Sexo y género

El comienzo de un nuevo año conlleva muchas cosas, entre ellas la continuación de tareas que no pudieron completarse en el año que ha terminado, o emprender otras que habían sido concebidas y planificadas para ser ejecutadas en el ciclo que supone la llegada de un nuevo período.

Y como dice el coro de una vieja canción navideña de una legendaria orquesta venezolana: «Año nuevo, vida nueva».

En el año que acaba de concluir, aunque hubo varias ocasiones en las que, por diversas razones, no me fue posible publicar el acostumbrado artículo sabatino, sentí la satisfacción del deber cumplido, ya que hubo personas a las que les fue muy provechoso este aporte semanal, pues a decir de ellas, han disipado muchas dudas y han adquirido gran soltura en escribir bien y en hablar de mejor manera. ¡Eso me satisface y me motiva a continuar aportando elementos para un mejor uso del idioma español!

Ratifico mi compromiso de mantener este trabajo de divulgación periodística, que solo es y será interrumpido por motivos de fuerza mayor; pero estaré siempre en la mejor disposición de sortear los obstáculos para tratar de no faltar a la cita de los sábados.

Habrá temas nuevos y otros nada nuevo, pues por la persistencia en las impropiedades de lenguaje en los medios de comunicación y en el habla cotidiana, siempre será oportuno volver sobre temas ya tratados, como el de hoy, del que no llevo la cuenta de las veces que lo he abordado. ¡Ahí voy!

Antes, hace ya varios años, creía que la confusión en cuanto al uso inadecuado de los vocablos sexo y género era exclusiva de Venezuela; pero hoy puedo afirmar que no es así, a juzgar por el lenguaje que se emplea en los doblajes al español de producciones de canales estadounidenses para Hispanoamérica.

No sé si aparte de Chile habrá otro país en el que haya empresas que se dediquen a hacer ese tipo de trabajo; pero el de Chile está plagado de vicios que, inclusive, se han enquistado en el habla del común de los hablantes de esta parte del mundo. Con esto no quiero decir que el problema haya surgido en ese país sureño; pero es una fuente inagotable de propagación del mal.

Hoy es difícil que en Venezuela y en cualquier otra nación de la América hispana se usen las palabras sexo y género de manera adecuada. Es posible que haya excepciones; pero hasta ahora no han aparecido, por lo menos en lo que he percibido. Ello ocurre porque muchos periodistas, locutores, publicistas, educadores y otros profesionales no se han percatado de que sexo es una categoría biológica, y género, de acuerdo con la definición que aparece en el DLE, es sinónimo de tipo, especie, categoría, variedad, apartado, etc. Es «grupo al que pertenecen los seres humanos de cada sexo, entendido este desde un punto de vista sociocultural en lugar de exclusivamente biológico».

Si se lee con atención el enunciado anterior, copiado textualmente de la versión electrónica del mencionado diccionario, podrá notarse que ambos términos no son sinónimos, y en virtud de lo cual no podrán usarse indistintamente. Puede ser que en inglés u otro idioma, sexo y género sean la misma cosa; pero en español no. Esa diferencia es la que no ha sido captada, y por eso se los usa de manera inadecuada.

Sexo, lo digo otra vez, es una categoría biológica, íntimamente relacionada con los seres vivos; en tanto que género se circunscribe a lo social, a lo cultural o a otro aspecto que no sea el de los seres vivos. Lo que determina si un ser vivo o en cualquier estado es macho o es hembra, es el sexo, no el género. Género tienen las palabras y las cosas inanimadas.

Ahora, ¿por qué algunas personas cuando se refieren a los seres vivos, hablan de género y no de sexo? Hay dos razones: la primera es porque creen que sexo y género son sinónimos. La otra razón, asociada a la anterior, es porque, aun cuando lo tengan claro, evitan hablar de sexo, pues como generalmente se asocia más con el acto carnal que con su categoría biológica, entonces prefieren no pronunciar la mencionada palabra, que se ha vuelto tabú, para evitar críticas y controversias.

Yo prefiero llamar las cosas por su nombre. ¿Y usted?

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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