de los asuntos de Bruselas debía parecerse a los mismos temas vistos desde el parlamento de Londres. «Westminster prism», lo llamaron. Lo que tampoco sirvió nunca para satisfacer a los euroescépticos más críticos con la Corporación, que terminaban tildando los análisis de la BBC de elitistas. Para los británicos antieuropeos socavar el prestigio de la BBC ha sido un objetivo añadido. Y como por casualidad, la puesta en marcha definitiva del Brexit, ya en 2020, fue casi simultánea al anuncio de 450 despidos en la BBC. También al lanzamiento de la idea de supresión del canon obligatorio que la financia y sostiene. Otra propuesta reiterada de Boris Johnson.
El laberinto social y político del Brexit se ha superpuesto a todo. Y antes y después muchos medios de comunicación británicos han sufrido desajustes, amenazas financieras, recortes y desaparición de puestos de trabajo. Asimismo, vaivenes bruscos de sus últimos gobiernos, y también de líderes de otras fuerzas políticas. Capítulos repentinos de tensiones inesperadas. Una especie de piscodrama colectivo casi permanente.
En uno de esos momentos de tensión entre Londres y Bruselas, el corresponsal francés en Bruselas, Jean Quatremer, habló (en 2016) de «la enésima crisis de histeria británica» respecto a Europa. Quatremer lo expresó de manera burlesca añadiendo que «tenía que ver más con el psicoanálisis que con el derecho». Los periodistas británicos han sufrido ese proceso -desquiciante- del debate.
En el Reino Unido, no es posible referirse a todo ello sin volver a la influencia del gran propietario de medios de los principales países de lengua inglesa, el ya citado Rupert Murdoch: australiano de nacimiento, británico por negocios, estadounidense de pasaporte.
Toda la distorsión del debate mediático sobre Europa ha viajado -durante décadas- de la mano del conglomerado Murdoch. Un conjunto que abarcó –y abarca- diarios, revistas y cadenas televisivas como Sky y Fox News, además de negocios de todo tipo vinculados a otros medios muy diversos y a la producción de series, películas y ficciones audiovisuales.
En ese contexto, Jonathan Hardy (Policies for UK media plurality) dibuja lo que llama ‘triple juego’ de una determinada concentración mediática en su sentido más amplio : prensa, televisión de banda ancha y producción audiovisual, abonos de telefonía y derechos deportivos y de películas.
El momento álgido de ese ejercicio de poder mediático concentrado fue el estallido de la guerra de Irak (o segunda guerra del Golfo, 2003). «El apoyo entusiasta de la prensa de Murdoch por la guerra en Irak, que precedió a la invasión, ha sido bien documentado. Todos sus 175 diarios apoyaron la guerra» (citado en ‘Big Media & Internet Titans’, de Granville Williams, 2014).
La deriva antieuropea
Una derivada de esa mecánica casi uniforme durante los conflictos del Golfo sirvió después para describir –día a día- casi siempre negativamente todo lo relativo a la permanencia del Reino Unido en la UE. A veces, hasta la deformación absurda de todo lo europeo. Hasta la caricatura más descarada. Al comentar lo anterior con un colega británico, nos dijo: «Durante años, no hemos sabido crear una norma o regla para responder y frenar las mentiras de los medios sobre la UE y el Brexit».
Los titulares habituales de la prensa de Murdoch han engordado el nacionalismo del UKIP y de la extrema derecha representada por Nigel Farage. Ni siquiera el desprestigio sufrido por el grupo Murdoch tras el estallido del escándalo del espionaje de su periódico sensacionalista, News of the world, del que fueron víctimas personas humildes, pero también famosos y miembros de la realeza británica, sirvió para reducir su enorme influencia en la opinión.
Ansiedad y polarización
En junio de 2019, asistí en Londres (en representación de la FAPE) a una gran conferencia internacional (Global Media Freedom Conference) con pretensiones de abarcar todos los problemas actuales de la información y de la libertad de expresión en el mundo. Estaba organizada por los gobiernos del RU y de Canadá. Allí, encontré un escepticismo opuesto : el de los dirigentes del National Union of Journalists (NUJ).
Michelle Stanistreet, secretaria general del NUJ, nos dijo en una entrevista: «El Brexit ocupa todo el debate público y provoca la parálisis política de los demás problemas. Muchos afiliados del NUJ se refieren con frecuencia a su propia ansiedad. De modo que el Brexit resulta estresante para los periodistas y para los medios. Una especie de locura que aumenta la polarización general». Según Stanistreet, con el Brexit « los periodistas se han convertido en sospechosos. Sufren ataques de bandos distintos, enfrentados, mientras se difunden todo tipo de ideas conspiracionistas»
Así que el desprestigio creciente de los periodistas en el RU tiene que ver con las malas prácticas de muchos medios, con la distorsión centrífuga de las redes sociales en ese largo período de polarización y con una gran histeria social generada por mensajes reiterados y similares de medios vinculados entre sí.
«Somos conscientes de que es una tendencia mundial, pero consideramos un problema muy serio que sólo tres o cuatro grupos dominen el mercado. Y los propietarios de los diarios británicos de circulación nacional son muy pocos. Además, siempre ponen por delante su beneficio, antes que el periodismo, la honradez editorial y la calidad de las noticias », apuntó Michelle Stanistreet, quien denuncia la disminución creciente de empleos en los medios y el empobrecimiento de las condiciones laborales de los periodistas.
La concentración mediática ha resultado profesionalmente demoledora. Lo mismo que saber –hace pocos años- que la policía de su país espiaba sistemáticamente a los periodistas. O al menos a un cierto número de ellos, sobre todo, para conocer sus fuentes.
En 2018, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) dictaminó que el Gobierno británico había cubierto y amparado la vigilancia policial secreta de determinados periodistas. El TEDH estimó probada la violación de la Convención Europea de Derechos Humanos mediante una práctica del espionaje que estimó « indiscriminada, sin supervisión, ni garantías legales».
El problema es que toda esa confusión de asuntos que han influido en el Brexit y el periodismo no tendrá alivio inmediato tras la salida de la UE. Las relaciones del gobierno y de los periodistas no mejoran. El 3 de febrero, reporteros acreditados para seguir al primer ministro abandonaron un briefing en el 10 de Downing Street: la oficina de prensa de Boris Johnson quería escoger a los medios asistentes. Entre los vetados estaban los corresponsales de The Independent, The Mirror y Huffington Post. El 7 de febrero, el NUJ protestó por un intento similar para controlar a los fotógrafos y las imágenes de acontecimientos importantes, mediante la acreditación de una especie de fotógrafos ‘oficiales’ de Boris Johnson. « La paranoia del gobierno ante la prensa tiene que acabar », denunció en una nota el potente sindicato de periodistas del Reino Unido e Irlanda (NUJ, National Union of Journalists).
En días recientes, varios reporteros han sido agredidos gravemente en Londres durante varias manifestaciones ultranacionalistas; también en menor medida en otras de apoyo al movimiento #Black lives matter. De fondo, la impopularidad de los periodistas impulsada desde el gobierno y por parte de los mismos medios sensacionalistas en los que trabajan algunos de ellos.
En ese ambiente, resurge una y otra vez el pasado de Boris Johnson como periodista.
Fue despedido en uno de sus primeros empleos (en el diario The Times) por inventar citas de un personaje fallecido. Como corresponsal en Bruselas de medios diversos, él mismo ha confirmado que se divirtió manteniendo una línea de descrédito de Jacques Delors.
Entre sus falsas perlas periodísticas, la de que había que destruir el edificio Berlaymont (el edificio de la Comisión) para curarlo de amianto. Alastair Campbell, exportavoz de Tony Blair, que convivió con el Boris Johnson periodista recuerda lo siguiente: «Johnson se presentaba en algunas de mis sesiones informativas para resoplar, hacer chistes, no tomar notas nunca y defender historias que se inventaba él mismo».
Otro conservador, proeuropeo, Chris Patten, fue lapidario: «En Bruselas, como periodista fue uno de los mayores exponentes del periodismo de la falsedad (fake news)». Y un viejo colega, Charles Grant, antiguo corresponsal en Bruselas del semanario The Economist, resumió esa trayectoria y la del Brexit en apenas unas breves líneas: «Una de las razones por las que vamos a abandonar la UE –declaró Grant- es el goteo martilleante de propaganda anti-UE durante 25 años. La gente ha terminado creyéndoselo. Y fue Boris Johnson quien ayudó a fijar ese tono». Quizá es la explicación más sencilla y explícita del origen del Brexit.
Cabe preguntarse ahora si ese largo camino recorrido para salir de la Unión Europea -predicado por tantos medios y por montañas de mentiras y charlatanería- puede de repente sufrir desvíos o interrupciones decisivas. Ningún indicio importante parece sugerir estos días que la desastrosa, contradictoria e irregular gestión de la pandemia por parte de Boris Johnson vaya a modificar su agenda o la opinión de la mayor parte de sus partidarios.