«On est pas d’un pays, on es de son enfance»
«No eres de un país, eres de tu infancia»
Esa frase que pronuncia uno de los personajes de la película resume bien la poesía y el profundo mensaje humano de este testimonio transmitido por varias generaciones de inmigrantes italianos en Francia. Alain Ugheto, realizador marsellés de origen italiano, es uno de sus descendientes.
El título, que puede parecer provocador, es una buena síntesis también de la dura realidad vivida por esa familia, cuya historia nos es relatada a través de un dialogo ficticio con Cesira, la abuela del realizador.
«Papa, porque ¿ponen ese cartel?», pregunta el niño… «Bueno, responde el padre embarazado, es porque tienen miedo que los perros muerdan a los italianos, no hay que entrar ahí».
La explotación, la guerra, la miseria y la muerte son evocadas con ternura y buen sentido del humor, los brócolis se transforman en árboles, los terrones de azúcar son los ladrillos de la construcción, el cartón de sus decorados es utilizado con ingeniosidad en vigas de madera, o en la fabricación de vehículos blindados, mientras que sus personajes en plastilina son más humanos que cualquier actor de carne y hueso.
Natural de la región italiana de Piamonte, y más concretamente de la localidad de Ughetta, país de los Ughettos, esa familia de inmigrantes protagonistas de esta odisea son los antepasados del cineasta, que nos propone un viaje a través de la memoria familiar e histórica.
Como lo explica su autor, cuando empezó a trabajar sobre el tema hace nueve años pocos eran los testigos de esa lejana época que empieza en 1870 y se extiende hasta el siglo veinte. El libro del sociólogo italiano Nuto Revelli «El mundo de los vencidos» fue en consecuencia una fuente de inspiración para recoger testimonios históricos sobre la miseria y las guerras sucesivas que padecieron esos emigrantes.
Huyendo primero a la hambruna en el siglo diecinueve, los Ughettos atraviesan varias épocas de la guerra del 14 a la guerra de Abisinia, el auge del fascismo italiano o la segunda guerra mundial, generaciones de italianos que terminaron por adoptar la nacionalidad francesa y contribuyeron al progreso de este país.
Entre la forma y el contenido de este hermoso proyecto existe una evidente coherencia al relatar una historia de transmisión y de memoria sobre esos emigrantes, en este caso italianos, que a su llegada a Suiza, Bélgica o Francia, tropezaron con los mismos prejuicios racistas y la misma explotación que todas las anteriores o ulteriores olas sucesivas de inmigrantes.
De la Francia xenófoba del siglo diecinueve a la xenofobia naciente de este siglo veintiuno, el mensaje de este dibujo animado tiene pues lectura universal: familias que por razones económicas o políticas escapan a la miseria y la opresión, y que contribuyen ahí donde llegan al crecimiento económico y social del país que les acoge. Enfrentados ayer como hoy al racismo universal, ese racismo producto de la ignorancia que detesta la diferencia y que echa la culpa de todos sus males sobre el extranjero.
Premiada en el festival de Annecy el año 2022, «Interdit aux chiens et aux italiens» es una formidable película de animación, cuya fabricación artesanal con figuras en plastilina y decorados de cartón, filmados según el procedimiento stop motion, imagen por imagen, en los estudios franceses foliascope, nos trasmite un caudal de ingeniosidad y de poesía muy superior al de las grandes producciones hollywoodenses, tan deseadas por los distribuidores y exhibidores.
Por desgracia, desde su estreno el pasado 25 de enero, son pocas las salas que proyectan en París este excelente dibujo animado, cuya técnica de animación debería ser enseñada en todo el mundo, por ser un hermoso homenaje al cinematógrafo, lejos, muy lejos de las invasoras y millonarias tecnologías digitales.
A ver absolutamente en todos los cines y escuelas del planeta, con un doble debate sobre las técnicas de cine de animación y sobre el racismo cotidiano.