- No sabemos su número.
¿Veinte? ¿Sesenta y ocho? ¿Más de trescientos?
No sabemos sus nombres.
Todavía hay cadáveres en el océano.
No sabemos cómo se puede descifrar el silencio.
¿Cómo pueden caber quince mil proyectiles en un canto?
- Estuvieron en una plaza. Tres Culturas. Tlatelolco. Estuvieron protestando. Libertad de expresión. Destitución de militares asesinos. Estuvieron reclamando un justo derecho. Justicia. Indemnización.
- Ahora la muerte es su compañera de faena. Ahora la muerte les releva de la universidad, del trabajo, de la escuela del sindicato, del hogar. Ahora son una herida de impunidad sangrienta en la dignidad vulnerada del pueblo mexicano, del pueblo latinoamericano, del pueblo todo.
El 2 de octubre de1968 será siempre evocado como el día en el que Gustavo Díaz Ordaz, presidente priísta de México, valiéndose del Batallón Olimpia y el Ejército Mexicano se equiparó a Hernán Cortés, cuando en 1521 en el entonces Virreinato de Nueva España asesinó a los y las mexicas.
También como en aquellos tiempos, la Iglesia fue cómplice. Acompañó vestida de inquisición a quien torturaba o cerró sus puertas ante el primer tiroteo.
- Recuérdales cuando tengas que poner una flor sobre el féretro inexistente.
Recuérdales cuando entres en el campus universitario.
Recuérdales cuando cuentes a tus hijos e hijas la historia de América.
- No te olvides de decir que nunca hubo juicio.
No te olvides de decir que diez días después hubo Juegos Olímpicos.
No te olvides de decir que aquel crimen horrible sólo se recuerda cuando está de aniversario.
- ¿Puede haber un epitafio que identifique el vacío en la humanidad que dejaron las víctimas de la matanza de Tlatelolco?
¿Puede quedar algo para la posteridad si nos destruimos mezquinamente?
¿Pueden las voces de familiares y sobrevivientes ser grito de alerta, campana que convoque?
La muerte y la dignidad jamás nos pueden ser ajenas.