Fue en el tratado de Lalla Maghnia (marzo de 1845) cuando Francia, en los inicios su dominio colonial sobre Argelia, y Marruecos (un país todavía plenamente soberano en aquella época), firmaron un tratado que dejó sin precisar la mayor parte de la frontera entre ambos países. Cuando Marruecos se convirtió en protectorado español y francés (1912), Francia fijó un límite administrativo (retocado en 1938) con la convicción displicente de que se trataba de una zona desértica y casi deshabitada.
Una vez lograda su independencia, el primer presidente de Argelia, Ahmed Ben Bella, se negó a reconocer que el presidente del Gobierno Provisional de la República Argelina, Ferhat Abbas, se había comprometido por escrito a que ambos países negociaran la revisión del trazado fronterizo cuando Argelia fuera ya un país independiente. Por parte del ilegalizado (por París) GPRA, la firma de Ferhat Abbas quiso ser un gesto hacia Marruecos que apoyaba la lucha de los independentistas argelinos. Dicho gesto no tendría continuidad y pronto daría lugar a un conflicto armado.
De modo que la historia de los choques argelino-marroquíes es tan larga como sus respectivas existencias como países independientes. No hay nada más que recordar aquel conflicto, la llamada Guerra de las Arenas (septiembre 1963-febrero 1964).
Un choque militar que los enfrentó por ese trazado fronterizo menos de año y medio después de la independencia de Argelia (julio de 1962).
Hace apenas dos semanas, Argelia anunció la ruptura de relaciones diplomáticas con Marruecos. En Rabat, la posición oficial expresó su sorpresa por una decisión que fue considerada totalmente “absurda”, basada en “pretextos falsos” y “completamente injustificada”. Desde Argel, por el contrario, justificaron su decisión unilateral afirmando que Marruecos “persiste en llevar a cabo diversas decisiones hostiles hacia Argelia”.
¿Cuáles son los elementos esenciales de este conflicto?
En julio, el embajador marroquí en la ONU hizo circular un documento que sostenía el derecho a la autodeterminación de los cabiles (población amazigh, bereberes de Argelia). Visto desde el exterior, ese apoyo a la autodeterminación amazigh en el país vecino sorprende. Porque Marruecos tiene una numerosa población bereber, sobre todo en el Rif, y se enfrenta también de manera intermitente a una amplia contestación en el norte del país. Aunque parezca que es sobre todo por motivos sociales y económicos, subyace un claro conflicto identitario similar al de los amazigh de Argelia.
No hay que olvidar las manifestaciones multitudinarias del Hirak (movimiento de protesta) en el Rif, sobre todo en 2016 y 2017. Sufrieron una enorme represión, con más de un millar de detenidos y algunos muertos. En esas protestas pudieron verse símbolos bereberes y banderas de la históricamente breve y fallida República del Rif. Desde ese punto, la actitud de Rabat es poco comprensible a la vista de sus propios problemas endógenos.
En Argel, acusan también a Marruecos de financiar al separatista Movimiento por la Autodeterminación de la Cabilia (MAK) que ha sido clasificado como grupo terrorista por las autoridades argelinas. Sin embargo, es casi obvio que las autoridades de Argelia han actuado movidas no solamente por cuestiones estratégicas y de política exterior. El régimen de Argel se enfrenta a su propio movimiento callejero [también conocido como Hirak] que pide una verdadera democratización del país y el fin de la corrupción de los clanes del poder.
“Al recurrir a su fibra nacionalista, el régimen argelino espera desviar la atención de la población de sus dificultades internas”, afirma un editorial del diario Le Monde (28 de agosto).
Asimismo, cabe recordar que, en julio, estalló el escándalo ‘Pegasus’; es decir, la denuncia del uso de tecnología israelí por parte de los servicios secretos marroquíes para espiar a personalidades, activistas, periodistas y dirigentes de varios países, incluyendo a la presidencia francesa. En Argelia, hasta seis mil teléfonos habrían sido espiados por parte de los servicios de inteligencia de Marruecos utilizando Pegasus, incluyendo los de las máximas instancias de Argel.
Y por supuesto, hay que contar con los impactos del interminable conflicto del Sahara Occidental, con el agravamiento de las tensiones y con diversos incidentes armados más o menos recientes entre el Frente Polisario (protegido por Argel) y el ejército marroquí.
En este apartado, tampoco hay que olvidar la decisión del desestabilizador Donald Trump (diciembre 2020), anunciando el reconocimiento de la soberanía de Marruecos sobre aquel territorio. El Majzén rabatí lo interpretó como un refuerzo mayor de sus posiciones con relación al territorio del Sahara.
De ahí surgieron las serias diferencias con Alemania, después de que Marruecos llamara a su embajador en Berlín porque el gobierno de Angela Merkel recordó que, según la ONU, el Sahara Occidental sigue siendo “un territorio ocupado” por Marruecos, que bloquea la posibilidad de un referéndum de autodeterminación exigido por las resoluciones de las Naciones Unidas. Y, desde luego, la crisis de Ceuta que provocó que ocho mil migrantes, la mayoría marroquíes, incluidos menores, pudieron pasar la frontera terrestre con España [y por tanto, de la Unión Europea], tras conocerse públicamente el ingreso en un hospital de Logroño de Brahim Ghali, secretario general del Frente Polisario.
En los últimos tiempos, varios elementos sugieren un exceso de confianza de la diplomacia marroquí por el giro de Washington, ni desmentido, ni confirmado del todo por la administración Biden. La sobrerreacción de Rabat ante España y otros países de la Unión Europea se alimenta de ese menú. El analista Najib Mikou (diario L’Opinion, de Rabat, 24 de agosto), tras llamar “energúmenos” a los dirigentes argelinos, a los que también califica de “odiosos, celosos, enterradores y generadores de lo peor”, descarta (casi del todo) la posibilidad de que las diferencias puedan generar otra vez un enfrentamiento armado entre los dos países. Mikou es explícito: “Supongo que nuestro verdadero aliado, los Estados Unidos no dejarán que eso vaya adelante”.
No hay que olvidar tampoco, la reciente visita de Yair Lapid, ministro de Asuntos Exteriores de Israel, al reino de Marruecos. Allí señaló la proximidad cómplice –según Israel– de Argelia e Irán, una cercanía que no parece muy visible para cualquiera que intente observar la realidad de manera neutral.
Desde la perspectiva argelina, se trata de un país árabe que acoge críticas contra otro país árabe utilizando el punto de vista oficial de Israel. En el mundo árabe, aumentan los reconocimientos de Israel en la cumbre, sí; pero ese proceso sigue siendo impopular en la inmensa mayoría de las sociedades árabes. Los acercamientos de Marruecos a Tel Aviv se perciben como una traición a la causa palestina y como una ruptura de la solidaridad interárabe.
También es cierto que hace pocas semanas, el rey de Marruecos, Mohamed VI, propuso un esfuerzo para mejorar las relaciones con Argelia; pero los precedentes anteriores estaban todavía muy frescos para los dirigentes argelinos. La acumulación de puntos de desacuerdo sobrepasa su capacidad de absorción y, recordemos, sirve a su propósito de desviar la atención sobre el Hirak de Argelia.
De todo ello, no cabe deducir de inmediato que la ruptura diplomática vaya a tener consecuencias más graves. La frontera entre ambos países ya está cerrada desde hace veintisiete años. Y, en principio, los consulados respectivos seguirán abiertos y emitiendo visados. Marruecos ha cerrado su embajada en Argel y ha repatriado al embajador y a todo su personal, pero ha confirmado que su consulado en la capital argelina, así como los de Orán y Sidi Bel Abés, seguirán funcionando con normalidad.
Quedan otras cuestiones, como los proyectos de gasoducto para exportar el gas argelino hacia Europa. El experto y profesor Salim Chena (facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Burdeos) declaraba en el diario belga La Libre Belgique (26 de agosto): “Está también la cuestión del gasoducto de Argelia hacia España pasando por Marruecos. Para que el gas pueda circular por él, se necesita un acuerdo entre los dos países magrebíes. El acuerdo concluye el próximo otoño. Argelia afirma que podría traspasar la misma cantidad de gas por otro gasoducto que va directamente a España. La renovación (o no) de dicho contrato servirá de indicador del estado de las relaciones” entre Argelia y Marrueco
Esa posibilidad se concretó ya el jueves 26 de agosto, cuando Mohamed Arkab, ministro argelino de Energía, informó (El País, 27 de agosto) de que su país utilizará el gasoducto Medgaz, que une directamente Argelia y la península Ibérica, para hacer llegar todo el gas previsto para España y Portugal a través de ese canal que atraviesa el mar de Alborán.
La renovación del acuerdo tripartito que se aplica al gasoducto GME (1440 kilómetros), que pasa parcialmente por Marruecos, se convierte en altísimamente improbable. La conclusión del contrato tripartito está fijada a finales de octubre. Marruecos recibe así una réplica añadida e inesperada porque –además del gas transportado hacia España y Portugal– hay una parte del gas conducido por el GME que se queda en Marruecos.
Así que el trasfondo de la ruptura de relaciones anunciada unilateralmente el 24 de agosto por parte de Ramtane Lamamra, ministro de Asuntos Exteriores de Argelia, sobrepasa ampliamente el contencioso saharaui, aunque no pueda explicarse –de ninguna manera– sin la prolongación indefinida de ese conflicto.
En Argel, la equiparación de los problemas sociales y culturales de la Cabilia con el dossier del Sahara Occidental suena como una provocación.
Un comunicado argelino, previo a la ruptura de relaciones diplomáticas, denunció lo que considera “apoyo y ayuda de fuerzas extranjeras al MAK, empezando por Marruecos y la entidad sionista” [es decir, Israel].
Por último, hay que citar que Marruecos es acusado en Argel de estar tras los múltiples y enormes incendios “criminales” que ha sufrido el norte de Argelia, con el resultado terrible de miles de hectáreas quemadas y casi un centenar de víctimas mortales. En la siempre activa rumorología argelina, se sugiere que esos fuegos fueron desencadenados utilizando drones israelíes.
Europa y Estados Unidos esperan que la ruptura Argel-Rabat no vaya a mayores porque ambas capitales cooperan con los países occidentales en el Sahel, donde los grupos yihadistas ganan terreno en Mali y en países vecinos. “Este nuevo endurecimiento argelino-marroquí tiende a fragilizar la cohesión de los esfuerzos internacionales en el Sahel”, recuerda Le Monde en su editorial.
El trasfondo de esta crisis es múltiple y muy serio. Tanto como que en la misma jornada en la que el ministro argelino Ramtane Lamamra anunciaba el retorno de su embajador, las autoridades argelinas confirmaron y recordaron ¡al cabo de tantos años! que en la Guerra de las Arenas, hubo 850 chahid (mártires), un término que se utiliza habitualmente con las víctimas de la guerra por la independencia contra los franceses.
El Sahara Occidental es un elemento importante, pero no el único, desde luego, de una crisis bilateral de varias décadas en las que las disputas visibles o subyacentes abundan.