Todo perdido

Cuaderno de bitácora

Vigésimo quinto día del segundo mes de 2024. Cuando regresó no quedaba nada, sólo humo, ruina.

Como andaba en un periodo sin guardias pude volver a casa, mi refugio, el lugar donde siento quien soy, donde se encuentran todos mis recuerdos; cada rincón, cada estante, cada mueble, cada prenda de vestir, cada fotografía, cada cuadro, cada libro definen quien soy, de qué material estoy hecho.

Por la mañana aprecio especialmente el momento del desayuno es todo un ritual; parto en rebanadas el pan sobrante del día anterior, lo tuesto, lo riego con aceite de oliva, tomo el zumo, después el café con leche y algún bollo o galleta. Voy al baño, me ducho. Si toca, me afeito, me cuido un poco la piel. Luego me dirijo al armario y elijo mi ropa interior, la camisa, el pantalón y los zapatos, dudo, me cambio. Toco suavemente los jerséis que hoy no me pondré y cierro el armario.

Me preparo un segundo café y paseo por la casa, me paro en la fotografía que tenemos en el pasillo, son de mi hijo con tres años jugando en una plaza, es un tríptico que tomó un amigo nuestro. Continuó y en las baldas que están colgadas en la pared de la izquierda del salón me fijo en el cuadro de otro amigo, siempre me sorprende. Me topo con los objetos que hemos ido trayendo de los viajes, y por un momento vuelvo a esos lugares.

Pongo música, todavía tenemos el equipo antiguo y podemos escuchar tanto vinilos como cedés. En esta ocasión pongo lo último que han sacado los del Último de la Fila, que se han reunido de nuevo para para la ocasión, son versiones de sus grandes éxitos, son más reposadas, tienen un cadencia más suave, menos rockeras, pero me entusiasman igualmente… ‘…Duerme la ciudad y está tocando un músico de jazz…’ dejo que sigan sonando.

Entro en el espacio que dedicamos a la biblioteca que no heredé, que hemos ido construyendo libro a libro. Miro la colección de los policíacos y me siguen estremeciendo algunos casos. Con los de ciencia me paro en el de Cosmos de Carl Sagan, con él empezó mi devoción. Paso los dedos cobre el lomo del último libro de poesía que he traído y que aún estoy leyendo. Los libros, mi pequeño gran tesoro.

Me siento en la mesa de madera que tanto me gusta para escribir, se la compré a un amigo que se la compró a un notario que se jubiló. Sus patas delanteras son dos columnas con su fuste acanalado, la parte trasera tiene cajones a ambos lados, es posible que sea, la mesa, de principios del siglo veinte. Del anaquel de obra que está situado a mi espalda, y que en su mayor parte está sin tapar por detrás lo que permite que entre más luz desde la terraza al pasillo, cojo el segundo tomo del María Moliner y consulto la palabra «trafagón» persona muy inclinada a traficar y me acuerdo de los miserables que arrollaron con su lancha a unos guardias civiles matando a dos de ellos; o de los que trapichearon en la pandemia con las mascarillas lucrándose vilmente. Malditos sean unos y otros.

Me pongo a escribir y cuando empiezo a rellenar el folio en blanco, llaman a la puerta con golpes insistentes, una voz desesperada, reconozco la de nuestro portero, nos pide que salgamos inmediatamente que huyamos escaleras abajo, que hay un incendio, que no hay tiempo de coger nada, rápido, corred. Nos ha salvado. Mi familia no estaba en casa, también se han salvado.

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Valencia, Campanar, edificio calcinado, 24FEB2024 ©RecortesCero

Salimos a la calle y el edificio ya estaba en llamas, no pude quedarme, me alejé en estado de shock hasta que me encontré con los míos. Cuando volvimos ya no quedaba nada de nuestras casas, de nuestros recuerdos, todo perdido. Pero aún nos queda la vida que otros desgraciadamente también han perdido. Cuánto dolor!

Luis González Carrillo
Cordobés de nacimiento y comunero al vivir en estas tierras de Madrid desde su infancia. Funcionario de la administración local, redactor de miles de informes y comunicaciones que le han permitido ganar la concreción y claridad necesaria, eliminando todo lo accesorio, para componer poemas con la métrica japonesa del haiku, tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, habiendo editado dos libros con estas composiciones, Haikuario y En la frontera; esa misma experiencia, y sus lecturas, le han permitido comentar más de cien libros de novela y ensayo publicados en diversos medios locales. Desde hace dos años, además de seguir con el haiku, viene publicando de manera regular artículos bajo la denominación de Cuaderno de bitácora, en un claro homenaje a la serie Star Trek, consiguiendo un observatorio ideal para expresar sus opiniones sobre el presente, el pasado y el futuro de todo lo que acontece en el mundo natural, político, social o personal.

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