Vuelta al trabajo, a la rutina, a la lucha por sobrevivir… Muchas son las frases que no son alentadoras las que nos llevan a padecer lo que se llama en medicina el síndrome posvacional; una medicalización de la misma vida; esa que tenemos que afrontar, no es una enfermedad, es la realidad la que tenemos delante.
En las consultas de septiembre aparecen síntomas relacionados con las dificultades de afrontar el día a día; insomnio, migrañas, depresión, son entre otros, los términos que utiliza la persona que acude a su médico de familia para trasladarle que no puede más, que no quiere seguir, que espera con ansia las vacaciones de dentro de un año. Cansancio, dolor muscular, fatiga crónica, tristeza, falta de interés, desmotivación, negatividad, son parte de los síntomas que relatan los médicos según definen facultativos de la Clínica de la Universidad de Navarra. Enfermedades autocreadas por el mero hecho de regresar a la normalidad; medicar el día a día, en definitiva.
Esta medicalización de la vida hace que se autoalimente el mal y hace que proceso de tolerancia y de resolución de los problemas de la rutina sean cuanto menos un problema médico cuando no lo es. Cuanto mejor es la situación global de la persona, mayores son los síntomas que acusa; entre los cuales está el bienestar absoluto por tener una casa, un trabajo y una familia. La incorporación a la vida y por ello, a las situaciones que conlleva enfrentarse a la misma hace que tengamos propensión a medicalizar todo lo que tiene que ver con la realidad. Desde volver al trabajo, a tener un hijo, situaciones absolutamente normales, hasta padecer la menopausia; todo se hace un drama cuando nos enfrentamos a lo que es normal; a lo que debe ser, a la realidad de nuevo.
El derecho a la salud comienza a ser un objeto de consumo y la desmedida preocupación por la misma nos hace estar alertas cuando ni siquiera tenemos o hemos tenido una enfermedad grave. De nuevo la medicalización de la vida y de los aspectos que debemos reconducir en ella supone que debe ser un leit motiv reflexionar antes de acudir a un servicio médico. Problemas personales como la convivencia, el duelo por haber perdido a un familiar, la disfunción sexual, la falta de interés, el síndrome premenstrual, el mismo envejecimiento, todo pasa por ser un auténtico problema que debemos gestionar pero nunca a través de la medicina. Las llamadas no enfermedades que son consecuencia de la edad, empiezan a ser enfermedades severas porque no sabemos asir la vida y estas las reflejamos en mayor medida en época posvacacional.
Regresar al trabajo, darnos cuenta que nuestra pareja no es la ideal, las primeras canas, la celulitis, haber engordado, tener menos dinero, etc. etc. hace que sea un proceso que pase de ser obvio a ser una enfermedad. Todas pasan por la salud mental del individuo y causan un sufrimiento extremo en muchos casos. El comienzo de todo es la tolerancia a la frustración y diversos factores de índole social, cultural, económico, etc. hacen que hoy a todo se le llame síndrome, enfermedad, problema. El acceso a la información a través de Internet, nuestro contínuo acceso a las redes sociales que nos muestran la belleza, los cánones de felicidad y otras cuestiones en formato audiovisual, nos hace vernos expuestos al problema de afrontar la realidad, de nuevo, nuestra vida.
El papel de la atención hospitalaria permanente, las políticas paternalistas, la constante demanda en las no necesidades, la complejidad para establecer el límite entre la normalidad y la anormalidad, la conversión de la realidad a enfermedad, la sobreutilización de la tecnología y la medicina defensiva quizá no contribuyen a acceder a un modelo de vida basado en la felicidad.
Afrontar los problemas, creer en nuestras propias expectativas, trazar un nivel de tolerancia al dolor y al sufrimiento adecuado a los problemas, y organizar un calendario de vida alegre que debe compararse con los problemas reales de otros colectivos, nos hará sin duda, tener una mayor calidad de vida cuando regresemos al pago de facturas, a los madrugones, al día a día que nos hace identificarnos con nuestro yo, ese que ha vuelto a la normalidad; ese momento que no debe suponer una enfermedad.
Haber sufrido una enfermedad seria, padecer o haber padecido un cáncer, tener una enfermedad crónica o ver la injusticia de la vida cuando un niño muere, tener una discapacidad de por vida, estar en paro durante un lustro, o tener problemas reales que están ahí y no nos permiten elegir, quizá nos haga valorar realmente que el síndrome posvacacional está en la cabeza y no hay nada mejor que afrontar la vida desde donde la dejamos y si realmente no podemos, acudamos a un psicólogo que nos ayude será la primera opción, la primera después de las vacaciones.