Ha transcurrido una pequeña eternidad, desde que el joven estadounidense Elvis Aaron Presley grabara su primer disco comercial en la ciudad de Memphis, en el estado de Tennessee.
Aquel microsurco contenía en la cara A la canción That’s all right, que había sido escrita por el bluesman Arthur Crudup en 1946, si bien con otro título (That’s all right, mama). Catorce días después de aquel día 5 del mes de julio del año 1954, saldría ese single a la venta con la canción Blue moon of Kentucky en la cara B.
Nacido el 8 de enero de 1935 en Tupelo (Mississippi), Elvis Presley pasaría a la historia de la música como uno de sus adorados oficiantes a los que un rendido culto mundial les coloca en el más alto grado celestial de las criaturas surgidas de las cenizas del Occidente causante de dos guerras mundiales en el siglo veinte.
En 1953, ya Elvis había acudido a los estudios que el sello discográfico Sun Records tenía desde hacía un año en la ciudad de Memphis para grabar algunas canciones como regalo de cumpleaños para su madre. Como quiera que el propietario de la disquera, Sam Phillips, se quedara absolutamente impresionado de sus cualidades artísticas, un año después el joven cantante en ciernes entró, acompañado del guitarrista Scotty Moore, en aquellos estudios de Tennessee para dejar su huella primigenia para siempre en las páginas de la memoria popular.
Si Elvis es considerado por muchos como un auténtico dios y es difícil encontrar a alguien en todo el planeta Tierra que no sepa quién es, quien fue o quien seguirá siendo, el sello discográfico de Sam Phillips tiene en su haber memorable la imbatible alineación de músicos imprescindibles siguientes, que dejaron su arte en los vinilos prensados por Sun Records: Johnny Cash, Carl Perkins, Roy Orbison, Jerry Lee Lewis, B. B. King o Howlin’ Wolf.
Una eternidad después, aquella canción de Elvis para el gran amor de su vida, Gladys Love Smith, de casada Gladys Presley, su madre, sigue sonando como si la vida fuera incapaz de fluir sin escucharla.
Elvis Presley. Elvis está muerto profundamente, como si fuera para siempre: cimbrean cinturas y cien guitarras cantan un doloroso blues de algodón sin recoger, maltratado y único, el fruto de una tierra de esclavos con tantos racistas como sogas y frutas extrañas, profunda América para los americanos, anidando en sus barcos el futuro del mundo, el de los dólares, el rocanrol y el paisaje de los pianos de jazz, de jazz libre y güisqui, profunda América sin más pasado que el de los pioneros y los látigos, sin más presente que el de los jóvenes enriqueciendo los átomos del futuro.
Al verdadero poder le basta con sonar como si la música estuviera siempre en el lugar donde Elvis Presley nos sigue peguntando si estamos solos esta noche.
Burning love
canta Elvis
y luego se muere
en un relámpago…
Todo queda suspendido,
tengo catorce años,
cuando la vida es muerte,
primero el Rey,
luego mi tío Rafael,
pero es muerte seca,
adolescente e insolidaria,
es el verano de 1977,
el de las noches luminosas
de jugar al látigo.