Hace unos días informábamos del segundo seísmo que se produjo en México el día 19 de este que casi podría llamarse fatídico mes de septiembre de 2017[1] clasificado de categoría 7.1. La población se lanzó a las calles para rescatar, con sus manos, si era preciso, a sus compatriotas.
Desgraciadamente, el día 23, una réplica de 6,1 destruyó muchas de las ilusiones de una gente que se afanaba día y noche: edificios que aún tenían pocos daños, o que aún se tenían en pie, volvían a ser zarandeados. Escombros sobre escombros. Miles de réplicas se habían sucedido desde el fatídico día 9, pero las construcciones ya estaban demasiado deterioradas para resistir esta última embestida.
Aún sin recuento definitivo, Luis Felipe Puente, coordinador Nacional de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación ha aventurado que los fallecidos contabilizados hasta ahora en los Estados afectados ascienden a 325: Ciudad de México, 186; Morelos, 74 ; Puebla, 45; Edomex, 13; Guerrero, 6; y Oaxaca, 1.
La ciudad capitalina ha sido la que se ha llevado la peor parte. El jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, ha informado de que hay 11 200 inmuebles reportados, de los que han sido verificados 9526. Además, hay 360 clasificados como peligrosos, 1136 como medianamente peligrosos, y 8030 que podrían volver a utilizarse una vez arreglados los desperfectos. Aún hay por recuperar entre 40 y 50 personas que siguen bajo los escombros. Ante este panorama, ha sido declarada zona de desastre, a fin de que los damnificados puedan optar a las ayudas previstas para estos casos.
Rescatistas
Según informó Mancera, ha habido 20 000 policías municipales en las tareas de rescate, 10 500 federales, 4000 de Marina, otros tantos del ejército y 2000 de la policía federal.
Pero donde realmente se ha visto un inusitado apoyo ha sido en los miles de jóvenes que han llenado las calles y de ciudadanos de todos los estratos sociales. Sus manos han sido las palas que han desenterrado decenas de personas. La generosidad de los mexicanos ha quedado patente en cientos de casos en donde han puesto a disposición de los necesitados hasta su última pertenencia. En la Colonia Roma, muy afectada por el seísmo, una ferretería vació todo su almacén para suministrar herramientas que ayudaran a hacer menos penosos los trabajos.
Se ha visto a gente muy humilde llevando su aportación a los centros de acopio. Una niña donó unos pesos dejando una carta en la que explicaba que estaba ahorrando para un juguete, pero que podía prescindir de él, ya que había gente que necesitaba el dinero. En la Calzada Tlalplan, en el sur de la ciudad, donde cayó totalmente un edificio de viviendas, “alguien” dejó tres autobuses acondicionados para utilizarse como dormitorios, y pidió total anonimato.
No es extraño, por tanto, que en Morelos se sublevara la gente ante la intención del gobernador (Graco Ramírez) de dirigir los camiones que llegaban con suministros hacia el DIF (centro gubernamental) para su posterior “distribución” debidamente etiquetado. Alegaban que se debía entregar inmediatamente, pues las necesidades eran perentorias. Además, se temía lo de siempre: la rapiña institucional que requisa donaciones para después utilizarlo como regalo procedente de un partido o del propio gobierno. Se han grabado vídeos en los que motoristas voluntarios escoltan inmensos transportes para evitar estos desmanes.
Un capítulo importante en el rescate de personas (y de mascotas!) ha sido el trabajo de los equipos especiales mexicanos (Topos) y los llegados de Japón, Israel, EE. UU, España, Honduras, Panamá, Colombia, Ecuador, El Salvador, Venezuela y Chile. Los perros que han utilizado ha sido la única forma de localizar a decenas de personas. Frida, Eco y Evil, de la Secretaría de Marina de México, y Titán, de los bomberos de Silao, Guanajuato, han sido las estrellas.
Niños que no debieron morir
El colegio privado Enrique Rébsamen, ubicado en la zona de Tlalplan, al sur de la capital, se ha hundido por completo. Un edificio de tres plantas ha sepultado a 19 menores y 8 adultos. Mientras se intentaba localizar a algún superviviente más en el último momento, fue el escenario de un ridículo montaje televisivo en el que participó un alto mando de la Marina mexicana y de la TV con mayor implantación en el país, Televisa. Durante horas estuvieron pendientes las cámaras de si conseguían rescatar a la niña Frida. Horas de retrasmitir la incertidumbre terminaron a las tantas de la mañana con la declaración de la Marina de que no había ninguna niña con ese nombre. Y la TV echando pestes. Nadie se ha creído que no haya sido un montaje a mayor gloria de los índices de audiencia, o de otros intereses.
Este edificio, cuyo dueño parece que no está por la labor de dar la cara, tiene toda la pinta de que está preñado de irregularidades. Porque, entre otras cuestiones, estaba coronado por la vivienda de la directora (¿o habría que decir la propietaria?).
Según publicaba El Universal, los rescatistas e ingenieros que participaron en los trabajos del retiro de escombros adjudican la tragedia a la construcción improvisada de un departamento que la directora, y supuesta propietaria, Mónica García Villegas, mandó a construir en el tercer piso, al parecer, sin los permisos ni las normas estructurales que exigen las autoridades delegacionales y de Protección Civil.
La misma publicación ha asegurado que también se ha sabido que durante el proceso de construcción, fue clausurado por lo menos en tres ocasiones por las autoridades delegacionales y de protección civil, porque incumplía con algunas normas, principalmente en materia de construcción. A la responsable de la delegación se le está exigiendo que lleve a cabo una investigación seria para delimitar responsabilidades.
Otro edificio “sospechoso” que también ha quedado destruido es una fábrica situada en la zona centro. Parece que estaba ocupado por tres empresas textiles y otra de juguetes. Ha sido el periódico Sin embargo el que ha encontrado documentos escritos en caracteres chinos y coreanos. Un misterio que alguien ha querido que no se supiera, porque el lugar fue “convenientemente” arrasado por las máquinas. Ya no queda nada, ni se sabe quién estaba allí. Dicen que lo mismo pasó en el terremoto de 1985, pero con más edificios similares.
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