Habitualmente el verano era un momento propicio para el estreno de películas tirando a malas, incluso malas y muy malas, con la excusa de que el calor obliga a la gente a refugiarse en las salas con aire acondicionado, lo mismo que se refugia en las tiendas saltando de una a otra para evitar la recalentada acera de la canícula.
No estoy segura de que este razonamiento siga siendo válido desde que existen los centros comerciales, lugares en los que hay mucha más variedad de cosas “para ver”, que también tienen aire acondicionado e incluso gigantescas urnas con bolas de colores, en las que depositar a los niños sin colegio, y poder disfrutar de un rato de soledad, mirándoles desde fuera.Todo esto viene a cuenta de que hay semanas nefastas, en lo que al cine se refiere. Y esta es una de ellas. Tras el fiasco de la película argelina Lo que el día debe a la noche, la alemana Romeos no ha tenido que esforzarse mucho para superarla. Película que se anuncia diciendo que trata el tema de la transexualidad con humor, y que es realidad es un folletín sin ningún interés.
Historia enrevesada de una chica que está haciendo el proceso para convertirse en hombre y se enamora de un chico que es gay, cosa que no entiende ni su mejor amiga, quien le aconseja: “Si te van a gustar los chicos ¿por qué no sigues siendo chica que es más fácil?”. Claro que no soy quien para decirlo, pero no creo que esta historia guste ni siquiera a los transexuales porque les deja en bastante mal lugar y de ninguna manera se detiene a contar sus problemas cotidianos. Prácticamente, los personajes de esta película solo existen de noche, unas noches “desenfrenadas” que diría el moralista, en las que todo suena a falso (a lo que también contribuye el inexpresivo rostro de la chica/chico protagonista.
Resumiendo: Lukas, quien todavía figura como Miriam en los papeles oficiales, tiene 20 años y empieza a hacer su servicio civil al mismo tiempo que su mejor amiga. El hecho de que sea un hombre encerrado en un cuerpo femenino hace que le asignen un dormitorio en la residencia para chicas. Lukas tiene que esconderse de sus compañeras para vestirse, disimulando el pecho y colocándose un pene de goma, inyectarse testosterona y hacer ejercicios de musculación, en espera de que llegue la prometida operación que va a pagarle la seguridad social. Todo eso le produce mucha ansiedad (y nos lo creemos porque lo dice, la verdad es que el actor tiene pocos registros). Empieza a frecuentar los ambientes gays de la ciudad, donde se siente atraído por Fabio, un homosexual tipo “macho duro de San Francisco” y con él se inicia en lo que va a ser su nueva vida.