Sin la menor originalidad, Vampire Academy es una producción más en la estela de un Crepúsculo que tan felices ha hecho a las adolescentes occidentales, adaptación de una saga más, escrita también siguiendo los esquemas del best-seller.
Una película de vampiras quinceañeras y minifalderas encerradas en un absurdo internado mixto, que se estrena el 25 de julio de 2014 y que nos podíamos haber ahorrado.
¿Se pueden hacer las cosas aún peor? Si, se puede, y lo demuestran las sucesivas adaptaciones que nos llegan a las gran pantalla. En Vampire Academy director (Mark Waters, Las crónicas de Spiderwick, Chicas malas) y actores rivalizan, desde el primer minuto, desde la primera frase que aparece sobre los créditos, para decepcionar y aburrir a base de un guión que no aporta absolutamente nada al género, personajes que parecen caricaturas y rozan el ridículo, diálogos increíbles y lentísimas escenas de acción que no vienen a cuento de nada.
La cosa es más o menos así: Rose (Zoey Deutch, Hermosas criaturas) y Lissa (Lucy Fry) son inseparables. Podrían ser como las demás chicas de su edad pero resulta que Lissa es una princesa vampira Moroi y Rose está encargada de protegerla. Por fugarse de la Academia ambas son castigadas y Rose está vigilada por el estricto Dimitri, del que termina por sentirse atraída. Mientras tanto, Lissa lucha contra unos enemigos empeñados en extinguir su estirpe real.
Vampire Academy prometía sangre, diversión y sexo, pero no hemos encontrado nada de eso: tan solo unas historias de amor sin garra, un mensaje subliminal sobre las ventajas de “estar juntos” y otro final que es casi una amenaza porque anuncia que la saga no ha hecho más que empezar.